La República
La mitadmasuno
27 de diciembre
de 2019
Juan De la
Puente
Perú y Chile
son los países de la Sub Región Andina que echaron mano con más eficacia a sus
mecanismos institucionales para encarar la crisis y producir un salto adelante,
aunque el proceso chileno ha sido más corto, fulminante y audaz, seguramente
por el efecto de las masivas movilizaciones y la autonomía de los movimientos
sociales.
El Perú
elegirá un nuevo Congreso el 26 de enero y espera una sentencia del Tribunal
Constitucional sobre la disolución del anterior Congreso, en tanto Chile
acudirá a un referéndum el 26 de abril. La diferencia reside en que el nuevo Parlamento
peruano iniciará una etapa incierta, mientras que en Chile las reglas
asoman más claras. Es probable que la diferencia se explique, además de la
fuerza de la demanda de cambio, en el hecho de que en el país vecino la
deliberación es más intensa, en tanto que en el nuestro falta debate y grandes
ideas/salidas.
Hay más; en
Chile la crisis fue abrupta y violenta, dejando en posición retrasada a todos
los actores oficiales, dibujando inicialmente un solo escenario dominado por la
calles y el protagonismo del ciudadano anónimo. Desde ese escenario, la
recuperación de las instituciones (incluyendo a los partidos políticos) ha sido
destacable, con un rasgo nítido: los partidos un paso adelante del Gobierno.
Para el
desenlace que se abre en Chile fue decisivo el acuerdo partidario del 15
de noviembre, que forzó y adelantó la salida vía la instalación de un poder
constituyente. Desde ese momento se estableció un juego a tres bandas que
interactúan y se influyen: la calle, que no ha dejado de expresarse, el factor
más vigoroso; el Congreso que se puso rápidamente en modo de reforma,
intentando controlar el proceso constituyente; y el Gobierno, aislado de la
sociedad, con el oficialismo que lo sostiene dividido, desplazándose a rastras
y sin iniciativa política, con pronóstico reservado.
El juego a
tres bandas resulta provechoso para la crisis chilena, en un contexto en que
las instituciones tienen como principal referente a la sociedad movilizada.
Gracias a esta dinámica se ha podido licuar y galvanizar en la conciencia
nacional 30 años de frustración acumulada. Y aunque no es seguro que la reforma
constitucional -soberana o con participación del Congreso- aborde y
resuelva todas las demandas explicitadas, especialmente la relación entre el
mercado y la sociedad, el momento constituyente chileno es un momento social.
El sistema ya no podrá eludir las cuestión social de salario, jubilación,
educación, género, pueblos indígenas, entre otros.
Esta
dinámica difiere de la de otros países de la región; en ella, el sistema de
partidos cumple una función conectora, con estructuras agrietadas pero vigentes
y con capacidad de rectificación -el caso de la apuesta por la paridad de
sectores de la derecha- y los medios de comunicación que han renovado
vertiginosamente su agenda, y que luego de 70 días de protestas lucen
irreconocibles. El mismo Congreso, desprestigiado como en otros países, ha
puesto en marcha un consenso de cara a la sociedad, desoyendo el impulso
tanático de una obstrucción ”a la peruana”.
Chile delibera
sumergido en la disputa por su futuro y ha puesto en marcha un mecanismo de
conservación y superación de la sociedad. Eso aún no sucede en el Perú.
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