La República
La mitadmasuno
16 de octubre de 2019
Juan De la Puente
Desde el año 2001 la elección del
Parlamento ha seguido dos reglas concurrentes. La primera, la de la
continuidad, permitía que los partidos del
llamado elenco estable mantuviesen posiciones, y la segunda, la regla de la
novedad, que reflejaba en los congresos la presencia de nuevas formaciones. Aun
cuando la regla de la continuidad fuese más acusada (elecciones 2006 y 2016), o
la de la irrupción (2001 y 2011), ninguna aplastó a la otra, de manera que el
Perú no tuvo en los últimos 18 años parlamentos totalmente novedosos.
En el Congreso a elegirse el
26 de enero, estas reglas persistirán y se condicionarán mutuamente; su
principal signo no será la absoluta novedad de los partidos por si alguien cree
que estos comicios servirán para fundar un nuevo sistema de partidos. En este
punto, el sistema seguirá funcionando como un proveedor de representaciones que
no se proponen alterar disruptivamente las reglas de juego. En el mismo
sentido, si se indaga sobre si el próximo Congreso será pleno de un momento
constituyente, la respuesta más probable es no.
La corta duración del nuevo Parlamento se contrapone con las
exigencias de un proceso que tendrá como competencia de fondo las elecciones
del año 2021. Esta realidad corresponde a dos
elecciones seguidas a la mitad del ciclo de recomposición del sistema de grupos
políticos, donde predominan actores débiles, y en el que se registran todavía
más defunciones que nacimientos. De la elección emergerá un Parlamento con
algunas características: 1) fragmentado; 2) inexperto; y 3)autolimitado. Será entonces, un
Congreso de transición dentro de la transición, lo que no impide que sea, si se
lo proponen los grupos más avanzados que lo integren, un instrumento de mucha
utilidad para el futuro.
El papel más relevante del nuevo
Congreso es la reforma, y en este punto se juega su trascendencia. Ese
también fue el imperativo del Congreso disuelto, una hoja de ruta cantada por
la realidad que fue cambiada por la confrontación, un error descomunal, de esos
que solo pueden cometerse una vez en la vida, con los resultados conocidos.
El nuevo Congreso deberá fomentar
con rapidez una coalición reformadora y hacer de ella su mayoría parlamentaria.
Para ello, la reforma debería ser el eje de la corta campaña electoral que se
ha iniciado. Lamentablemente, la mayoría de grupos pretenden encarar esta nueva
etapa con otros códigos: de cara a la disolución del Congreso y con un discurso
que recrea la dinámica de los últimos tres años. En quienes resulta más
insólito este emplazamiento es en la izquierda, que ha vuelto a agitarse con el
fantasma de una unidad en base a un programa maximalista.
De
la derecha peruana,
trancando la puerta para que no se toque nada de nada, no se puede esperar mucho,
de manera que con la derecha e izquierda unidas -una inmovilista y la otra maximalista-
sería ideal que los grupos que adscriben al centro y a las posiciones
progresistas y liberales levanten un programa de reformas puntuales que
atiendan ahora, no mañana, la cuestión política y social de esta transición:
territorio, derechos, empleo, infraestructura, género, universalización de la
salud y educación, por ejemplo.