La República
La mitadmasuno
20 de diciembre
de 2019
Juan De la
Puente
La reciente
encuesta del Instituto de Estudios Peruanos (IEP) publicada por La
República arroja cifras gruesas sobre la indiferencia electoral de los
peruanos, un grupo de datos macizos que alertan de una brecha consistente entre
una transición que se suponía viabilizaba el cambio y una sociedad
desmovilizada, por lo menos en términos tradicionales.
No se
estimaba que esa distancia era tan profunda. De acuerdo a los datos, menos de
un tercio de peruanos se apresta a votar el 26 de enero creyendo que ejercerá
su derecho a votar, en tanto que el porcentaje restante se fragmenta entre
quienes lo harán por no pagar la multa, porque es su deber (obligación) o que
es una pérdida de tiempo.
Este dato
dialoga con otros; uno de ellos es el bajo porcentaje (18%) de quienes se
encuentran un tanto informados de los partidos y candidatos que compiten en
estas elecciones, lo que puede tener varias lecturas −escasa campaña, poco
tiempo, propuestas que no interesan, malos candidatos− pero una sola
conclusión: la falta de sintonía entre la oferta electoral y la
demanda política.
Es
igualmente baja la seguridad en el voto decidido (16%) frente a 50% que no ha
escogido una opción. La referencia de que “así somos los peruanos” no debería
ser aplicada a estas elecciones que se suponían son la llave de los cambios.
Podría ser que la desconfianza/indiferencia de los peruanos, y no solo
electoral, no solo alcanzaba al Congreso disuelto sino por adelantado al
que se elegirá, o que la brecha entre alta demanda de cambio y escasa oferta
reformista ya se ha resuelto antes de las elecciones con el abandono de la
cancha por gran parte de los electores o el amago de hacerlo. Si fuese así, el
nuevo Congreso ya nacería “marcado”.
En este
punto es donde la desconfianza se puede convertir en mortal para el sistema.
Por un lado, parecen estar dadas las condiciones para un alto porcentaje de
abstención, a tono con el incremento de los últimos procesos electorales, que
llevaron a que, en el referéndum de diciembre del año pasado, solo acudieran a
votar el 72.5% de los electores hábiles.
Como se
apreció en otros procesos electorales, existe una dinámica entre el voto
nulo/blanco y la abstención, en el sentido que reduce la legitimidad de los
elegidos, especialmente en las circunscripciones electorales medianas y
pequeñas, en cuyos casos, esta confluencia ha sido el preludio de vacancias,
revocatorias e ingobernabilidad.
Si estos
datos no se alteran el 26 de enero, la salida electoral de la transición, leída
como un nuevo Parlamento para hacer un nuevo momento de la política peruana, se
habrá bloqueado, y no en demanda de solución rupturista, sino reclamando nuevos
actores y propuestas, incluso más novedosas y audaces que las que hoy aparecen
como lo nuevo.
Si la
composición del nuevo Congreso no significa una respuesta diferente a la
crisis, la transición peruana se habrá devorado una oportunidad y con ella la
posibilidad de cambios impulsados desde el centro político, y las elecciones
del 2021 serán más polarizadas que estas, y con programas de cambio aun más
radicales. El desafío de los partidos que han salido a la cancha es que también
lo hagan los electores.
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