La República
La mitadmasuno
1 de noviembre
de 2019
Juan De la
Puente
La rebelión
social en Chile ha reactivado en el Perú la discusión sobre el “modelo”,
definiendo a un sector que, siendo más pequeño respecto al pasado, se
atrinchera en la defensa de un concepto difuso al que la evolución de la
economía y política ha vaciado de contenido. Ello es natural, pasa lo mismo con
otros términos como justicia, democracia u orden público.
Esto no
significa que no necesitemos de un debate y consenso alrededor de este término.
La larga transición peruana reclama de pactos y por esa razón requerimos de
parámetros de discusión que impidan un debate ligero y pendenciero.
Los
defensores del “modelo” deberían previamente resolver el ámbito del concepto;
por ejemplo, no creo que este aluda, exclusivamente, a las reglas del mercado o
las políticas económicas, sino también a las reglas de la política, el poder y
las funciones del Estado.
De hecho,
todo reduccionismo económico del “modelo” fue tempranamente desechado por el
Consenso de Washington, en el cual se inspiró la experiencia peruana 1990-2000.
En ese punto, los neoliberales hicieron patente su rechazo a la receta política
de este Consenso cuando el país inició el proceso de integración a la OCDE.
Debe ser
parte de este método que devuelva contenido al concepto una periodización de la
experiencia peruana. El “modelo” estuvo en movimiento, y es probable que su
esfera económica evolucionara más que la política, y que esa evolución fuese
más radical en la política social. La literatura de parte o hagiográfica
revisada destina muy poco esfuerzo a esta tarea, de lo que se tiene una pérdida
de posibilidades de retratar sus cambios y aciertos en el tiempo.
Algunos
textos solo separan dos momentos, el de 1990-1997 y 1997-2000, el primero de la
estabilización y reformas estructurales, y el segundo de la primera crisis del
“modelo”, recesión incluida. Falta una segunda periodización que coincida con
la recuperación democrática, para darle un lugar a cambios de fondo del período
2000-2011, como el incremento de la demanda, la descentralización del gasto, el
auge de la inversión pública, y las políticas de protección social; o al
período 2011-2018 de reducción del crecimiento, la caída de la inversión
privada, y las políticas sociales universales y no contributivas.
El discurso
neoliberal se ha hecho nostálgico y mercantilista, privándose inclusive de su
componente liberal inicial. Sin profundidad, confunde frecuentemente “modelo”
con “paradigma”, de modo que su épica empieza y acaba en una batalla pesimista,
a la defensiva. Su matrimonio con los sectores conservadores en lo político y
moral y su falta de autocrítica respecto a los mecanismos que promovieron la
corrupción reducen sus capacidades de argumentación por insistir en consignas
increíbles como el Estado neutral, Estado pequeño, crecimiento sin correlato
distributivo, inversión sin licencia social o mercado sin derechos de los
consumidores.
Su ventaja
programática, el descalabro de las recetas heterodoxas Venezuela de por medio,
debería ser aprovechada en favor de un sistema –salir de la camisa de fuerza
del “modelo”– que mire más nuestro recorrido que tiene mucho de propio. Ya
miramos demasiado al vecino que se incendia.
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