La República
La mitadmasuno
15 de noviembre
de 2019
Juan De la
Puente
La primera
derivación de la crisis boliviana es la caída del régimen progresista de
Evo Morales y la toma del poder por la ultraderecha. Así se inicia una
transición que se presume desafiante y violenta en la que se disputa el poder y
el régimen político, es decir, las profundas reformas del período 2005-2019.
Hasta
ahora, la crisis tuvo tres momentos, en una evolución que combina la
movilización ciudadana y el cambio en la correlación de fuerzas en el poder: 1) el
fraude reeleccionista del 20 de octubre; 2) la renuncia de Evo
Morales a la presidencia; y 3) la toma del poder por la
ultraderecha.
Es
necesario explicar el tercer momento siguiendo la ruta de la crisis y no
aislando el desenlace de los hechos previos. En un análisis serio, y desde la
democracia, no se puede obviar la apuesta reeleccionista autoritaria de Evo y
el fraude del 20-O y relativizar su efecto dinamizador con el rótulo de
“errores”. En ese punto, es una incógnita la precariedad con la que llegó a
esta crisis el bloque de popular, indígena y progresista que lideraba Evo. Con
cargo al largo debate que el caso boliviano abre, las preguntas se agolpan:
¿Por qué Evo perdió la mayoría política? ¿Por qué insistió en la reelección y
no en una sucesión interna? ¿Por qué perdió aliados sociales claves? ¿En qué
momento le regaló la calle al proyecto territorial santacruceño?
La calle
boliviana no fue un continuo; se registran hasta tres formatos de movilización
que moldean el momento actual: 1) la movilización democrática contra la
reelección de Evo Morales y el fraude del 20 de octubre; 2) la algarada
conservadora que desborda y desvía la demanda democrática, y cuyo punto
culminante es la renuncia de Evo; y 3) la movilización indígena y
progresista luego de la asunción de Jeanine Áñez como presidenta.
La
discusión sobre si hubo o no golpe de Estado es interesante, aunque puede
convertirse en una trampa, en la medida que intenta disminuir la (i)responsabilidad
de Evo en el desenlace, y porque propone que las cosas retornen a un punto
anterior, subestimando la etapa iniciada, un retroceso que puede desarmar los
logros de los últimos 14 años.
Sigo
sosteniendo que la renuncia de Evo, y los hechos inmediatamente previos y
posteriores, no califican como un golpe de Estado. Ello no evita reconocer el
divorcio del ex presidente y el mando militar que su gobierno talló y amamantó,
y el hecho de que los motines policiales se produjeron debido a que estos, y
también las FFAA, se negaron a convalidar el fraude del 20-O y
reprimir las protestas en su fase democrática, lo que habría llevado al
Gobierno a una dictadura abierta.
Con diálogo
o sin él, la entraña del Gobierno de Áñez es ultraderechista, un salto al vacío
que abandera el modelo neoliberal derrotado en las jornadas de la
Guerra del Gas del 2003. En la historia figurará como una restauración
conservadora luego de 14 años del proceso que más integró y modernizó Bolivia
bajo el liderazgo de Evo Morales, echado a perder por la ambición del líder y
por la falta de cohesión política del partido gobernante. Mientras más demore
en reconstruirse el bloque social que hizo posible esta gran transformación,
esa sí lo fue, la restauración será más exitosa.
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