viernes, 18 de octubre de 2019

Una nueva mayoría democrática

https://larepublica.pe/politica/2019/10/18/una-nueva-mayoria-democratica-juan-de-la-puente-congreso-del-peru/
La República
La mitadmasuno
16 de octubre de 2019
Juan De la Puente
Desde el año 2001 la elección del Parlamento ha seguido dos reglas concurrentes. La primera, la de la continuidad, permitía que los partidos del llamado elenco estable mantuviesen posiciones, y la segunda, la regla de la novedad, que reflejaba en los congresos la presencia de nuevas formaciones. Aun cuando la regla de la continuidad fuese más acusada (elecciones 2006 y 2016), o la de la irrupción (2001 y 2011), ninguna aplastó a la otra, de manera que el Perú no tuvo en los últimos 18 años parlamentos totalmente novedosos.
En el Congreso a elegirse el 26 de enero, estas reglas persistirán y se condicionarán mutuamente; su principal signo no será la absoluta novedad de los partidos por si alguien cree que estos comicios servirán para fundar un nuevo sistema de partidos. En este punto, el sistema seguirá funcionando como un proveedor de representaciones que no se proponen alterar disruptivamente las reglas de juego. En el mismo sentido, si se indaga sobre si el próximo Congreso será pleno de un momento constituyente, la respuesta más probable es no.
La corta duración del nuevo Parlamento se contrapone con las exigencias de un proceso que tendrá como competencia de fondo las elecciones del año 2021. Esta realidad corresponde a dos elecciones seguidas a la mitad del ciclo de recomposición del sistema de grupos políticos, donde predominan actores débiles, y en el que se registran todavía más defunciones que nacimientos. De la elección emergerá un Parlamento con algunas características: 1) fragmentado; 2) inexperto; y 3)autolimitado. Será entonces, un Congreso de transición dentro de la transición, lo que no impide que sea, si se lo proponen los grupos más avanzados que lo integren, un instrumento de mucha utilidad para el futuro.
El papel más relevante del nuevo Congreso es la reforma, y en este punto se juega su trascendencia. Ese también fue el imperativo del Congreso disuelto, una hoja de ruta cantada por la realidad que fue cambiada por la confrontación, un error descomunal, de esos que solo pueden cometerse una vez en la vida, con los resultados conocidos.
El nuevo Congreso deberá fomentar con rapidez una coalición reformadora y hacer de ella su mayoría parlamentaria. Para ello, la reforma debería ser el eje de la corta campaña electoral que se ha iniciado. Lamentablemente, la mayoría de grupos pretenden encarar esta nueva etapa con otros códigos: de cara a la disolución del Congreso y con un discurso que recrea la dinámica de los últimos tres años. En quienes resulta más insólito este emplazamiento es en la izquierda, que ha vuelto a agitarse con el fantasma de una unidad en base a un programa maximalista.
De la derecha peruana, trancando la puerta para que no se toque nada de nada, no se puede esperar mucho, de manera que con la derecha e izquierda unidas -una inmovilista y la otra maximalista- sería ideal que los grupos que adscriben al centro y a las posiciones progresistas y liberales levanten un programa de reformas puntuales que atiendan ahora, no mañana, la cuestión política y social de esta transición: territorio, derechos, empleo, infraestructura, género, universalización de la salud y educación, por ejemplo.

viernes, 11 de octubre de 2019

Una transición pacífica y pasiva

https://larepublica.pe/politica/2019/10/11/una-transicion-pacifica-y-pasiva-juan-de-la-puente/
La República
La mitadmasuno
11 de octubre de 2019
Juan De la Puente
La disolución del Congreso es visto como un hecho vivido como un relámpago, y de él se destaca la velocidad de la normalización de la crisis y la igualmente rápida derrota de los disueltos, en alguna dinámica cercana a la resignación. Se extraña, no obstante, que la observación no pasara a lo realmente sorprendente: el escaso protagonismo de la sociedad, lo que se llama “la calle”.
En este episodio las masas no hicieron la historia; la movilización ciudadana fue puntual, decisiva, pero limitada, en un contexto crítico y extremo donde no existía agitación, solo agitados, un desenlace que no puede explicarse exclusivamente desde la falta de legitimidad de los actores, es decir, desde la desafección.
Sostengo que la sociedad ha reaccionado también desde sus intereses específicos, de ese “mucho que perder” que muestran y matizan algunos datos de la encuesta del IEP reciente. En ella, solo el 22% cree que la decisión de disolver el Congreso implica un golpe de Estado, una cifra que se eleva a 26% en los sectores D y E y a más de un tercio entre los jóvenes de 18-24 años.
El comportamiento de la opinión pública, antes y luego de la disolución del Parlamento, no se advierte populista, a pesar del tono populista –ese sí- de casi todas las narrativas de los actores directos de este período crítico. El “que se vayan todos” no es, por lo menos hasta ahora, un reclamo radical y explosivo, y como rezan los sondeos y la práctica es expuesto en clave democrática. Al revés, la élite no ha logrado movilizar a los ciudadanos con su narrativa dramática y explosiva. Estos más bien exhiben un temperamento crítico con el liderazgo de la política, y con el desempeño del Gobierno, inclusive.
Esa sociedad ha sido tan ejemplarmente democrática como distante. Este dato marca la transición como un fenómeno pacífico y también pasivo. Ahora mismo está en duda si Vizcarra tendrá una oposición de izquierda, de derecha, o de arriba.
En este punto se asoma un problema estratégico. Una evolución sin una mínima disrupción no es un buen negocio para la sociedad, porque puede anunciar un cambio sin cambio, un tránsito hacia lo mismo, un viaje repetido. Una transición al dejavú.
Las elecciones como devolución de la soberanía al pueblo tienen sentido si resuelven el proceso crítico en su parte política y social, o si establece el curso del cambio, o por lo menos ordena el debate. En tal sentido, las elecciones son la esfera externa de esta etapa –disputa por el poder y relación de fuerzas- pero no debe olvidarse la esfera interna, es decir, la necesidad de renovar las reglas de juego agotadas que no pueden producir un orden consensuado de una sociedad que ha cambiado radicalmente en dos décadas.

Es bueno que haya elecciones, pero es malo que no asomen coaliciones. Es correcto que el pueblo vote, pero no luego de una campaña en torno al pasado y sin ideas. El ciclo post disolución tiene varias preguntas (cuánto durará, quién ganará, qué cambios se harán, y qué dimensión tendrá lo que muera) que deberían responderse desde las grandes ideas, frentes y programas y no desde el juego en pequeño. La transición peruana no puede ser más un cuaderno en blanco a ser escrito todos los días. Ha sido derrotado el Congreso, pero no la crisis.

sábado, 5 de octubre de 2019

Un disparo desde el piso

https://larepublica.pe/politica/2019/10/04/un-disparo-desde-el-piso-juan-de-la-puente/
La República
La mitadmasuno
4 de octubre de 2019
Juan De la Puente

El pasado 27 de setiembre, el presidente Vizcarra disparó desde el piso uno de sus últimos proyectiles luego de un duro pulso con la alianza gobernante del Congreso, ante la que se debilitó las últimas semanas.
Se estimaba insuficiente su respuesta porque no se refería al tema de fondo, el archivo de la propuesta de adelantar las elecciones generales al 2020. A mí me parecía que, si bien era una reacción sobre una rama del problema –la cuestionada designación del TC–, esa rama era importante porque era parte del árbol, y ese árbol es parte del bosque de la larga transición a la que hemos ingresado. Y hasta parecía que Vizcarra intentaba una negociación tácita con el fujimorismo sobre el TC y aún no el adelanto electoral.
El disparo alcanzó su blanco; la coalición conservadora que tomó el poder del Congreso en julio pasado pudo moverse, hacerse a un lado, y mantener la ventaja que había conseguido, que ya era importante. Pudo postergar la elección del TC, mantener su oposición al adelanto electoral, problematizar la cuestión de confianza sobre este punto, seguir desgastando al Gobierno y avanzar en áreas colaborativas.
Pero les perdió el radicalismo, y especialmente la soberbia, lo que en el lenguaje moderno de la política criolla se denomina “borrachitos de poder”. ¿Qué pasó? La coalición tuvo un desperfecto de origen: siendo sorprendentemente amplia, al constituirse fue tomada por un núcleo fanático y extravagante de Fuerza Popular que se ensambló con personajes chocantes y desusados como el entonces presidente del Congreso, un señor feudal de horca y cuchillo.
Esta simbiosis fue trágica; multiplicó la capacidad disruptiva del Congreso, arrinconó al Gobierno, cierto, pero operó con brutal ambición. Introdujo en la crisis una narrativa explosiva en la que cabía desde la vacancia presidencial, la investigación del mensaje presidencial del 28-J y las encuestadoras, y la supresión del enfoque de género.
Se ensancharon como alianza, también es cierto, pero dejaron sus flancos abiertos; combinaron mal sus intereses y no pudieron administrar sus prioridades. En tal sentido, la disolución del Congreso es por una parte la liquidación de esta coalición y por la otra su suicidio.
Deseándolo o no, Vizcarra ha derrotado el intento de legitimación de una vasta asociación ultraderechista que se preparaba para dirigir la transición. Siendo justos, se debe anotar que no solo fue él; la movilización de la sociedad, aunque a niveles relativos y no tradicionales, fue decisiva en las horas del escalamiento de la crisis. Es bueno insistir en el papel de la opinión pública –sobria y prudente– porque se ha ratificado que el garante de la transición sigue siendo el presidente, pero la principal tarea pendiente también sigue siendo el cambio.

La caída de la coalición conservadora tendrá efectos en la relación de fuerzas en el mediano plazo. Los grupos políticos autonomizarán sus estrategias y se volverá a fragmentar el campo conservador, similar a lo que ocurre en el sector progresista-liberal. Cualquiera sea el resultado de esta etapa las cosas no volverán a su estado original porque existe más espacio para una épica de cambio que antigolpista. Nos adentramos en la fase programática de este extenso período, una nueva disyuntiva.