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domingo, 13 de septiembre de 2015

La corrupción jajajá

http://larepublica.pe/impresa/opinion/10676-la-corrupcion-jajaja
La República
La mitadmasuno
26 de junio de 2015
Juan De la Puente
Los cuatro candidatos que concentran casi dos tercios de la intención de voto para las elecciones del próximo año son al mismo tiempo considerados, con algunas diferencias, como totalmente o “mayormente” corruptos, según una reciente encuesta de Ipsos. Un siguiente dato es concluyente: el porcentaje de los que piensan que alguno de los aspirantes es “totalmente” honrado no supera en ningún caso el 12%.
Podríamos sostener un eterno debate sobre si es posible que una persona solo sea “un poco corrupta” sin serlo “totalmente”. No es el caso por ahora. Lo más importante reside en la revelación de una aparente contradicción entre la crítica a la clase política y la disposición a votar por ella.
Esta conducta se explica generalmente desde la teoría de la elección racional; según esta, el votante se guía por la búsqueda de ventajas personales luego de un cálculo de costo/beneficio, una tesis que posteriores estudios relativizaron poniendo más énfasis en el voto de identidad, más colectivo y menos individual. Desde esta teoría, la preferencia del elector peruano a favor de quien “roba pero hace obra” o alguien parecido a esta figura expresaría un voto extremadamente pragmático a causa de la decepción y la desconfianza, y no de la ignorancia.
Estas razones no dejan de ser ciertas, pero no ayudan a explicar totalmente lo que está a punto de suceder con por lo menos 15 millones de votos dentro de unos meses, especialmente si el argumento induce a pensar que el elector peruano era bueno y se ha convertido en malo por culpa de los malos políticos.
Sucede que nuestro pragmatismo es también una forma de populismo construido más allá de la política y del Estado, un proceso en el que las elites y los ciudadanos se influyen mutuamente. El voto por candidatos a los que se consideran corruptos o “algo” corruptos no solo es un efecto; es también la síntesis de una larga interacción, una concurrencia, una correlación en la que tiene un papel decisivo la corrupción misma, no como un problema de los de arriba sino como uno de los movimientos sociales más vastos de los últimos años.
No nos engañemos; que una parte de los ciudadanos se apreste a votar por candidatos a los que cuestiona moralmente no significa necesariamente una concesión a la corrupción “de los otros” sino el reconocimiento de que esta es profunda, sostenible e íntima. En el peor de los casos, desde esa lógica no parece ser muy clara la brecha entre los corruptos de arriba y los honrados de abajo.
Este contexto en que medios, políticos y académicos adulan al elector y señalan a los corruptos y a los que podrían serlo pero callan sobre el fenómeno, es ideal para que la sociedad le vuelva la espalda al problema. El resultado de este modelo de abordar la corrupción como caso judicial y no como movimiento social llevó a que en las elecciones regionales fuesen elegidos 14 gobernadores regionales investigados, denunciados o imputados, de los cuales tres (los de Huancavelica, Ayacucho y Moquegua) fueron objeto de sentencia y otros cuatro están a la espera de una decisión judicial.
Es importante como hito fundacional el pronunciamiento reciente “Nos merecemos más”, aunque los actuales escándalos de corrupción que copan los medios en forma determinante difícilmente serán el primer imperativo de la agenda electoral. En este punto, el votante peruano promedio es más prosistema de lo que parece, al grado de que por ahora no debería esperarse que el llamado voto ético sea significativo. Una muestra de esto es la escasísima atención que le prestan a la corrupción los dos frentes de izquierda que se forman de cara a las elecciones y las pocas referencias que recibe de los nuevos políticos.
Es evidente que, en este asunto, los sondeos no presentan nada nuevo, aunque de igual modo colocan sobre la mesa una compleja dinámica donde lo ilegítimo es relativo por la escasa censura social que concita. Tampoco importa mucho por ahora –mañana podría ser tarde– que exprese el punto más alto de la crisis de representación.

sábado, 16 de mayo de 2015

Mamá, yo quiero ser outsider

La República
La mitadmasuno
1 de mayo de 2015
Juan De la Puente
Trabajo con jóvenes universitarios y observo que un creciente número de ellos se propone dedicarse a la política y postular a cargos de elección popular. Me refieren que sus padres tratan de disuadirlos mientras que la realidad los impulsa a la acción. En más de una ocasión, un punto de transacción en sus diálogos familiares consiste en la promesa de que serán políticos independientes y outsider, sin relación con los partidos.
Les digo que solo una vez se es outsider y que la política más duradera y principista es la que se hace desde los partidos, programas e ideologías. Ello es cierto, como que según las encuestas la mitad de los peruanos pide candidatos distintos a los conocidos.
También es cierto que tuvimos algunos outsider que llegaron al Congreso en el actual ciclo democrático, y en algunas regiones y municipios. No obstante, salvo Humala el 2006, ningún outsider ha disputado la presidencia o se ha situado entre los grandes candidatos desde el 2001 (el mejor ubicado fue Humberto Lay el 2006 con 4,3% de votos).
No solo es desafiante la política tradicional sino también la nueva. De cara al 2016, no es imposible que surjan outsider por la derecha o por la izquierda. No obstante, en ambos casos y tomando en cuenta el escenario preelectoral, haría falta que además confronten puntualmente al sistema para diferenciarse del grupo ya conocido.
Ello no solo depende de la voluntad. En la derecha, haría falta que la inseguridad ciudadana gire en espiral violento, se transforme en mayor miedo y terminen fusionándose la percepción y la realidad. En la izquierda, haría falta que se generalice el rechazo a la corrupción y se haga más evidente la ruina del sistema político.
Es probable que esto no suceda, por lo menos en la dimensión necesaria para instalar outsider en el escenario. Queda la opción de un outsider menos “puro” de lo que espera el respetable, pero más clásico para el registro peruano, donde los dos outsider victoriosos, Ricardo Belmont (1989) y Alberto Fujimori (1990), irrumpieron desde el centro de un escenario polarizado.
Llámese como se llame, centrista, pro modelo o no antisistema, este formato de outsider también tiene una perspectiva acotada. Son los apuros por los que pasa el primero en lanzarse, Julio Guzmán, correcto y audaz pero cuyo buenismo de alquimia al parecer no es suficiente, y al que inmediatamente se le ha exigido ser, además de outsider, más antisistema.
La mitad del país espera un candidato nuevo pero los sondeos no han profundizado sobre los elementos de lo nuevo. Podría ser que eso no signifique un candidato “nuevo de verdad”, sino uno con atributos decisivos, como ser antisistema, con popularidad propia (la primigenia definición de outsider) aunque ya “contaminado” con la política, nuevo por ser de fuera de Lima, o que siendo parte del grupo conocido sea autónomo y distinto de él. Hay tantas formas de ser nuevo. Y de no serlo.
Un dato final conectado con el sueño del outsider es que la búsqueda/espera de lo nuevo también debe ser leída como la búsqueda/espera del cambio. Hasta ahora, y salvo la narrativa liberal de Mario Vargas Llosa entre 1987/90, el cambio social es lo único que ha podido venderle al país una ilusión electoral sin precisar de un outsider, desde Alan García –en sus dos versiones, el futuro diferente de 1985 y el cambio tranquilo del 2006– y Ollanta Humala y la gran transformación/hoja de ruta del 2011. Esto explica la reciente patología de los candidatos de derecha que satanizan a la izquierda pero se presentan como izquierdistas.
Belmont y Fujimori aparecen lejanos. Entre ellos y nosotros hay 25 años de antipolítica –con 8 de autoritarismo y 15 de un ciclo democrático que expira–, una historia de fracasos de independientes y tecnócratas, y un período de contrapolítica que ha empezado a poner sus reglas. La espera de un outsider se parece a veces a un argumento del realismo mágico literario, el infinito retorno de la bananera a un pueblo abandonado y al que le cuesta imaginar el futuro, que García Márquez relata en sus memorias.

martes, 16 de septiembre de 2014

La política ya fue (I, II, III, IV, V y final)

Esta es una serie de seis artículos publicados en el diario La República con el título de La política ya fue, entre el 29 de agosto y el 3 de octubre de 2014, sobre la crisis política del país y la necesidad de una reforma.
La política ya fue (I)
La República
La mitadmasuno
29 de agosto de 2014
http://www.larepublica.pe/columnistas/la-mitadmasuno/la-politica-ya-fue-i-29-08-2014
La política peruana está embotada de palabras y de gestos. Se encuentra igualmente adormecida y ahogada; mientras el mundo, a decir de Giovanni Sartori, experimenta una expansión de la política porque se hace más grande y se politiza, en nuestro medio se acorta, en un proceso que amenaza con diluirla aún más en todas sus acepciones, es decir, la política como gobierno, poder, vocación humana o sistema de organización de lo público.
La mayoría de las críticas de la oposición en el reciente debate por el voto de confianza al gabinete resume una obsesión por la minucia, por los pequeñísimos asuntos y por los grandes olvidos. Esperé una crítica profunda al gobierno pero pocas veces vi a tantos hablando tanto y callando tanto. Algunos abordaron problemas serios aunque como pedazos, sin conexión con el todo y solo se pudo apreciar uno o dos juicios certeros sobre lo que debería estar en juego. Fue penoso, por ejemplo, que quienes enjuagaron el sistema privado de pensiones los últimos 20 años reduzcan su ira al aporte obligatorio de los independientes, el pedazo, y guarden silencio sobre el modelo, el todo. La defensa del gobierno ha sido igualmente lamentable, fijada exclusivamente en la estabilidad, la obra pública y el honor y la valentía.
Es frecuente que los partidos lleven a cabo movimientos tácticos sin estrategia o que posean estrategia pero carezcan de táctica. Pero es poco frecuente que carezcan de ambas cosas, lo que se aprecia en esta etapa signada por movimientos erráticos, duales y plenos de confusión, escondidos en ese lenguaje populista y sobreactuado que ha impregnado a todas las tendencias.
La disputa política ha dejado de ser una confrontación de grandes proyectos y es en cambio una pelea de enanos desorientados; y cuando los partidos no saben qué hacer tenemos una señal inequívoca de crisis y de que otros sí saben lo que quieren y lo que hacen. Es la superficie de fenómenos de creciente visibilidad, como que la oposición partidaria es más débil que el gobierno, que los fuertes son otros, es decir, los que cortan el jamón desde los medios y los grandes poderes económicos (coincido en ello con Carlos Meléndez), y que en la polarización actual solo está en juego la autoridad y no el poder.
En medio de este proceso de cara al vacío la única discusión que parece prometedora es la de los “cornejoleaks”, que pone sobre la mesa la naturaleza de un nuevo poder constituyente, una voluntad particular que ha logrado subordinar con éxito la voluntad general. Este escándalo ha mostrado sus mecanismos oscuros y sus operadores elegantes, las salas paralelas de decisión y los comités de notables, un modelo de distribución de competencias sociales que no está agotado aunque haya sido pillado en falta. Es fuerte y tiene por delante otro cuarto de siglo de vida.
Sin embargo, hasta en este delicado tema no está en juego el problema de fondo. La mayor parte de los actores públicos están dispuestos a cuestionar a un par de ministros (pensar que por menos Rómulo León se fue preso varios años), pero no el sistema de cooptación privada del Estado, la semilla que se vuelve fruto y nuevamente semilla cada cinco años.
Una parte de la academia anota que este proceso es hasta cierto punto natural, que el remplazo en el ejercicio del poder es consecuencia del desplazamiento del espacio tradicional de la política, y que lo sucedido no es una patología sino una evolución. No obstante, nuestra despolitización de la política es más seria de lo que se pensaba; es la más pronunciada de la región y es probable que el origen se encuentre en lo que Max Weber llamó la entrega del poder a plutócratas que carecen de legitimidad democrática.
La sociedad carece por ahora de fuerzas y mecanismos para recuperar la política; para salvarla de los actuales políticos hace falta más que elecciones; se requiere un vigoroso movimiento de reforma que todavía está en pañales. En tanto, la sociedad se ilusiona con un outsider que está por venir. Yo, espero un político (a).
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La política ya fue (II)
La República
La mitadmasuno
5 de setiembre de 2014
http://www.larepublica.pe/columnistas/la-mitadmasuno/la-politica-ya-fue-ii-05-09-2014
Hace por lo menos 20 años los medios peruanos les arrebataron el protagonismo de la política a los políticos y dejaron de intermediar los programas partidarios para convertirse, ellos mismos, en los hacedores de agendas y alternativas. No lo han hecho solos; este fenómeno formó parte de un descollante proceso de democratización de la opinión pública gracias a la ampliación de las formas de comunicación. Este proceso global ha sido en nuestro caso más rápido y con menos trabas a razón de la debilidad de los partidos, el cóctel explosivo de la crisis económica y la violencia política, y la fuerza de los poderes extralegales.
El balance de la politización de la prensa es complejo, especialmente porque esta no opera como un todo aunque proyecte tendencias generales sobre elementos claves de lo público, como la rendición de cuentas (los políticos les rinden cuentas a los medios más que a los ciudadanos), la denuncia de la corrupción pública, solo de la pública ¿eh?, y la defensa del mercado. No obstante, un dato común a todos es que los medios son objeto de crítica social con una intensidad parecida a la de los políticos, especialmente por su lejanía de la realidad, su entrega menos disimulada a los intereses económicos, su toma de posición partidaria, y el desinterés por sentidas expectativas ciudadanas.
Manuel Castells refuta con acierto el mito de que los medios son el poder y sostiene que son a lo sumo el espacio donde se juega el poder, y que se acrecienta el peso de un contrapoder ciudadano que impulsa una pluralidad informativa de abajo hacia arriba.
Esto se aplica al caso peruano con rigurosidad. Nuestra prensa vive también su crisis política marcada por el agotamiento de procedimientos y actores. Es presionada por los ciudadanos para abocarse a temas que desean eludir por sus compromisos económicos, específicamente los referidos al medio ambiente y a los que reclaman los consumidores y usuarios de servicios. Al mismo tiempo, al grupo de medios que navegan entre el ultraliberalismo y el mercantilismo les es cada vez más difícil operar como partidos y jugar como las últimas dos décadas a medio camino entre la política y los negocios, aunque más cercanos a los segundos.
Los dos perfiles que sobresalen en este escenario, el investigador y el llamado “opinólogo”, son insuficientes para renovar la política mediática. La prensa denuncia más pero investiga menos, las unidades de investigación se están desactivando en tanto se fortalecen otras modalidades que desentrañan la verdad, como el periodismo de datos, pero fuera de los medios tradicionales. Del mismo modo, a pesar de que el “opinólogo” ha ganado más espacio, y escribe más y habla más, también calla más sobre los temas de fondo y, claro, analiza menos; por ejemplo, es común que el “opinólogo” cuestione a los medios que se alinean con los gobiernos pero no a los medios que se alinean con los intereses económicos que presionan a los gobiernos, o que es más importante que Nadine Heredia no ejerza un poder para el que no fue elegida, que ese mismo poder sea ejercido por una coalición de medios y empresas que tampoco han sido elegidos para ello.
No parece haber futuro para la renovación y reforma de la política como un tópico trascendental de los medios porque sus sentidos comunes, salvo excepciones, son persistentes e inamovibles. De algún modo ellos también hacen política desde la antipolítica: subestiman a los partidos, adulan a los independientes, juegan en pared con los poderes fácticos, promueven soluciones antidemocráticas y violatorias de DDHH ante la inseguridad ciudadana, abogan por el voto preferencial y en contra de la reforma política, y desconfían de la descentralización.
En el mediano plazo será imposible que la prensa se renueve y lleve a cabo un giro en la dirección, por ejemplo, del periodismo anglosajón, es decir, prudencia informativa, autonomía de los poderes fácticos, distancia del poder político, independencia económica y separación de lo editorial y lo empresarial.
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La política ya fue (III)
La República
La mitadmasuno
12 de setiembre de 2014
http://www.larepublica.pe/columnistas/la-mitadmasuno/la-politica-ya-fue-iii-12-09-2014
No es posible construir un régimen político democrático si 4 de cada 10 ciudadanos, de acuerdo con la reciente encuesta de Datum, está dispuesto a votar por un político que “roba pero hace obra”. No es un humor pasajero; una encuesta de Ipsos-Apoyo de diciembre del 2009 encontró que el 47% de los encuestados estaba de acuerdo con que los escuadrones de la muerte ejecuten a los probables delincuentes.
Las explicaciones más comedidas aducen que este temperamento de la sociedad es responsabilidad de las élites que no han educado adecuadamente el pueblo, el soberano, o que refleja su decepción racional respecto de políticos e instituciones. Ambas me parecen engañosas y cobardes, y que forman parte de la adulación al pueblo que escenifican  políticos, periodistas y académicos, sea para ganar votos, audiencia o por no ir contra la corriente.
La sociedad civil no es ni nunca fue una masa inerme y desorientada a la espera de panaderos sociales que la moldeen y cocinen a fuego lento. Hasta las más opacas definiciones reconocen su autonomía y el dinamismo que la atraviesa; las más avanzadas consideran que es una esfera de interacción intensa compuesta por espacios íntimos, asociaciones voluntarias, movimientos sociales y formas de comunicación pública (Arato y Cohen), de modo que si dejásemos de mimar al respetable pueblo podríamos concluir que lo que sucede “abajo” son fenómenos en los que las personas y su entorno tienen gran responsabilidad.
Desde la filosofía platónica, las sociedades se han movido bajo la idea de una estrecha relación entre la virtud y el conocimiento, de forma que la falta de la primera conduce a la ignorancia, es decir a que las personas tomen como bueno incluso lo que es malo. En ese sentido, la labor formadora de la ética pública no es propia del Estado y de la escuela; es la vida social como espacio de libertad la que señala las conductas y sus límites. Nadie necesita ir a la escuela para ser honrado y en cambio se aprende a robar fuera de ella.
Por otro lado, en el mundo moderno, en la democracia política, el principio de elección permite que el pueblo elija un poder que lo gobierne con la condición de que sea legítimo y eficaz. Tal parece que la antipolítica nacional ha terminado relativizando esa legitimidad en favor de una pretendida eficacia.
Los ciudadanos peruanos deben ser los peores tratados políticamente y los que peor se tratan a sí mismos. Son alabados cada cuatro o cinco años, en cada elección, aceptando un curioso rito donde se asumen ignorantes y frívolos, en tanto los líderes de opinión los aplauden por alejarse de la política. Es el ciudadano más paternalista e hipócrita de la región, acomodaticio y cambiante en sus preferencias, a excepción de los que se agrupan en los movimientos sociales con demandas clasistas o territoriales.
Al  mismo tiempo, es fuertemente populista, sobre lo que se ha escrito bastante, e incoherente en su relación con sus expectativas, fines y medios. Quiere una señal nítida para la telefonía celular pero se resiste a la colocación de torres de transmisión; demanda una reforma del transporte pero no está dispuesto a asumir el proceso; quiere salud universal pero que el Hospital del Niño no se construya en su distrito; exige el respeto a las personas con discapacidad pero que los colegios para niños “especiales” no se instalen cerca de su casa; está contra el cobro de cupos pero paga coimas a los policías; se queja de los políticos corruptos pero vota por ellos; y adhiere mayoritariamente de la democracia pero vende su voto por una camiseta o un helado.
La clave está en la persistencia de la antipolítica, que ni las elites ni el pueblo están dispuestos a superar, un abandono del pacto democrático que a decir de la filósofa española Adela Cortija ha hecho de la cosa pública no una cosa nuestra sino una cosa de mafias, una “cosa nostra” producto de la razón perezosa, cansada, estúpida y descorazonada que dificulta todo intento de justicia (Hasta un Pueblo de Demonios. Ética Pública y Sociedad. Taurus, 1998).
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La política ya fue (IV)
La República
La mitadmasuno
19 de setiembre de 2014
http://www.larepublica.pe/columnistas/la-mitadmasuno/la-politica-ya-fue-iv-19-09-2014
Los detalles de la campaña electoral en Lima, de los que son útiles para la gobernanza local, están por escribirse. La competencia se mueve a través de consensos muy generales, el primero de los cuales indicaría la no reelección de Susana Villarán y el segundo el retorno al pasado. Fuera de esto, la campaña no ha fijado ninguna idea específica que sea dominante. Quien resulte elegido tendrá las manos libres y será dueño de un mandato general sin compromisos precisos y podrá hacer en esta ciudad lo que más le plazca. Así, en la capital, la política municipal también ya fue.
Los candidatos se gritan de una acera a otra, se tiran piedras, se tacha a escondidas, firman pactos que no cumplen, pero no debaten sus ideas sobre la ciudad. El cara a cara organizado por el JNE ha sido forzado por algunos partidos para la semana previa a las elecciones, de modo que se tendrá solo una ronda y no las dos o tres que se tenían previstas.
La campaña del año 2010 fue más intensa en propuestas y deslindes, tanto cuando la polarización inicial Kouri/Lourdes como cuando se centró en la disyuntiva Lourdes/Susana. La actual tiene más dinero, más candidatos, más propaganda, más dádivas, y más mercenarios de la pluma y de la palabra; en resumen, más música pero sin letra. Mirko Lauer ha llamado a este fenómeno un bostezo electoral.
Parecería que se enfrentan dos modelos de comunicación, el de la llamada caja negra que apela a los estímulos básicos de los votantes y los que pretenden una decisión política racional de los electores. Solidaridad Nacional, Diálogo Vecinal y Perú Patria Segura apuestan por lo primero (“Regresan las obras”, “ella se atreve” y “ya viene la esperanza”, respectivamente), mientras que los viejos partidos intentan sin éxito lo segundo, colocar en la campaña valores que rescaten la identidad partidaria en los electores y sus emociones sociales y políticas: Lima sin delincuencia (Apra); Lima, una ciudad para la gente (PPC); Lima tiene otra opción (Somos Perú); y Lima necesita un cambio (Acción Popular), a los que se suma Vamos Perú que difunde iniciativas detalladas.
La escena que se desenvuelve ante nosotros no es muda, es ruidosa pero con escaso movimiento y aún más exiguas ideas de gobierno. El libro de las propuestas está en blanco, la prensa misma se preocupa (¡qué novedad!) por lo adjetivo, y hasta la farándula ha retrocedido: los candidatos prefieren entregar dádivas in situ en lugar de cocinar en los sets de TV o hacer el ridículo en los programas cómicos. Los dos grandes momentos de la campaña fueron hasta ahora la ruptura del silencio de Castañeda y el video de Heresi, y ambos fueron gratificados con algunos puntos en las encuestas.
¿Por qué no se mueven los candidatos más allá de haber besado a niños y abrazado a señoras en los mercados? La verdad es que no necesitan moverse, sea porque uno de los postulantes tiene el 50% de las preferencias, porque se presume que hay muy poco en debate o porque se da por sentado que los aspirantes no están a la altura de las circunstancias. La razón definitoria, sin embargo, reside en que los electores tampoco demandan de los candidatos mayores precisiones.
La alabada estabilidad del escenario electoral limeño, a diferencia de otras ciudades, se explicaría entonces no tanto por las certezas en la intención de voto sino por la debilidad de las expectativas o el silencio de los votantes. De ese modo, los críticos de los candidatos mudos parecen haberse quedado cortos; son los ciudadanos los que demandan poco y los que más callan.
Clásicamente, el voto puede ser de adhesión y protesta; el Perú, no obstante, está consagrando un voto nuevo, el de renuncia, una especie de nuevo contrato fisiócrata entre vecinos y aspirantes al gobierno local sin mayores compromisos, un “déjame trabajar” mutuo. Luego de una campaña que les cierra las puertas a los principios de una gobernanza local, es natural que comamos solo cemento por cuatro años, un plato que si viene solo destruye células y que si no viene acompañado de control, las corrompe.
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La política ya fue (V)
La República
La mitadmasuno
26 de setiembre de 2014
http://www.larepublica.pe/columnistas/la-mitadmasuno/la-politica-ya-fue-v-26-09-2014
Las últimas décadas, las regiones fueron las más insistentes portadoras del cambio y la renovación de las ideas y programas. Ellas alumbraron la reforma política más importante y legitimaron la necesidad de un nuevo Perú que integre el oficial y el “otro”. Desde la crítica y la demanda, una parte del país en contraposición a Lima y al Perú formal construyó fecundamente un imaginario de cambio.
Esa fertilidad ha concluido. El primer dato de la nueva política regional y local es el estallido de los movimientos sociales que ausentes de objetivos y agendas de mediano y largo plazo fueron desbordados y en varios casos subordinados por el fulminante fenómeno del emprendimiento político personal. El uso del rótulo “emergente” para calificar esta forma de política es equívoco y abusivo en la medida que esconde sus elementos esenciales, la antipolítica y el dinero ilegal.
El haz de movimientos sociales que articularon la política nacional/regional la última década con sus demandas por equidad, ambiente, agua, servicios básicos, salario y competencias regionales y locales, que tensionaron la democracia y la desarrollaron, también ya fue y no va más. Se ha transformado en una multitud de espacios inconexos, generalmente vacíos y fuertemente fragmentados. Se tiene, por ejemplo, sin más explicación inicial que la ultrapersonalización de la política, que en Tumbes se presentaron 20 listas para el gobierno regional, 19 para Tacna, 16 para Ica y Puno, y 14 para Cusco, Huánuco y Piura. El resultado se avizora: será muy difícil que se repita lo sucedido en los comicios del 2010, cuando 15 presidentes regionales fueron elegidos en primera vuelta.
El segundo dato es la brecha entre el crecimiento económico de buena parte de regiones, incluso por encima del promedio nacional, y su eficaz ejecución presupuestaria, versus el escaso desarrollo de la agenda pública regional y la corrupción. Esta brecha no se origina, para disgusto del centralismo, en el fracaso de la descentralización sino en el agotamiento del impulso del proceso iniciado el 2002 y que ahora se encuentra suspendido en el aire. Esta brecha entre buena economía y malísima política se expresa en una pérdida del imaginario al extremo de que la discusión regional de las últimas semanas gira sobre las hojas de vida de los candidatos, salpicada por promesas de puentes y carreteras.
Sin agenda regional, el nuevo imaginario es aún más populista que en los inicios del proceso y especialmente distributivo, matizado por  un radicalismo regional más de forma que de contenido. Las propuestas extremistas se relacionan con políticas de identidad que esconden hondos vacíos de proyecto en tanto que los escasos programas descentralistas despiertan poco interés. El caso de Puno es significativo; candidatos como Alberto Quintanilla (Poder Democrático Regional) proponen un nuevo proceso de descentralización, una iniciativa realmente audaz, en tanto que la sorpresa electoral, Walter Aduviri, tiene como bandera más alta el cierre de la Sunat y Aduanas para favorecer obviamente al contrabando y a la minería ilegal.
El tercer dato es la corrupción, un movimiento social vasto y sólido que ha ganado la batalla entre la tolerancia y la censura. Es la misma corrupción de Lima y el Perú oficial, la de los grandes salones y reprimida por el secreto y por las buenas formas, aunque en las regiones es más intensa y plural, desplegada a través de redes que operan en centenares de municipios y en casi todas las regiones beneficiadas de la tradicional impunidad, la lejanía, la falta de control y la corrupción de la prensa. La generalización del diezmo, la coima con reminiscencia religiosa, indica que este movimiento, el más importante de todos los que agitan a las regiones, ha pasado a una nueva etapa y se presenta a cara descubierta, un estilo far west donde los malos ya no se preocupan por parecer buenos. El caso del Cusco es emblemático: solo 4 de los 13 candidatos habilitados para competir por la presidencia regional no tienen investigaciones o procesos judiciales por corrupción.
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La política ya fue (final)
La República
La mitadmasuno
03 de octubre de 2014
http://www.larepublica.pe/columnistas/la-mitadmasuno/la-politica-ya-fue-final-03-10-2014
Las elecciones de este domingo volverán a colocar en la agenda la precariedad del sistema político, las brechas entre la capital y las regiones y la división entre la formalidad y la emergencia política informal. No es posible estimar la intensidad del remezón aunque algunos datos se deslizan de los sondeos e informaciones: 1) que pocos presidentes regionales serán elegidos en primera vuelta; 2) que la mayoría de alcaldes de provincias capitales de departamentos no serán reelegidos; y 3) que los partidos nacionales serán superados largamente por los movimientos regionales. Negando el pesimismo, el Perú no se romperá, aunque podría descoserse un poco más.
De la intensidad de lo que suceda en los comicios regionales y locales dependerá el modo y la profundidad con la que se aborde la reforma política, una expectativa que va sumando demandas, tres de ellas significativas y a debatir: la prohibición de la reelección de presidentes regionales y alcaldes, la regulación limitativa del financiamiento privado y el aumento de requisitos para la postulación a cargos de elección popular.
Aunque desde hace una década afirmamos en cada elección que hemos tocado fondo, los actuales indicadores de la crisis de la política, específicamente de los partidos, son más ineludibles. De cara a las elecciones del 2016 será más difícil voltear la mirada a la crisis de los valores tradicionales partidistas, es decir, la organización, el liderazgo, la adhesión a los programas y la movilización.
No estamos ante el fin del agrupamiento de la política pero sí de las comunidades políticas del modo conocido. La derrota del Apra en La Libertad y las autoderrotas de la izquierda en el Cusco y del PPC en Lima no fulminarán a estos partidos y corrientes pero ponen en debate los límites de la recuperación de las estructuras partidarias en el sentido tradicional, al condicionarla a decisiones que el sistema no ha tomado en una década y que no se sabe si las tomará.
Nuestra crisis de legitimidad partidaria es singular; depende de procesos corrosivos como el voto preferencial, la supresión de la democracia interna y el auge del emprendimiento partidario ultrapersonalizado, una dinámica en la que la formación de la representación es más nociva que el ejercicio mismo de esa representación. No obstante, el sistema solo se espanta de las consecuencias sin abordar las causas, un círculo vicioso que corre el riesgo de extenderse otros diez años.
Pagamos un costo histórico por el sentido equívoco con el que se encaró la regulación de los partidos en la década pasada, con laxitud para el financiamiento privado y los modelos de democracia interna, resistencia al financiamiento público y apertura al ingreso de formaciones independientes, regionales y locales. Si se quiso para el Perú, siguiendo la clasificación de Giovanni Sartori, un sistema de partidos de pluralismo moderado, se consiguió en un primer momento uno atomizado y ahora un sistema que ha dejado de ser tal.
Esa política ya fue y es tarde para el pasado. Las nuevas formas de identidad social y política ya están aquí. Hay más líderes fuera de los partidos que dentro de ellos y más “partidos” que no lo son pero que operan como si lo fuesen, con programas y liderazgos propios, y formas también propias de movilización. Llamar al partido mediático, empresarial o digital, por citar algunos ejemplos, con el rótulo cerrado de “poderes fácticos” es una verdad incompleta.
El reemplazo de la antipolítica por la política es un desafío serio. El país tiene un nuevo relato social del que deben hacerse cargo las nuevas y viejas formaciones. El retorno de la política es una necesidad impostergable que cada sacudón nos recuerda. El de ahora es crucial porque nunca tuvimos elecciones junto a un estallido vasto de corrupción. Así, es probable que la política retorne en otros cuerpos, a través de movimientos sociopolíticos que con distinto signo impactan América Latina, o nuevos liderazgos con menos militancia, en contra de militancias tradicionales sin liderazgos.

sábado, 16 de agosto de 2014

La rebelión de los malos

http://www.larepublica.pe/columnistas/la-mitadmasuno/la-rebelion-de-los-malos-15-08-2014
La República
La mitadmasuno
15 de agosto de 2014
Juan De la Puente
La delitopolítica es la fase superior de la antipolítica, el sistema de organización del poder y de la gestión del Estado vigente desde hace 25 años y que ahora nos estremece al ponernos sobre la mesa a centenares de candidatos con sentencias penales por delitos sobre los cuales la sociedad tiene un especial cuidado.
Aunque la verdad sin tapujos es que ni el Estado ni la prensa deberían horrorizarse demasiado, sobre todo si el primero fue impulsor y cómplice de la antipolítica y la segunda su entusiasta anunciadora, promotora y defensora. Tampoco el mercado debería sorprenderse tanto porque en las últimas décadas ha pedido y bregado por un sistema político bonito y barato, no necesariamente bueno, y lo ha conseguido.
La presencia de candidatos narcotraficantes, violadores, usurpadores, secuestradores y terroristas en las listas electorales no es reciente aunque revista ahora la forma de una invasión. Están siendo paridos por un sistema que aplaude y premia el rechazo a los partidos, a las ideologías y al compromiso doctrinario. Lo que empezó como la adulación a los independientes por su naturaleza pragmática, sin lealtades y sin historia adquiere ahora la forma de una resignación pública ante un modelo que se sabe puede existir solo sobre la base de partidos pequeños, débiles y a merced de los caudillos, con una vida precaria y sin democracia interna, una travesía en permanente emergencia acosada por movimientos regionales y locales que reproducen y masifican la corrupción, el populismo y el clientelismo.
Los partidos fueron en este proceso víctimas y verdugos. La antipolítica les fue impuesta por lo poderes fácticos aunque se produjo al mismo tiempo como resultado de su falta de competencia para enfrentar las crisis en la década de los ochenta. Ya es un consenso en la academia considerar que el quiebre de lo que alguna vez pudo llamarse sistema de los antiguos partidos es a la vez asesinato y suicidio.
La desprofesionalización de la política se acentuó en la década pasada; a ella concurrieron medidas y fenómenos como la misma Ley de Partidos que consagró el fichaje de independientes y relativizó las elecciones internas. En un proceso paralelo, el voto preferencial y la falta de financiamiento público de los grupos políticos dinamizaron el encarecimiento de las campañas electorales consolidando el eje que mueve casi toda elección: candidatos prestados/dinero. Mi cálculo conservador es que en estas elecciones se gastarán por lo menos 1.000 millones de soles.
Los antiguos partidos se resistieron inicialmente a este impulso de compra y venta de listas electorales, pero han sucumbido a la tentación; la antipolítica ha logrado que todos se adecúen a ella y desde esa legitimidad ha convertido la formación de la representación en lo que ahora es, un proceso generalmente irregular y a veces fraudulento de reclutamiento de militantes, formación de comités y designación de candidatos.
No es extraño que en ese contexto las elecciones sean una oportunidad para que los malos salgan del clóset y se trepen con dinero en la mano a la lista electoral que encuentren. Esta fase superior de la antipolítica está en su momento inicial; los más de 2 mil candidatos sentenciados son apenas el 2% del total de candidatos en todo el país, pero al ritmo en que opera puede alcanzar fácilmente el 6% u 8% en los siguientes comicios, un porcentaje capaz de arrebatarle a la sociedad el impulso de cambio.
Lo que no aparece suficientemente claro en la indignación de medios y líderes es la asociación de la delitopolítica con otros fenómenos que estallan al mismo tiempo, como la corrupción regional y municipal; el plagio de planes de gobierno; la compra de periodistas, jueces y fiscales; y la corrupción de buena parte de jurados electorales especiales. Quizás sea un esfuerzo agónico para decirnos que a pesar de que los malos se rebelan, arrinconan a los buenos y se cuelan a los cargos de representación popular, la reforma política no es necesaria porque aún podemos seguir conviviendo con la antipolítica.

viernes, 7 de marzo de 2014

Los pasos vendidos

http://www.larepublica.pe/columnistas/la-mitadmasuno/los-pasos-vendidos-07-03-2014
La República
La mitadmasuno
7 de marzo de 2014
Juan De la Puente
En un audio atribuido al congresista Julio Gagó, acusado de vender ilegalmente al Estado a través de una empresa de fachada, este señala que más de 100 parlamentarios son empresarios que “hacen los mismo”; es decir, contratar con el Estado irregularmente o, extensivamente, que hacen negocios desde su alta posición de representantes.
Quiero tomarme muy en serio las palabras de Gagó porque podría estar diciendo la verdad aunque con algo de exceso. Conozco en todas las bancadas a legisladores honrados y austeros, e incapaces de violar su mandato usando el peso de su cargo para realizar negocios u otro tipo de venta de influencias. La mayoría de ellos, mujeres y varones, son militantes de la política con larga actividad partidaria.
No obstante, es preciso reconocer que la representación parlamentaria se he transformado en los últimos años mediante un proceso marcado por varias tendencias: 1) la formación de las listas con escasa participación de los militantes y en cambio con el protagonismo de los candidatos presidenciales; 2) el alto costo de las campañas individuales; y 3) la elección de congresistas invitados, que no pertenecen al partido que los llevó en sus listas.
Este proceso ha llevado al Congreso a hombres de negocios y para el negocio. Su número es creciente y este aumento es proporcional al desarrollo de las tendencias señaladas; a menos institucionalidad de la política y de los partidos más legisladores dispuestos a hacer negocios desde sus escaños, una figura que también se aplica a la representación regional y municipal.
El político negociante es en la práctica un negociante a secas, un actor racional que emerge de la privatización e individualización de la política. Es un actor socialmente legítimo al momento de su elección, ciertamente legitimado por una campaña electoral cuantiosa, pero al fin y al cabo premiado por un sistema que incorpora al poder a mujeres y hombres pragmáticos, audaces y creadores de valor financiero. Es lógico que ello suceda en un país que se asume de emprendedores más que de ciudadanos.
No le pidamos a ese actor una agenda política y colectiva. Su quehacer político (en realidad antipolítico) tiene una lógica emprendedora más económica que social. El Congreso, la región o el municipio son mundos de oportunidades que deben ser explotadas asumiendo sus ventajas competitivas; es decir, el ser centros de poder.
En el pasado hubo empresarios, y aún los hay, dedicados a la actividad política con solvencia y honradez, representando las convicciones que adherían y los intereses generales que defendían; pertenecían a partidos que organizaban esa dedicación, moderaban el individualismo y lo homogeneizaban en un programa. Con los partidos en proceso de extinción como colectividades programáticas la precipitación de los empresarios con agenda económica a la política es irrefrenable, lo que se agrega a los políticos con relaciones bilaterales con empresas que financian sus campañas de modo oscuro. Unos y otros se realizan en el poder a través del voto preferencial.
Todo se encuentra convenientemente establecido para que este esquema tenga larga vida. El Congreso resiste con uñas y dientes la reforma política y ha congelado decenas de proyectos de ley que intentan cambiar este desastroso escenario incluido el Código Electoral propuesto por el JNE, la ONPE y el Reniec. Al contrario, en la legislatura anterior la Comisión de Constitución aprobó con el voto de los representantes de todas las bancadas la reforma de la Ley de Partidos acentuando estas deformaciones, aumentando el número de firmas para legalizar un partido y elevando hasta el 25% el porcentaje de los invitados en las listas electorales. El intento por ahora ha sido frustrado.
La razón residiría en que el sistema ha venido funcionando en favor de los intereses privados en juego aunque haya debilitado la democracia y transformado el Congreso en un espacio de movimiento económico empresarial individual muy dinámico. El Hall de los Pasos Perdidos bien podría llamarse de los Pasos Vendidos.

domingo, 16 de febrero de 2014

No eres tú, soy yo

http://www.larepublica.pe/columnistas/la-mitadmasuno/no-eres-tu-soy-yo-14-02-2014
La República
La mitadmasuno
14 de febrero de 2014
Juan De la Puente
El caso Secada se convierte en un pequeño y prometedor laboratorio de política aplicada al remitirnos a la relación entre aquella, los partidos y los políticos, en realidad una correlación entre los llamados inputs de la política, es decir sus actores y estrategias, y sus outputs, sus resultados. Así, nos es posible analizar el caso sin repasar la situación del PPC, la crisis de los partidos que le es inherente y el momento especial que vive lo que se llama política pública.
Lo de Secada era ya un caso antes de saberse de las cuatro denuncias de dos mujeres y su demoledor efecto; su intento de postular a la alcaldía de Lima forma parte del esfuerzo de legitimación de un sector de nuevos dirigentes que ya están en el Congreso y en los municipios, espacios donde tienen un desempeño eficaz y promisorio. De hecho, el PPC y el Apra cuentan con una generación de cuadros entre treintones y cuarentones con experiencia pública que buscan mejorar sus posiciones dentro y fuera de sus partidos.
En el PPC, este sector ha desafiado ciertos cánones, sobre todo el que indica que el relevo de dirigentes es más lento, más negociado y más organizado de arriba hacia abajo. Esta regla no solo fue retada por los jóvenes: la victoria del grupo que lidera Raúl Castro en las internas hace más de dos años fue inesperada y para más de uno se trató de una injusta expropiación y por lo tanto el origen de una visible hostilidad hacia la actual dirección nacional.
Bajo ese marco de presión por el ascenso en un partido abierto y al mismo tiempo estrecho, el desempeño de personajes como Secada genera crisis. El Perú necesita nuevos políticos, Secada lo es, pero no estoy seguro de que sea el tipo de nuevos políticos que se demanda o que el PPC necesite. Tiene a su favor el ser un economista en un partido de abogados, honrado, y el haber procesado una mutación neoliberal, ahora más liberal que neo, pero está convencido que ser “confrontacional” y pedante es una virtud cuando todos los manuales, y el sentido común, indican lo contrario.
El problema no es Secada sino otro, el PPC, su  cultura partidaria y su democracia. Y no es nuevo; el partido tiene tantos ex militantes que con ellos se han hecho cuatro partidos en los últimos 20 años. La razón podría estar en la persistente timidez del proyecto que se expresa en la siguiente ecuación: un gran espacio de centro derecha, un sugerente programa y una práctica política responsable, y todo ello en una organización pequeña. Dicho de otro modo, poco partido para una gran propuesta.
El PPC no tiene corrientes sino familias políticas relacionadas por vínculos variados, entre los que sobresalen la empatía y amistad, las relaciones laborales municipales y, claro, las generacionales. Tiene a su favor que es un partido de iguales o de más o menos iguales, a diferencia de otras formaciones que tienen emperadores o propietarios, donde no hay expulsados sino despedidos. Sin embargo, carece de un estado mayor nacional y de un liderazgo colectivo ambicioso, con el añadido de que la líder que sintetiza su presencia pública no está en funciones.
Me he preguntado varias veces si el PPC, luego de casi medio siglo de vida realizará el salto; su creciente espíritu liberal que desplaza lentamente el talante socialcristiano (por favor, no enviar carta de aclaración), el ensanchamiento de las clases medias objeto de representación y la descomposición de otros proyectos partidarios indicaría que estos años constituyen el momento pepecista.
El PPC es un partido fundamental de la democracia pero necesita ser grande. Encarar el salto implicaría adoptar grandes decisiones internas; algunas se avizoran en los esfuerzos maternos que hace Lourdes Flores para que la campaña interna para la alcaldía de Lima no termine en un suicidio. Sucede, no obstante, que esta interesante movilización parirá un ratón, pues no se concretará en elecciones directas con el esquema de un militante un voto, sino en la elección de delegados que a su vez designarán a los candidatos, el perfecto escenario para el juego de las familias. Todo esto dicho con aprecio.

viernes, 3 de enero de 2014

El año de la gran debilidad

http://www.larepublica.pe/columnistas/la-mitadmasuno/el-ano-de-la-gran-debilidad-03-01-2014
La República
La mitadmasuno
3 de enero de 2014
Juan De la Puente
El 2014 tendrá la virtud de no ser un año ocasional o exclusivamente de tránsito hacia un nuevo país político que se concretará el 2016; será pleno en lo que Antonio Gramsci llamaba movimientos orgánicos, es decir, sostenibles y no necesariamente coyunturales. Varios hechos serán parte de estos movimientos y influirán en ellos notablemente, como el esperado fallo de La Haya sobre los límites marítimos Perú/Chile; los dictámenes de las comisiones investigadoras de los ex presidentes García y Toledo; la elección de la mesa directiva del Congreso; las elecciones regionales y municipales; y la realización en Lima de la Conferencia Mundial de Cambio Climático, COP20, entre otros.
Se ha extinguido el impulso de la restauración democrática de los años 2000 y 2001; ha muerto porque no pudo alumbrar un nuevo sistema político, renovando actores, ideas e instituciones y universalizando derechos. Tuvo ciertos logros como haber superado la maldición de los 12 años, es decir, más de 12 años de democracia ininterrumpida desde el 28 de julio del 2001, organizado las regiones y acompañado el auge económico con algunas medidas distributivas y de incentivo a la demanda. En ese período se ha progresado, aun con efectos dispares, en varios indicadores sociales de acuerdo al reciente Tercer Informe Nacional de Cumplimiento de los Objetivos del Milenio de las NN.UU.
Las causas de este agotamiento quedarán para la disputa entre los historiadores: si se debe a las fallas del producto, es decir, a las limitaciones de la transición iniciada el año 2000 o a la fuerza de lo que Carlos Vergara ha llamado acertadamente la promesa neoliberal, relativamente exitosa en la construcción de su propia ciudadanía y, claro, de un régimen político adaptable a ella.
Esta fase del agotamiento es concurrente con una guerra política intensa, que está dejando de ser la clásica confrontación que se alterna con el consenso. Es la política democrática la que ha empezado a escasear y cede su lugar a una sucesión de reyertas, celadas y operaciones de baja intensidad. La antipolítica peruana se ha superado a sí misma y está dando paso a la contrapolítica; ambas son, al fin y al cabo, formas que asume la política, aunque la última de ellas expone una severa crisis de varios espacios del régimen, ya advertida en el pasado.
A pesar de todo lo señalado, el actual régimen político no adolece de una grave inestabilidad y parece dispuesto a soportar estos remolinos y embistes. Luego de tantas críticas sobre la displicencia de los partidos y de sus líderes para emprender una reforma consistente habría que concluir que para las necesidades de la contrapolítica el régimen no necesita reformarse. Puede funcionar con financiamiento partidario privado elevando a niveles estratosféricos las campañas electorales; con voto preferencial funcional a los intereses privados; con políticos “independientes” fichados para la ocasión; y con caudillos más fuertes que sus partidos, grupos que ganan elecciones pero que no gobiernan.
Una ruptura institucional es una posibilidad muy lejana: más bien el régimen está a punto de ser tomado por dentro y este año se consolidará la confluencia de poderes empresariales, mediáticos y partidarios con ese propósito; lo harán en el contexto de una visible debilidad del poder. La gran debilidad previa a la gran transformación.
Las elecciones regionales y municipales jugarán un rol dinamizador de este proceso; la descentralización terminará de ser copada por un conjunto abigarrado de grupos, fuerzas, tendencias y líderes. En ese cuadro, un elemento básico del nuevo país político, los partidos serán imperceptibles. Esas elecciones serán, sin embargo, una oportunidad para la izquierda local y regional que desde allí podrían reconstruir una presencia nacional que se augura esquiva por las dificultades en la formación de un frente amplio.
La promesa conservadora es casi inevitable en la medida en que sea imposible proyectar un nuevo centro político. El Perú necesita una nueva fe reformista y construir una comunidad nacional, pero parece que ese liderazgo está vacante.

viernes, 27 de diciembre de 2013

2014 y los sembradores de vientos

http://www.larepublica.pe/columnistas/la-mitadmasuno/2014-y-los-sembradores-de-vientos-06-12-2013
La República
La mitadmasuno
6 de diciembre de 2013
Juan De la Puente
Los partidos políticos nacionales se preparan nuevamente para cosechar tempestades y la siembra es más intensa que en el pasado. Se disponen a culminar el abandono de las regiones y municipios en las elecciones del 2014. A excepción de uno, Acción Popular, han decidido como prioridad no presentar candidatos propios y en cambio negociar con los movimientos regionales cupos en las listas. En otras plazas, sus líderes se despojan del uniforme partidario para crear movimientos independientes en tanto el partido se desactiva.
Con ello culminará el proceso de instalación en el poder de las elites regionales. En las elecciones del 2002, los partidos cosecharon el poder en 18 regiones; el Apra obtuvo 12 regiones, los otros partidos nacionales (Perú Posible, FIM, Somos Perú, Patria Roja y UPP) otras 6, y los movimientos regionales triunfaron en 7. No obstante, solo los del Apra mantuvieron una relación política con el partido. Los elegidos por los otros partidos fueron “fichajes” de temporada electoral que a poco de ser elegidos se separaron del partido que los cobijó, de modo que en la práctica, 13 de las 25 regiones fueron gobernadas por líderes regionales. El 2006 el divorcio entre política nacional y elite regional se acentuó; el Apra obtuvo solo dos presidencias regionales, UPP una y Patria Roja otra. Las elites regionales tomaron 21 regiones.
En las elecciones del 2010, El Apra, Somos Perú y Acción Popular ganaron una región cada uno y Alianza para el Progreso dos. Las otras 20 regiones fueron ganadas por movimientos regionales. No obstante, solo dos de los presidentes regionales se relacionan con su partido nacional (La Libertad y Lambayeque), en tanto que un presidente regional elegido como independiente se relaciona con su partido nacional (Cajamarca), de modo que para efectos prácticos las elites regionales manejan 22 de los gobiernos regionales.
En el ámbito municipal, el 2006 los partidos triunfaron en 88 (45%) de las 195 alcaldías provinciales, pero ya se advertía el desplazamiento de los movimientos regionales hacia ellas, haciéndose de 74 alcaldías provinciales (38%) en tanto que los movimientos provinciales ganaron 25 alcaldías (8%) y las alianzas electorales 18 (9%). El 2010 los partidos retroceden, ganan en 53 de las 195 provincias, las alianzas en 15, las organizaciones locales en 26 y más de 100 provincias pasan al control de los movimientos regionales.
En los distritos los partidos aún resisten; el 2006 ganaron en 839 (51%) de las 1,615 circunscripciones, los movimientos locales distritales y provinciales triunfan en 158 (10%) de ellas y las alianzas electorales en 155 (10%). No obstante, los movimientos regionales ganaron en 463 distritos (29%). El 2010 los partidos ganan 489 (30%) alcaldías de los 1,605 distritos donde se realizan elecciones y los movimientos regionales más de mil.
En resumen, los movimientos regionales gobiernan en casi todas las regiones, en más del 50% de alcaldías provinciales y en dos tercios de las alcaldías distritales. Con excepciones reproducen allí las prácticas clientelares tradicionales con una escasa visión de país. Eso no sería mucho más dañoso que la tragedia de los partidos si no fuese por la severa crisis de la representación regional.
Hay pocos presidentes regionales que no se encuentran investigados. Uno de ellos, el de Ayacucho, se encuentra prófugo, otro investigado por lavado de activos y a un tercero le embargaron sus bienes en un proceso por cobros indebidos. Por lo menos 8 presidentes regionales tienen pendientes sentencias judiciales por casos de corrupción. Al mismo tiempo, en este período, el JNE ha batido el récord de alcaldes vacados y suspendidos.
La corrupción no tiene militancia aunque la fragmentación, la volatilidad y la antipolítica han convertido a la corrupción en el principal problema de las regiones. No obstante, la decisión de los partidos nacionales de dejar la representación regional y local en manos de una elite precaria penetrada por la corrupción, es grave.

viernes, 5 de julio de 2013

La demolición de la política

http://www.larepublica.pe/columnistas/la-mitadmasuno/la-demolicion-de-la-politica-04-07-2013
La República
La mitadmasuno
5 de julio de 2013
Juan De la Puente
Los efectos que tendrán los sucesos recientes y vigentes sobre la política, en su acepción más amplia y plural, es decir, como espacio de las ideas, los movimientos y las decisiones en la perspectiva del ejercicio del poder, serán devastadores. Las denuncias, los hallazgos, las investigaciones, las declaraciones, los ataques y las defensas y, en general, los hechos y omisiones, se estructuran mágicamente como una operación de demolición de instituciones, partidos y personas. Como en toda tragedia no falta el espíritu tanático de los que se autodestruyen y de los que observan impasibles el acto destructivo.
El adelanto de la campaña electoral ha espoleado una guerra política con componentes judiciales, policiales y penales nunca antes vistos. Un saldo positivo de esto es el inicio de investigaciones que ponen sobre la mesa actos de corrupción y cadenas delictivas. Es lamentable, no obstante, que las denuncias se acerquen a destacados hombres y mujeres públicos que simbolizan proyectos de gobierno y atenacen a sus partidos, los inmovilicen y los disminuyan en una etapa donde la política requiere de voces, magisterio y orientación.
Otros dos ángulos críticos son: 1) El Parlamento, cuya crisis debilita cualquier debate y decisión porque, al parecer, ha concluido la etapa en que el Congreso era el centro de emisión de los mensajes políticos y de grandes acuerdos y su papel en la democracia se ha reducido al de escenario exclusivo de la confrontación; y 2) la realidad municipal, impactada por una escalada de actos de corrupción y eventos conflictivos internos agudos, evidencia de lo cual es el inédito porcentaje de alcaldes y regidores suspendidos, vacados, revocados, procesados, prófugos y condenados.
En esas condiciones marchamos a las elecciones del 2014 y del 2016, con un sistema político en entredicho, con altas cuotas de insatisfacción con la democracia, y un desolador espectáculo de partidos en retirada, de lo que da cuenta el reciente informe del JNE sobre los comités y locales partidarios. Si existe un momento ideal de la antipolítica, el de la democracia sin partidos o contra los partidos, es este.
Bajo ese marco, el país parece estar preparándose con mucha dedicación para la irrupción de un outsider. En la teoría política, este surge en períodos de destrucción de tejidos por razones políticas o económicas, o de aguda confrontación o de separación excepcional entre las elites políticas y la sociedad civil. Este escenario parece estar a punto. 
No es posible estimar si los partidos y en general el sistema político están en condiciones de  revertir el proceso de demolición al que se han dedicado en cuerpo y alma. Las condiciones que han disparado este proceso son manejadas por los medios de comunicación exigidos por una sociedad civil sedienta de transparencia y justicia, algo encomiable, pero que también pide sangre en la arena. Los actores políticos han empezado a escenificar más para las galerías, ante un país transformado en un gran tribunal penal.
Esta demolición es una forma de la antipolítica pero al fin de cuentas es otra política. El único modo de enfrentarla es desde una política democrática. En esta etapa, esta solo puede tener sentido si parte de un compromiso público por la reforma y contra la corrupción que impidan al mismo tiempo la impunidad y la venganza o el aniquilamiento del adversario. Para que este compromiso sea legítimo debe emerger del poder mismo y ser asumido por el espacio público, incluyendo los partidos. Póngase la mano al pecho amigo. ¿Es posible ese compromiso en el Perú del año 2013? Ahí tiene la respuesta.
En esa ruta, un desfile despreocupado hacia el abismo, sorprende que los cánones que se hacen viejos con rapidez, sean utilizados para analizar la política peruana. En medio de la demolición algunos siguen pugnando por detectar evidencias de la “enfermedad” chavista en el cuerpo peruano. Si miraran mejor podrían encontrar que el Perú se parece cada vez más a la Venezuela previa a Chávez.

viernes, 22 de febrero de 2013

El hombre político. Comedia y tragedia

http://www.larepublica.pe/columnistas/la-mitadmasuno/el-hombre-politico-comedia-y-tragedia-22-02-2013
La República
La mitadmasuno
22 de febrero 2013
Juan De la Puente
La campaña por la revocatoria oscila entre la comedia y la tragedia. La primera, no obstante, es solo la apariencia graciosa de la segunda, es decir, su propia farsa. Por debajo transcurre el drama de una clase política (¿clase? ¿política?) agotada e impedida de sostener un intercambio de ideas más o menos orientador de la sociedad. Eso que se llama escenario nacional, pocas veces ha colocado en el centro y con tanta nitidez al hombre político, desnudándolo.
Nuestro hombre político está en crisis y en franco retroceso como actor público. Actúa más pero, paradójicamente, representa menos. Es el resultado esperado de la ruptura de la comunidad política, cuyo eje debería ser el ciudadano, y de la quiebra del pacto social en el sentido de Rousseau, es decir, el acuerdo entre individuos libres e iguales para constituir un sociedad civil y política en sentido pleno, y de su remplazo por la dominación de poderes extralegales y el caudillismo extremo.
La campaña de la revocatoria empezó como una disputa política y se ha transformado en un huayco, lleno de lodo y piedras que a su paso arrastra varios futuros políticos. Sus protagonistas no pueden controlar un proceso librado a sus propias fuerzas y alimentado por los medios que han decidido hacer de la campaña un evento lúdico. Como sostiene Mariel García Lorens (Anticandidatos, guía analítica para unas elecciones sin partidos, Mitin 2011), enmarcar la discusión electoral desde el criterio del entretenimiento también es una decisión política; es uno de los productos del infotaiment, el género periodístico donde se borran las barreras entre los asuntos públicos y el juego. Al fin y al cabo, el periodismo político es la pequeña Magaly que llevamos dentro y, en algunos casos, no tan pequeña.
Como evolución natural o como obligación, las fuentes de la creación del poder han cambiado; los políticos que eran educados por los partidos lo son ahora por los medios. La política ya no se hace en los salones, como en los albores del siglo XX y no poco en las calles, como en las décadas siguientes; se hace en los diarios, la radio, la TV y en las redes sociales. Francisco García Calderón, el padre del liberalismo peruano decía que la salvación del Perú habría que buscarla en las profundidades de una biblioteca; los políticos actuales, salvo excepciones, lo buscan en los medios.
El hombre público, ahora en el centro del escenario, debe ser generalmente un agente del escándalo, buscapleitos, chismoso y agresivo. Si insulta, mejor. Su cultura jacobina, sin embargo, no es nueva; habría que buscarla en la tradición caudillista nacional y en el espíritu montonero, cuya expresión republicana más alta quizás sea Nicolás de Piérola.
Su individualismo tampoco es nuevo; Víctor Andrés Belaunde advertía y a su modo, hace 70 años (Peruanidad, elementos esenciales, 1943), que el pensamiento político tradicional pretendió siempre descartar el elemento colectivo o social de la Nación en beneficio del individualismo.
Asistimos estas semanas a un quehacer político que obedece a esas motivaciones personales y no a las colectivas: una ciudad de casi 10 millones de habitantes está jaqueada por un interés particular casi lunático. Es que el espíritu que durante la vigencia relativa del sistema de partidos llevó a los políticos a creer en la infalibilidad del grupo político se ha convertido en la convicción de la infalibilidad personal.
Que más adelante no se quejen del patrón de intercambio que este proceso revocatorio confirma: para la mayoría de políticos, como los políticos/antipolíticos, los ciudadanos no lo son o lo son poco; son bárbaros en el sentido de poco racionales, impulsivos, con escasa cultura y poco aptos para digerir mensajes completos; sin embargo, los políticos también están apareciendo ante los ciudadanos, y con poco esfuerzo, como bárbaros y por las mismas razones.
¿No va quedando claro que la reforma política en el Perú no será con los políticos sino contra ellos?

viernes, 4 de enero de 2013

Partidos, retorno a las regiones

http://www.larepublica.pe/columnistas/la-mitadmasuno/partidos-retorno-las-regiones-04-01-2013
La República
La mitadmasuno
4 de enero de 2013
Juan De la Puente
Este año será preelectoral, a pesar de que las candidaturas a las elecciones regionales y municipales recién serán definidas en el primer semestre del 2014. Varios hechos convertirían estos meses en cruciales: el anuncio de la adopción de un mecanismo para concretar el financiamiento público de los partidos, los cambios a la Ley de Partidos y la probable alteración del número de firmas requeridas para la legalización de los grupos políticos. Esta etapa será también escenario de un debate mucho más dinámico sobre el conjunto de la reforma política.
En ese contexto convendría que los partidos nacionales celebren un pacto cuyo propósito sea retornar a las elecciones regionales y locales y no repetir el abandono de esta competencia como en las elecciones del 2006 y 2010. No habrá ninguna esperanza para la reconstrucción del sistema de partidos si junto con las normas que se proponen los partidos nacionales no concretan una firme voluntad de participación, competencia y presencia en el territorio de la República. La primera interrogante de cara a las elecciones regionales y municipales del 2014 es si se frenará la disolución de los partidos fuera de Lima.
El divorcio entre la política nacional y regional/local es creciente. En las elecciones del 2006, los partidos ganaron en 88 (45%) de las 195 provincias, en un proceso en que ya se advertía el avance de los movimientos regionales, los que se hicieron de 74 alcaldías provinciales (38%). En tanto que los movimientos provinciales ganaron 25 alcaldías (8%) y las alianzas electorales 18 (9%). Ese año los partidos nacionales todavía resistían en los distritos, ganando en 839 (51%) de los 1.615 donde hubo elecciones, en tanto que los movimientos locales y provinciales ganaron en 158 (10%), las alianzas electorales en 155 (10%) y los movimientos regionales en 463 (29%).
En las elecciones del 2010, los partidos retrocedieron notablemente, ganaron solo 53 de las 195 provincias, las alianzas electorales en 15, los movimientos locales en 26 y los movimientos regionales más que 100 provincias. Ese mismo año, los partidos solo ganaron en 489 distritos y los movimientos regionales en más de 1.000.
Es también evidente la debilidad de los partidos en los gobiernos regionales. En las elecciones del 2010, el Apra, Somos Perú y Acción Popular ganaron cada uno una región y Alianza para el Progreso 2. Las otras 20 regiones fueron ganadas por los movimientos regionales. No obstante, solo 2 de los presidentes regionales (La Libertad y Lambayeque) se relacionan con su partido nacional.
La necesidad de que los partidos pacten su retorno a las regiones y municipios, no implica una crítica descalificadora de los movimientos regionales. Algunos de ellos, como el de San Martín, para citar un caso, constituyen una vocación de partido regional. La mayoría, sin embargo, resume el mismo vicio caudillista de los partidos nacionales a lo que se suma una falta de visión nacional de la política. En otro ángulo, son élites y son nuevas en el poder regional y local, pero no en la política; sus líderes han pertenecido a partidos nacionales o participado en el proceso político y por tanto cuentan con experiencia previa. También debe repasarse la formación de mayorías. En las elecciones del 2002, solo en 3 regiones los ganadores superaron el tercio de votos. Las elecciones del 2006 y 2010 han ratificado esa tendencia conduciendo a la segunda vuelta regional.
La necesidad de un pacto para retornar el escenario regional y local es parte de la reforma política y va en una dirección distinta al reciente proyecto de ley presentado por el PPC para elevar el número de firmas requerido para los movimientos regionales. En una versión del perro del hortelano electoral, los partidos no pueden impedir la política regionalista si es que no se proponen un ejercicio nacional partidario. Sería riesgoso que la ley fomente un enfrentamiento entre política regional y nacional. En cambio, el camino para un acuerdo de participación está abierto.