La República
La mitadmasuno
25 de
octubre de 2019
Juan De la
Puente
América del
Sur se ha roto; y nada será lo mismo luego de las violentas jornadas en
Ecuador, Chile y Bolivia. La violencia de los sucesos y los rápidos cambios que
producen en el poder hacen obsoletos los códigos convencionales que servían
para interpretar los conflictos en la región. La necesidad de agregar y
desagregar al mismo tiempo es imperiosa porque son tan decisivas las
diferencias como las similitudes.
La primera
hipótesis es que nos encontramos frente a un movimiento regional que se expresa
como una rebelión multiclasista contra los regímenes políticos y no solo contra
los gobiernos. Su sentido radical y violento no impide reconocer que, a pesar
de su potencial destructivo, implica una larga tendencia (quizás una
megatendencia, en el modelo de Lechner) que acabará forzando las reformas que
no fueron atendidas en la reciente ola democratizadora, especialmente en
su etapa de consolidación. Quizás por ello han aparecido las primeras
previsiones que relacionan estos sucesos con otros lejanos (Líbano, Hong Kong),
aunque ahora los de estos países nos parecen tan locales.
La segunda
hipótesis es que, a pesar de sus claves dramáticas, la rabia inherente y la
simbología demoledora que exhibe, es un movimiento democratizador orientado
contra el abuso de poder, la desigualdad y otras formas de injusticia. Es absolutamente
irreflexivo reducir este movimiento a los hechos y obviar su contenido, lo que
fue la primera reacción de los presidentes Moreno, Piñera y Morales.
Si salimos del reducto de los hechos, estos son los primeros pasos de una ola
democratizadora en la región, una primavera sudamericana.
La tercera
es que los sucesos en estos países exhiben una fractura de la que no se sentía
notificada la política. América del Sur estaba rota antes, aunque las heridas
están ahora expuestas aporreando las narrativas oficiales que confunden la
tolerancia al fracaso con el éxito –la atroz frase de Piñera sobre que Chile
era un oasis en la región– absolutizan el éxito social para suprimir la
competencia democrática (Bol) o se niegan a admitir los desencuentros
históricos en las comunidades nacionales (Ecu).
Esa
fractura expone realidades específicas que no pueden agregarse ideológica y
facilistamente. En las protestas en Ecuador se reúnen el rechazo tanto al
Gobierno de Correa como a las medidas inspiradas en las recetas del FMI,
mientras que en Chile el eje de la crítica social es al modelo neoliberal
cultivado y exportado a varios países de la región, incluido el Perú. En Bolivia
en cambio, la crítica social se estrecha al modelo político de un régimen que
pretende extenderse ilegalmente, dando por aceptados los éxitos de las
políticas social y económica de Evo Morales. De ello emerge otra característica
de este movimiento, que es post Chávez/Maduro y posneoliberal al
mismo tiempo.
Finalmente,
con cargo a otras notas, tampoco puede pasar desapercibido que estas acciones
se orientan contra el régimen político en su conjunto, incluyendo a todas sus
instituciones, la contrapolítica en su estado puro. Esta forma de política en
modo de negación, una completa recusación a toda práctica de poder y el rechazo
a un mínimo estándar de representación pactada, ha llegado para quedarse.