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miércoles, 8 de enero de 2020

El año de la sabiduría. Balance del 2019

https://larepublica.pe/politica/2019/12/31/elecciones-2020-la-mitad-mas-uno-el-ano-de-la-sabiduria-por-juan-de-la-puente-congreso-tribunal-constitucional-martin-vizcarra-salvador-del-solar/
La República
La mitadmasuno/Especial
31 de diciembre de 2020
Por Juan De la Puente
Extrañaremos al año 2019, el más atípico de los que nos ha tocado vivir; demasiado intenso y contradictorio para ser asumido desde el rencor o la glorificación, y necesario de apreciarlo rehuyendo las bajas pasiones. Que la ciencia médica no intente hacer el trabajo de la historia; al fin de cuentas, un año no tiene la culpa de que en tan poco tiempo se vivieran décadas y se resolvieran largos pendientes.
El 2019 fue de colisión y ruptura, sí, pero también el año en que la sangre no llegó al río. Lo primero es simbolizado por la disolución del Congreso, y lo segundo por un 30 de setiembre que no generó un caos nacional. Mientras cuatro de los cinco países limítrofes se incendiaban, los peruanos centrábamos nuestra principal controversia en el Tribunal Constitucional e iniciábamos una campaña electoral. Ni Suiza.
Difícil no llamar guerra al encono violento entre el Gobierno y el Congreso, aunque el modo en que fue administrada esta guerra fue inédito. Solo al final los dos bandos apuraron movimientos extremos, el Congreso el archivo de la propuesta del adelanto electoral (26/9) y el rechazo de la cuestión de confianza (30/9); y el Gobierno la propuesta de adelantar las elecciones (28/8) y disolver el Congreso (30/9).
Las batallas atípicas del 2019 agotaron los manuales sobre el conflicto, desde los que aconsejan atacar o no luchar, a los que sugieren engañar. Sun Tzu se habría muerto de rabia en el 2019 peruano, porque nadie engañó a nadie y en cambio todos nos autoengañamos un poco, mientras los grandes adversarios ni se conocían a sí mismos. Como corolario, los derrotados no están tan derrotados.
La sangre no llegó al río porque fue una guerra de iguales; iguales pero débiles, que se propinaban golpes asimismo endebles. Esta debilidad tiene sus códigos propios que conviene tomar en cuenta porque aún persiste en el período posdisolución: la participación relativa de la sociedad y la poca pericia del Gobierno para administrar sus éxitos. De hecho, el letargo de Vizcarra en la etapa enero-junio fue decisivo para que el fujimorismo reagrupara a la oposición y retomara la mesa directiva del Congreso en julio.
Volviendo a los códigos propios de esta guerra, la calle se expresó con racionalidad impregnando este período con dos atributos que marcan la diferencia con Chile, Bolivia, Ecuador y Colombia, es decir, una transición pasiva y pacífica. Esta racionalidad de la sociedad (algunos creen que también es expresión de una debilidad superlativa) operó como una combinación de un sistema fuerte y la prudencia ciudadana. Y todavía hay quienes siguen llamando populista al pueblo peruano. Llámalo sabiduría si quieres.
Vivimos asimismo un itinerario constitucional inédito, la continuación de lo que se inició el 2016. Nunca la Constitución había sido planchada y estirada tantas veces o abierta tantas veces para buscar en ella y sus instituciones. En un año tuvimos dos cuestiones de confianza, una propuesta de adelanto electoral, tres gabinetes, una disolución del Congreso, un llamado a elecciones parlamentarias, una elección frustrada de un miembro del TC, y un conflicto de competencia sobre la disolución del Congreso. Ahí reside otro sentido común del 2019: ya somos un pueblo constitucional que quiere reformar la Constitución.
Fue también un año espectacular con muestras de sagacidad; me quedo con la del pueblo de Arequipa, que interrumpió la crisis para llamarnos la atención sobre Tía María y recordarnos que en esta transición existe una agenda política y otra social. Fueron también sagaces el fujimorismo para reconstruirse en julio a pesar de su crisis; Vizcarra, para disparar desde el piso, caído, y dar en el blanco el 30 de setiembre aprovechando el fanático frenesí del grupo que había tomado la mayoría, disolviendo con el Congreso la coalición conservadora; y Salvador del Solar, además de arrojado, para plantear una cuestión de confianza en virtual artículo mortis.
¿Hubo personajes trágicos? Sí, el mayor de ellos, Pedro Olaechea, medalla olímpica en la prueba de salto al vacío; y amagos de negociación que tendrán que esperar a las memorias de Luis Iberico.
Se inicia el año 2020 con una transición en una etapa de desfleme. La tensión se deriva a la lucha contra la corrupción que tiene menos novedades –pero tiene– en un contexto en que el 26 de enero revelará cuánto impactará el proceso Lava Jato en la vigencia de los partidos implicados en la corrupción y en los que se presentan como la solución. Podría ser que los electores, con sabiduría, no entreguen confianzas aplastantes.

Finalmente, no olvidemos que de cara al 2020 ha crecido la conciencia sobre derechos y libertades, aunque ha sido gracias a sucesos dramáticos como la alta tasa de feminicidios o la muerte de jóvenes en una tienda de McDonald's. En este escenario, es destacable que una de las causas y efecto de la reforma política haya sido la formación de una mayoría nacional en favor de la paridad. El Congreso la cepilló pero no pudo anularlo.

martes, 31 de diciembre de 2019

Diferencia e indiferencia electoral

https://larepublica.pe/politica/2019/12/20/diferencia-e-indiferencia-electoral-juan-de-la-puente-la-mitadmasuno/
La República
La mitadmasuno
20 de diciembre de 2019
Juan De la Puente
La reciente encuesta del Instituto de Estudios Peruanos (IEP) publicada por La República arroja cifras gruesas sobre la indiferencia electoral de los peruanos, un grupo de datos macizos que alertan de una brecha consistente entre una transición que se suponía viabilizaba el cambio y una sociedad desmovilizada, por lo menos en términos tradicionales.
No se estimaba que esa distancia era tan profunda. De acuerdo a los datos, menos de un tercio de peruanos se apresta a votar el 26 de enero creyendo que ejercerá su derecho a votar, en tanto que el porcentaje restante se fragmenta entre quienes lo harán por no pagar la multa, porque es su deber (obligación) o que es una pérdida de tiempo.
Este dato dialoga con otros; uno de ellos es el bajo porcentaje (18%) de quienes se encuentran un tanto informados de los partidos y candidatos que compiten en estas elecciones, lo que puede tener varias lecturas −escasa campaña, poco tiempo, propuestas que no interesan, malos candidatos− pero una sola conclusión: la falta de sintonía entre la oferta electoral y la demanda política.
Es igualmente baja la seguridad en el voto decidido (16%) frente a 50% que no ha escogido una opción. La referencia de que “así somos los peruanos” no debería ser aplicada a estas elecciones que se suponían son la llave de los cambios. Podría ser que la desconfianza/indiferencia de los peruanos, y no solo electoral, no solo alcanzaba al Congreso disuelto sino por adelantado al que se elegirá, o que la brecha entre alta demanda de cambio y escasa oferta reformista ya se ha resuelto antes de las elecciones con el abandono de la cancha por gran parte de los electores o el amago de hacerlo. Si fuese así, el nuevo Congreso ya nacería “marcado”.
En este punto es donde la desconfianza se puede convertir en mortal para el sistema. Por un lado, parecen estar dadas las condiciones para un alto porcentaje de abstención, a tono con el incremento de los últimos procesos electorales, que llevaron a que, en el referéndum de diciembre del año pasado, solo acudieran a votar el 72.5% de los electores hábiles.
Como se apreció en otros procesos electorales, existe una dinámica entre el voto nulo/blanco y la abstención, en el sentido que reduce la legitimidad de los elegidos, especialmente en las circunscripciones electorales medianas y pequeñas, en cuyos casos, esta confluencia ha sido el preludio de vacancias, revocatorias e ingobernabilidad.
Si estos datos no se alteran el 26 de enero, la salida electoral de la transición, leída como un nuevo Parlamento para hacer un nuevo momento de la política peruana, se habrá bloqueado, y no en demanda de solución rupturista, sino reclamando nuevos actores y propuestas, incluso más novedosas y audaces que las que hoy aparecen como lo nuevo.

Si la composición del nuevo Congreso no significa una respuesta diferente a la crisis, la transición peruana se habrá devorado una oportunidad y con ella la posibilidad de cambios impulsados desde el centro político, y las elecciones del 2021 serán más polarizadas que estas, y con programas de cambio aun más radicales. El desafío de los partidos que han salido a la cancha es que también lo hagan los electores.

El síndrome de Moisés

https://larepublica.pe/politica/2019/12/06/el-sindrome-de-moises-juan-de-la-puente-la-mitadmasuno/
La República
La mitadmasuno
6 de diciembre de 2019
Juan De la Puente
El relato del éxodo es el del éxito de Moisés para liberar al pueblo hebreo de la esclavitud egipcia y conducirlo a la Tierra Prometida. Como se sabe, este tránsito desde el sufrimiento hacia el bienestar tuvo un momento crítico, uno de muchos, cuando luego de un tiempo, al no aparecer lo prometido, el pueblo se volvió contra Moisés.
La disolución del Congreso tuvo como principal clave simbólica que habría otro Congreso, y que este sería superior al disuelto. Formaba parte de esa promesa, el entendimiento de que, sin la obstrucción de la mayoría parlamentaria, el proceso político se abría a la renovación de las ideas y de las personas, en el marco de un proceso electoral superior y una gobernabilidad eficiente y no solo estable.
Esta promesa no se está cumpliendo, lo que no hace mejor al Parlamento disuelto sino cuestionable lo que ha sobrevenido luego del 30 de setiembre. De hecho, el proceso político no se ha renovado porque los temas y las voces de la agenda pública -fragmentada y manoseada- siguen siendo las mismas en la forma y contenido. En ese punto, la renovación es un desafío.
No se puede borrar de un plumazo el gran tema de la corrupción de la agenda pública, ni pensarlo. No obstante, esta no se ha ampliado, y daría la impresión de que fuera de los casos Lava Jato y el Club de la Construcción, se progresa poco en la defensa de esa parte de la legalidad democrática.
No se puede afirmar que la campaña electoral es prometedora. La mitad de este proceso ya ha sido “jugado” con la liberación de Keiko Fujimori y las revelaciones del financiamiento secreto de las empresas a Fuerza Popular. La otra mitad ofrece un cuadro de menor calidad que los procesos electorales de los años 2011 y 2016, con dos “grandes” temas que todos repiten, la inmunidad y el sueldo de los congresistas. Al escuchar esas prioridades es imposible no pensar que ambos temas pueden ser tratados la primera semana del nuevo Congreso. ¿Y el resto del tiempo?
Los disparos al pie que el gobierno se da, no son anécdotas. Cada uno le ha costado un ministro y un lento proceso de pérdida de aprobación y acaso de legitimidad. En este punto, las omisiones mayores del Ejecutivo son su falta de compromiso con la campaña electoral, se entiende no para respaldar a un partido sino para movilizar a los ciudadanos poniendo sobre la mesa los asuntos que deberá encarar el país, incluyendo su nuevo Congreso los próximos meses.
Que un gobierno no postule a un partido en las elecciones, no significa que se desentienda de ellas en nombre del buen gobierno, especialmente si vivimos en un vecindario últimamente movedizo que pone a la defensiva al gobernante más reconocido.
Al perderse la escasa movilización en favor del cambio que se había logrado en la etapa de la disolución del Congreso, se pierde también el compromiso de los ciudadanos, con el consiguiente riesgo de que aumente el porcentaje de abstención y de los votos viciados y blancos.

Este resultado sería un revés para la transición y un efecto contrario al que tuvo el referéndum de diciembre del año pasado. Estaríamos, por ejemplo, ante la cancelación temprana de una prometedora transición democrática, con las puertas abiertas a otros fenómenos y experimentos.