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martes, 31 de diciembre de 2019

El Perú cercado por las llamas

https://larepublica.pe/politica/2019/11/22/el-peru-cercado-por-las-llamas-juan-de-la-puente-la-mitadmasuno-opinion-impresa/
La República
La mitadmasuno
22 de noviembre de 2019
Juan De la Puente
Se advierte en ciertos análisis relajación sobre los sucesos en la región; algunas de estas reflexiones vienen cargadas de indolencia respecto a sus efectos en el Perú, un “no es con nosotros” o “estamos bien” que absolutizan las diferencias entre nuestra transición y las que operan en Chile, Bolivia y Ecuador.
Esos sucesos son más nuestros de lo que parecen, tanto porque son avisos colgados en nuestra puerta, sea porque ya presentan efectos en el Perú, o porque significan una tendencia inevitable de las agendas nacionales en esta parte del mundo.
La imagen del Perú como un país sosegado cercado por un continente en llamas es engañosa. No me refiero al doble discurso que respalda las marchas en otros países y las condenan aquí, sino a la falta de convicción para reconocer esas movilizaciones como democráticas, y como una forma de participación de la sociedad, o de una parte de ella, en la deliberación publica, que nos atañe.
Ese razonamiento estima imposible que las llamas del incendio, sobre todo el chileno, pasen nuestras fronteras, y exhibe tesis que, siendo sugerentes, incumplen la antigua recomendación del profesor Sartori sobre la relación entre la teoría y la práctica, en el sentido de que no debe hacerse algo absoluto de toda imposibilidad, porque de que ocurra −la imposibilidad relativa− depende de los medios y del tiempo.
Quizás deberíamos aceptar que la movilización democrática en los países andinos es ya una normalidad, o la proyección de esta, por medios nuevos y en un tiempo distinto. En Chile desde hace casi una década se registra una movilización intensa par reformar la educación, la salud y las pensiones y formular una nueva Constitución.
Lo nuevo en Chile no es la “crisis” con la que se pretende rotular una transición compleja, dándole un carácter episódico. El primer dato de la realidad no son los saqueos (y esa generalización de la violencia como acción “lumpen”); lo nuevo es la aceptación del cambio por los sectores conservadores, la transformación de la imposibilidad relativa en realidad.
La discusión sobre el “contagio” de las protestas al Perú es desafiante. Un medio peruano fue muy claro en señalar que la “agitación” en Chile había empezado a “infectar” a A. Latina. A pesar de que ambas palabras fueron usadas sin comillas, valen para registrar sus primeros efectos, por lo menos dos.

Algunas barreras peruanas se han debilitado solo por las cenizas que trae el aire del sur. La más significativa es la que vetaba la discusión de una nueva Constitución por el riesgo del cambio del modelo económico, en tanto habría que revisar cuánto de los ajustes hacia arriba del presupuesto para políticas sociales tienen relación con la primavera andina.

Bolivia, la restauración derechista

https://larepublica.pe/politics/2019/11/15/bolivia-la-restauracion-derechista-juan-de-la-puente-la-mitadmasuno-opinion-impresa/
La República
La mitadmasuno
15 de noviembre de 2019
Juan De la Puente
La primera derivación de la crisis boliviana es la caída del régimen progresista de Evo Morales y la toma del poder por la ultraderecha. Así se inicia una transición que se presume desafiante y violenta en la que se disputa el poder y el régimen político, es decir, las profundas reformas del período 2005-2019.
Hasta ahora, la crisis tuvo tres momentos, en una evolución que combina la movilización ciudadana y el cambio en la correlación de fuerzas en el poder: 1) el fraude reeleccionista del 20 de octubre; 2) la renuncia de Evo Morales a la presidencia; y 3) la toma del poder por la ultraderecha.
Es necesario explicar el tercer momento siguiendo la ruta de la crisis y no aislando el desenlace de los hechos previos. En un análisis serio, y desde la democracia, no se puede obviar la apuesta reeleccionista autoritaria de Evo y el fraude del 20-O y relativizar su efecto dinamizador con el rótulo de “errores”. En ese punto, es una incógnita la precariedad con la que llegó a esta crisis el bloque de popular, indígena y progresista que lideraba Evo. Con cargo al largo debate que el caso boliviano abre, las preguntas se agolpan: ¿Por qué Evo perdió la mayoría política? ¿Por qué insistió en la reelección y no en una sucesión interna? ¿Por qué perdió aliados sociales claves? ¿En qué momento le regaló la calle al proyecto territorial santacruceño?
La calle boliviana no fue un continuo; se registran hasta tres formatos de movilización que moldean el momento actual: 1) la movilización democrática contra la reelección de Evo Morales y el fraude del 20 de octubre; 2) la algarada conservadora que desborda y desvía la demanda democrática, y cuyo punto culminante es la renuncia de Evo; y 3) la movilización indígena y progresista luego de la asunción de Jeanine Áñez como presidenta.
La discusión sobre si hubo o no golpe de Estado es interesante, aunque puede convertirse en una trampa, en la medida que intenta disminuir la (i)responsabilidad de Evo en el desenlace, y porque propone que las cosas retornen a un punto anterior, subestimando la etapa iniciada, un retroceso que puede desarmar los logros de los últimos 14 años.
Sigo sosteniendo que la renuncia de Evo, y los hechos inmediatamente previos y posteriores, no califican como un golpe de Estado. Ello no evita reconocer el divorcio del ex presidente y el mando militar que su gobierno talló y amamantó, y el hecho de que los motines policiales se produjeron debido a que estos, y también las FFAA, se negaron a convalidar el fraude del 20-O y reprimir las protestas en su fase democrática, lo que habría llevado al Gobierno a una dictadura abierta.

Con diálogo o sin él, la entraña del Gobierno de Áñez es ultraderechista, un salto al vacío que abandera el modelo neoliberal derrotado en las jornadas de la Guerra del Gas del 2003. En la historia figurará como una restauración conservadora luego de 14 años del proceso que más integró y modernizó Bolivia bajo el liderazgo de Evo Morales, echado a perder por la ambición del líder y por la falta de cohesión política del partido gobernante. Mientras más demore en reconstruirse el bloque social que hizo posible esta gran transformación, esa sí lo fue, la restauración será más exitosa.

América del Sur rota

https://larepublica.pe/mundo/2019/10/25/juan-de-la-puente-america-del-sur-rota/
La República
La mitadmasuno
25 de octubre de 2019
Juan De la Puente
América del Sur se ha roto; y nada será lo mismo luego de las violentas jornadas en Ecuador, Chile y Bolivia. La violencia de los sucesos y los rápidos cambios que producen en el poder hacen obsoletos los códigos convencionales que servían para interpretar los conflictos en la región. La necesidad de agregar y desagregar al mismo tiempo es imperiosa porque son tan decisivas las diferencias como las similitudes.
La primera hipótesis es que nos encontramos frente a un movimiento regional que se expresa como una rebelión multiclasista contra los regímenes políticos y no solo contra los gobiernos. Su sentido radical y violento no impide reconocer que, a pesar de su potencial destructivo, implica una larga tendencia (quizás una megatendencia, en el modelo de Lechner) que acabará forzando las reformas que no fueron atendidas en la reciente ola democratizadora, especialmente en su etapa de consolidación. Quizás por ello han aparecido las primeras previsiones que relacionan estos sucesos con otros lejanos (Líbano, Hong Kong), aunque ahora los de estos países nos parecen tan locales.
La segunda hipótesis es que, a pesar de sus claves dramáticas, la rabia inherente y la simbología demoledora que exhibe, es un movimiento democratizador orientado contra el abuso de poder, la desigualdad y otras formas de injusticia. Es absolutamente irreflexivo reducir este movimiento a los hechos y obviar su contenido, lo que fue la primera reacción de los presidentes Moreno, Piñera y Morales. Si salimos del reducto de los hechos, estos son los primeros pasos de una ola democratizadora en la región, una primavera sudamericana.
La tercera es que los sucesos en estos países exhiben una fractura de la que no se sentía notificada la política. América del Sur estaba rota antes, aunque las heridas están ahora expuestas aporreando las narrativas oficiales que confunden la tolerancia al fracaso con el éxito –la atroz frase de Piñera sobre que Chile era un oasis en la región– absolutizan el éxito social para suprimir la competencia democrática (Bol) o se niegan a admitir los desencuentros históricos en las comunidades nacionales (Ecu).
Esa fractura expone realidades específicas que no pueden agregarse ideológica y facilistamente. En las protestas en Ecuador se reúnen el rechazo tanto al Gobierno de Correa como a las medidas inspiradas en las recetas del FMI, mientras que en Chile el eje de la crítica social es al modelo neoliberal cultivado y exportado a varios países de la región, incluido el Perú. En Bolivia en cambio, la crítica social se estrecha al modelo político de un régimen que pretende extenderse ilegalmente, dando por aceptados los éxitos de las políticas social y económica de Evo Morales. De ello emerge otra característica de este movimiento, que es post Chávez/Maduro y posneoliberal al mismo tiempo.

Finalmente, con cargo a otras notas, tampoco puede pasar desapercibido que estas acciones se orientan contra el régimen político en su conjunto, incluyendo a todas sus instituciones, la contrapolítica en su estado puro. Esta forma de política en modo de negación, una completa recusación a toda práctica de poder y el rechazo a un mínimo estándar de representación pactada, ha llegado para quedarse.