Mostrando entradas con la etiqueta hombre político. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta hombre político. Mostrar todas las entradas

lunes, 11 de enero de 2016

Política sin partidos. Y sin políticos

http://larepublica.pe/impresa/opinion/731993-politica-sin-partidos-y-sin-políticos
La República
La mitadmasuno
8 de enero 2016
Juan De la Puente
La repetición aumentada del rito tránsfuga o el masivo fichaje de independientes en la campaña electoral marcarán el Gobierno y Congreso nuevos. Al legitimarse los procedimientos de “jale”, giro y abjuraciones no explicadas de ideología y programas como una normalidad de la actividad pública, se consolida la antipolítica como la forma oficial de hacer política en el Perú. De paso, también se legitima a un hombre público “nuevo” aunque deberíamos esperar la inscripción de las listas parlamentarias para terminar de sorprendernos de los alcances casi infinitos del pragmatismo de nuestras mujeres y hombres públicos.
No hay duda de que la antipolítica ha cambiado a los políticos. No es el único cambio, desde los años noventa vivimos un quehacer público que ha escindido la política, dividiendo la militancia de la tecnocracia. A la realidad hartamente descrita de una democracia sin partidos habría que añadir otra, la de un poder con pocos políticos, una minoría en la vastedad de una tecnocracia cazurra, criolla  y fuertemente politiquera.
Sería un error pretender que este sea un problema solo nacional. A escala global se procesa la mutación de los poderes nacionales, de la mano de la personalización de la política, debilitando las teorías neoinstitucionalistas que subestiman la función de los líderes y de sus complejas personalidades. Las ciencias sociales le dedican ahora menos tiempo a las sociedades e instituciones y más a los “príncipes democráticos” y a las estrategias para descubrir las claves de su ascenso y controlar su poder (Sergio Fabbrini; 1999).
Aunque no todo es realmente nuevo. En la visión de Aristóteles, el político es un hombre que no se pertenece a sí mismo sino a la ciudad. Para Maquiavelo, en cambio, el político se pertenece a sí mismo en la medida que aproveche con fuerza su fortuna y con audacia su virtud, en tanto que para Weber este personaje es sobre todo el centro o epicentro de la movilización de las grandes identidades colectivas, emociones e intereses.
Parece que en el Perú hemos vuelto a Maquiavelo aunque en clave extremadamente individualista. La política ha cambiado su sentido social y se ha movido casi todo: el sujeto, el objeto y hasta la tabla de valores de análisis. En nuestro siglo XX, el ciudadano que recibía este título tenía el imperativo de ser un hombre de Estado. A inicios del siglo XXI lo era menos y ahora generalmente es un hombre de estadio. La mayoría de políticos ya no sueñan y hacen; solo hacen obras.
Los políticos austeros, con pocos soles en el bolsillo están en retirada. Esa imagen ha sido reemplazada por el candidato o elegido con dinero, suyo o de otros, una transformación que ha hecho de la política un oficio plutocrático. Conozco a varios que en las últimas elecciones no fueron candidatos o no pudieron serlo porque no estaban materialmente preparados para gastar 100 mil dólares en una campaña, o para pedirlos.
Esta forma y contenido de los hombres públicos no cambiará en el futuro cercano. La corriente de “políticos” antipolíticos es caudalosa y su variedad es creciente. Una clasificación tentativa implicaría reconocer que fuera de los políticos “de partidos” que pugnan gobernar el Estado y se aferran a las prácticas clásicas, se tiene: 1) a los políticos de cooptación, que son los que se agregan a la política, se fichan para una o dos elecciones; 2) los tecnócratas- hacedores, los que a decir de Alberto Vergara no nos gobiernan sino nos administran; 3) los políticos sociales-demandantes, activos sobre todo en la base del sistema, con conexiones intermitentes –coincidentes o conflictivas– con el Estado; y 4) los políticos intelectuales-reflexivos, los que en el esquema de Antonio Gramsci serían los intelectuales no orgánicos.
Seamos conscientes de hacia dónde se dirige el país, con más nitidez que en el pasado. El gobierno y el Congreso podrían no estar a cargo de colectividades integradas sino de decenas de personas que no le deben lealtad a ningún programa y a nada organizado.

viernes, 22 de febrero de 2013

El hombre político. Comedia y tragedia

http://www.larepublica.pe/columnistas/la-mitadmasuno/el-hombre-politico-comedia-y-tragedia-22-02-2013
La República
La mitadmasuno
22 de febrero 2013
Juan De la Puente
La campaña por la revocatoria oscila entre la comedia y la tragedia. La primera, no obstante, es solo la apariencia graciosa de la segunda, es decir, su propia farsa. Por debajo transcurre el drama de una clase política (¿clase? ¿política?) agotada e impedida de sostener un intercambio de ideas más o menos orientador de la sociedad. Eso que se llama escenario nacional, pocas veces ha colocado en el centro y con tanta nitidez al hombre político, desnudándolo.
Nuestro hombre político está en crisis y en franco retroceso como actor público. Actúa más pero, paradójicamente, representa menos. Es el resultado esperado de la ruptura de la comunidad política, cuyo eje debería ser el ciudadano, y de la quiebra del pacto social en el sentido de Rousseau, es decir, el acuerdo entre individuos libres e iguales para constituir un sociedad civil y política en sentido pleno, y de su remplazo por la dominación de poderes extralegales y el caudillismo extremo.
La campaña de la revocatoria empezó como una disputa política y se ha transformado en un huayco, lleno de lodo y piedras que a su paso arrastra varios futuros políticos. Sus protagonistas no pueden controlar un proceso librado a sus propias fuerzas y alimentado por los medios que han decidido hacer de la campaña un evento lúdico. Como sostiene Mariel García Lorens (Anticandidatos, guía analítica para unas elecciones sin partidos, Mitin 2011), enmarcar la discusión electoral desde el criterio del entretenimiento también es una decisión política; es uno de los productos del infotaiment, el género periodístico donde se borran las barreras entre los asuntos públicos y el juego. Al fin y al cabo, el periodismo político es la pequeña Magaly que llevamos dentro y, en algunos casos, no tan pequeña.
Como evolución natural o como obligación, las fuentes de la creación del poder han cambiado; los políticos que eran educados por los partidos lo son ahora por los medios. La política ya no se hace en los salones, como en los albores del siglo XX y no poco en las calles, como en las décadas siguientes; se hace en los diarios, la radio, la TV y en las redes sociales. Francisco García Calderón, el padre del liberalismo peruano decía que la salvación del Perú habría que buscarla en las profundidades de una biblioteca; los políticos actuales, salvo excepciones, lo buscan en los medios.
El hombre público, ahora en el centro del escenario, debe ser generalmente un agente del escándalo, buscapleitos, chismoso y agresivo. Si insulta, mejor. Su cultura jacobina, sin embargo, no es nueva; habría que buscarla en la tradición caudillista nacional y en el espíritu montonero, cuya expresión republicana más alta quizás sea Nicolás de Piérola.
Su individualismo tampoco es nuevo; Víctor Andrés Belaunde advertía y a su modo, hace 70 años (Peruanidad, elementos esenciales, 1943), que el pensamiento político tradicional pretendió siempre descartar el elemento colectivo o social de la Nación en beneficio del individualismo.
Asistimos estas semanas a un quehacer político que obedece a esas motivaciones personales y no a las colectivas: una ciudad de casi 10 millones de habitantes está jaqueada por un interés particular casi lunático. Es que el espíritu que durante la vigencia relativa del sistema de partidos llevó a los políticos a creer en la infalibilidad del grupo político se ha convertido en la convicción de la infalibilidad personal.
Que más adelante no se quejen del patrón de intercambio que este proceso revocatorio confirma: para la mayoría de políticos, como los políticos/antipolíticos, los ciudadanos no lo son o lo son poco; son bárbaros en el sentido de poco racionales, impulsivos, con escasa cultura y poco aptos para digerir mensajes completos; sin embargo, los políticos también están apareciendo ante los ciudadanos, y con poco esfuerzo, como bárbaros y por las mismas razones.
¿No va quedando claro que la reforma política en el Perú no será con los políticos sino contra ellos?