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sábado, 5 de octubre de 2019

Un disparo desde el piso

https://larepublica.pe/politica/2019/10/04/un-disparo-desde-el-piso-juan-de-la-puente/
La República
La mitadmasuno
4 de octubre de 2019
Juan De la Puente

El pasado 27 de setiembre, el presidente Vizcarra disparó desde el piso uno de sus últimos proyectiles luego de un duro pulso con la alianza gobernante del Congreso, ante la que se debilitó las últimas semanas.
Se estimaba insuficiente su respuesta porque no se refería al tema de fondo, el archivo de la propuesta de adelantar las elecciones generales al 2020. A mí me parecía que, si bien era una reacción sobre una rama del problema –la cuestionada designación del TC–, esa rama era importante porque era parte del árbol, y ese árbol es parte del bosque de la larga transición a la que hemos ingresado. Y hasta parecía que Vizcarra intentaba una negociación tácita con el fujimorismo sobre el TC y aún no el adelanto electoral.
El disparo alcanzó su blanco; la coalición conservadora que tomó el poder del Congreso en julio pasado pudo moverse, hacerse a un lado, y mantener la ventaja que había conseguido, que ya era importante. Pudo postergar la elección del TC, mantener su oposición al adelanto electoral, problematizar la cuestión de confianza sobre este punto, seguir desgastando al Gobierno y avanzar en áreas colaborativas.
Pero les perdió el radicalismo, y especialmente la soberbia, lo que en el lenguaje moderno de la política criolla se denomina “borrachitos de poder”. ¿Qué pasó? La coalición tuvo un desperfecto de origen: siendo sorprendentemente amplia, al constituirse fue tomada por un núcleo fanático y extravagante de Fuerza Popular que se ensambló con personajes chocantes y desusados como el entonces presidente del Congreso, un señor feudal de horca y cuchillo.
Esta simbiosis fue trágica; multiplicó la capacidad disruptiva del Congreso, arrinconó al Gobierno, cierto, pero operó con brutal ambición. Introdujo en la crisis una narrativa explosiva en la que cabía desde la vacancia presidencial, la investigación del mensaje presidencial del 28-J y las encuestadoras, y la supresión del enfoque de género.
Se ensancharon como alianza, también es cierto, pero dejaron sus flancos abiertos; combinaron mal sus intereses y no pudieron administrar sus prioridades. En tal sentido, la disolución del Congreso es por una parte la liquidación de esta coalición y por la otra su suicidio.
Deseándolo o no, Vizcarra ha derrotado el intento de legitimación de una vasta asociación ultraderechista que se preparaba para dirigir la transición. Siendo justos, se debe anotar que no solo fue él; la movilización de la sociedad, aunque a niveles relativos y no tradicionales, fue decisiva en las horas del escalamiento de la crisis. Es bueno insistir en el papel de la opinión pública –sobria y prudente– porque se ha ratificado que el garante de la transición sigue siendo el presidente, pero la principal tarea pendiente también sigue siendo el cambio.

La caída de la coalición conservadora tendrá efectos en la relación de fuerzas en el mediano plazo. Los grupos políticos autonomizarán sus estrategias y se volverá a fragmentar el campo conservador, similar a lo que ocurre en el sector progresista-liberal. Cualquiera sea el resultado de esta etapa las cosas no volverán a su estado original porque existe más espacio para una épica de cambio que antigolpista. Nos adentramos en la fase programática de este extenso período, una nueva disyuntiva.

jueves, 22 de marzo de 2018

Parte de crisis 2. Jueves 22, 7.45 am.

Por Juan De la Puente
El campo donde se ha librado la última batalla de la crisis peruana muestra todavía sus muertos y heridos. Apenas derribados PPK y Kenji Fujimori, aumenta la demanda del adelanto de elecciones que jaquea a vencedores y vencidos. Las lecciones de los últimos 18 meses, y en especial del período
diciembre-marzo, son valiosas para los que quieran asumirlas. La crisis continua, Vizcarra será una estación de ella, espero eficaz y diligente, las partes siguen siendo débiles y nadie se ha apropiado del discurso del cambio, que espera vestido y alborotado.
1.- Los explosivos videos que han terminado en la renuncia de PPK han sido la gota que rebalsó el vaso. Pero fue la última. Ese vaso se había llenado con otros errores, omisiones y estrategias, de modo que sería inexacto atribuir la caída de PPK solo a los videos, e incluso al fujimorismo. En ese punto, al igual que Alberto Fujimori el año 2000, su carta de renuncia es una pieza de exclusión de responsabilidades propias. PPK ha caído no solo porque siendo un presidente débil fue desgastado por un Congreso hostil en más de una ocasión al extremo, sino porque no supo apoyarse en la sociedad para esa batalla, salvo en los dos primeros lances con el Parlamento, cuando el debate de la delegación de facultades y la censura a Jaime Saavedra. También porque abandonó promesas electorales, porque no fue diligente y eficaz en el manejo de lo público y, sobre todo, por dos razones finales: no encaró con transparencia y limpieza el caso Odebrecht que le explotó en la cara (es el primer presidente de A. Latina al que ha derribado el caso Lavajato y eso no habrá que perderlo de vista); e indultó a Fujimori en base a un acuerdo espurio y reprochable, privándose de los últimos apoyos que le quedaban. El caso PPK debería estudiarse como un ejemplo de cómo no gobernar en minoría.
2.- Si nos atenemos a los juegos específicos, no se puede afirmar que la caída de PPK es la victoria del modelo de oposición que escogió el fujimorismo. Es cierto que al final, en un solo movimiento Keiko Fujimori ha pulverizado a Kenji, ha derrotado a su padre proclive a este y ha sacado del poder a Kuczynski. En cualquier caso, esa contabilidad seria exitosa y gananciosa si no fuese por el costo que también es contable: la pérdida de la mayoría absoluta del Congreso (que podría resolver con los desafueros), la división de su partido, el atroz desprestigio del Congreso, y la merma sustantiva de sus opciones políticas.
3.- Fuerza Popular no ha muerto en esta batalla, pero queda seriamente aislada en la sociedad, una rara oposición a la defensiva. Keiko se enfrenta a un terrible desafío; con dos fujimorismos a la vista –el del padre ya no el del hermano, hecho añicos- la estrategia de la retoma del poder a partir del indulto se diluye. La paradoja es que el límite de Fuerza Popular es el fujimorismo mismo, al que le queda muy poca épica y casi ninguna epopeya, valores de una tradición que la guerra entre hermanos ha derretido. El post fujimorismo está servido; si no lo toma, muere. La derecha opera con las mismas reglas que la izquierda, y necesita un liderazgo.
4.- El caso de la izquierda es parecido. Fue la tercera fuerza que obtuvo caso 3 millones de votos. Su temprana división en el Congreso lo condujo a privilegiar este espacio, dejando gran parte de las calles y de la vigilancia de la democracia y los derechos a un grupo de organizaciones y colectivos sociales que fueron los organizadores de las jornadas de los últimos 18 meses. Se produjo entonces, y aun ahora, un fenómeno donde la actividad parlamentaria es subsidiaria o ajena a la sociedad organizada. Cuando la crisis se agravó, en diciembre, una parte de la izquierda, en la calle y en el Congreso, se compró el discurso de que la vacancia era golpe de Estado en lugar de apostar al adelanto de elecciones junto a un programa de cambio político, lo que fue el último servicio a un gobierno casi muerto por corrupción.

5.- Esta izquierda ha sido un actor clave de la segunda vacancia, aunque persiste el principal desafío, que es el cambio. Ahora, cuando el 50% del país no quiere que se barajen las cartas de nuevo, sino que se juegue otro juego, extraña que desde la izquierda no se proponga un programa de cambio con horizonte en el corto y mediano plazo. Si la izquierda se atrinchera en un programa de largo plazo, sin responder a la demanda de elecciones adelantadas, le estaría regalando la crisis a la derecha o al centro que no tarda en articularse. A la vieja consigna de unidad y lucha, le falta lo segundo. Ahora, eso es más rentable que el debate de si se acepta la renuncia o se insiste en la destitución de PPK.

domingo, 18 de febrero de 2018

El club de la destrucción

La República
La mitadmasuno
16 de febrero 2018
Juan De la Puente
Desde hace semanas, ningún actor institucional o individual acumula políticamente en este período de búsqueda de alternativas, una señal de alerta respecto a las fallas en las estrategias de partidos y movimientos de cara a los otros actores, y esencialmente frente la sociedad. Los grandes anuncios y esfuerzos con escasos resultados son el reflejo de una interpretación equivocada o por lo menos incompleta de la actual etapa del país.
Por lo pronto, la derecha e izquierda no son premiadas por la opinión pública, probablemente porque han reducido sus estrategias en la disputa por la presidencia de la República, perdiendo de vista aspectos cruciales de la agenda más allá del cambio en ese cargo público. El juego vacancia, renuncia y permanencia no suministra certezas desde ningún sector a la sociedad, y en cambio fortalece la incertidumbre. Las opciones centristas también han caído, una anormalidad contra el manual, que reza que la tensión entre los extremos permite la oportunidad a una tercera alternativa.
Las múltiples debilidades en esta crisis están pasando factura, y se ven reflejadas en las últimas encuestas, especialmente en la más reciente de Ipsos Perú. El rasgo central en lo que concierne a los líderes e instituciones son las altas cuotas de desaprobación. Por esa razón, la idea de una dinámica política perfecta gobierno vs oposición, donde lo que pierde uno lo gana el otro, se ha convertido en extremadamente relativa.
Quizás sea el momento de preguntarse si el actual esquema de confrontación reportará beneficios a los actores. Incertidumbre más debilidad no son necesariamente inherentes a toda crisis. En nuestro caso, están atadas a un juego estrictamente parlamentario y elitista que impide la participación, el dialogo social, la consulta y el debate ciudadano. La imagen de un ring donde se golpean varios jugadores por mucho tiempo ante un público que solo silba o aplaude, se desgasta irremediablemente.
Una explicación de esta afanosa infertilidad de los liderazgos es que hay más crisis “arriba” que “abajo”, y la enorme imposibilidad de las élites de contagiar al país su ansiedad por superar este momento o por lo menos impactar con nuevas grandes ideas respecto al futuro cercano. La enorme brecha aprobación/desaprobación de lideres e instituciones impide a la opinión pública diferenciar las estrategias inmovilistas de las de cambio, y es probable que para los ciudadanos la elite peruana sea un club de la destrucción, internamente indiferenciada.
Así, la situación actual tiende a empantanarse en tanto que todos los progresos siempre serán pequeños. Por ejemplo, el sentido común en favor de la salida de PPK de la presidencia es mayoritario, pero no abrumador. Frente al 54% de quienes creen que debe apartarse del poder se tiene más de un 40% que cree que debe mantenerse. Si 4 cada 10 peruanos afirman que el presidente debe quedare en el poder, es evidente un cuadro extraño que puede resumirse así: es un problema que PPK se quede, pero también es un problema que se vaya. El primer beneficiado de esta inercia es el mismo PPK.
Hasta nuevo aviso –una nueva denuncia, los 87 votos de una vacancia no express y una demanda activa de la calle – el Congreso se debilitará como el vértice de los esfuerzos que resuelvan este empate de fuerzas agotadas con estrategias incompletas. En tanto, no emerge ningún espacio que vía el Gobierno o la oposición activen una respuesta política y social tanto a la crisis como a la agenda pública abandonada. Las elecciones municipales y regionales que podrían ser el elemento dinamizador se anuncian en un formato de harta publicidad y escasa movilización.

A pesar se ello, las tendencias en pugna entre la salida de PPK del poder y la inercia que lo mantiene en la presidencia, puede ser dinamizada desde los movimientos sociales, a través de un gran diálogo social, nacional y regional, sobre los elementos de este período. Sin la presencia efectiva de los ciudadanos, esta etapa de gran inestabilidad se perderá como una gran oportunidad de construir una agenda para el futuro.