Mostrando entradas con la etiqueta IEP. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta IEP. Mostrar todas las entradas

martes, 31 de diciembre de 2019

Diferencia e indiferencia electoral

https://larepublica.pe/politica/2019/12/20/diferencia-e-indiferencia-electoral-juan-de-la-puente-la-mitadmasuno/
La República
La mitadmasuno
20 de diciembre de 2019
Juan De la Puente
La reciente encuesta del Instituto de Estudios Peruanos (IEP) publicada por La República arroja cifras gruesas sobre la indiferencia electoral de los peruanos, un grupo de datos macizos que alertan de una brecha consistente entre una transición que se suponía viabilizaba el cambio y una sociedad desmovilizada, por lo menos en términos tradicionales.
No se estimaba que esa distancia era tan profunda. De acuerdo a los datos, menos de un tercio de peruanos se apresta a votar el 26 de enero creyendo que ejercerá su derecho a votar, en tanto que el porcentaje restante se fragmenta entre quienes lo harán por no pagar la multa, porque es su deber (obligación) o que es una pérdida de tiempo.
Este dato dialoga con otros; uno de ellos es el bajo porcentaje (18%) de quienes se encuentran un tanto informados de los partidos y candidatos que compiten en estas elecciones, lo que puede tener varias lecturas −escasa campaña, poco tiempo, propuestas que no interesan, malos candidatos− pero una sola conclusión: la falta de sintonía entre la oferta electoral y la demanda política.
Es igualmente baja la seguridad en el voto decidido (16%) frente a 50% que no ha escogido una opción. La referencia de que “así somos los peruanos” no debería ser aplicada a estas elecciones que se suponían son la llave de los cambios. Podría ser que la desconfianza/indiferencia de los peruanos, y no solo electoral, no solo alcanzaba al Congreso disuelto sino por adelantado al que se elegirá, o que la brecha entre alta demanda de cambio y escasa oferta reformista ya se ha resuelto antes de las elecciones con el abandono de la cancha por gran parte de los electores o el amago de hacerlo. Si fuese así, el nuevo Congreso ya nacería “marcado”.
En este punto es donde la desconfianza se puede convertir en mortal para el sistema. Por un lado, parecen estar dadas las condiciones para un alto porcentaje de abstención, a tono con el incremento de los últimos procesos electorales, que llevaron a que, en el referéndum de diciembre del año pasado, solo acudieran a votar el 72.5% de los electores hábiles.
Como se apreció en otros procesos electorales, existe una dinámica entre el voto nulo/blanco y la abstención, en el sentido que reduce la legitimidad de los elegidos, especialmente en las circunscripciones electorales medianas y pequeñas, en cuyos casos, esta confluencia ha sido el preludio de vacancias, revocatorias e ingobernabilidad.
Si estos datos no se alteran el 26 de enero, la salida electoral de la transición, leída como un nuevo Parlamento para hacer un nuevo momento de la política peruana, se habrá bloqueado, y no en demanda de solución rupturista, sino reclamando nuevos actores y propuestas, incluso más novedosas y audaces que las que hoy aparecen como lo nuevo.

Si la composición del nuevo Congreso no significa una respuesta diferente a la crisis, la transición peruana se habrá devorado una oportunidad y con ella la posibilidad de cambios impulsados desde el centro político, y las elecciones del 2021 serán más polarizadas que estas, y con programas de cambio aun más radicales. El desafío de los partidos que han salido a la cancha es que también lo hagan los electores.

viernes, 11 de octubre de 2019

Una transición pacífica y pasiva

https://larepublica.pe/politica/2019/10/11/una-transicion-pacifica-y-pasiva-juan-de-la-puente/
La República
La mitadmasuno
11 de octubre de 2019
Juan De la Puente
La disolución del Congreso es visto como un hecho vivido como un relámpago, y de él se destaca la velocidad de la normalización de la crisis y la igualmente rápida derrota de los disueltos, en alguna dinámica cercana a la resignación. Se extraña, no obstante, que la observación no pasara a lo realmente sorprendente: el escaso protagonismo de la sociedad, lo que se llama “la calle”.
En este episodio las masas no hicieron la historia; la movilización ciudadana fue puntual, decisiva, pero limitada, en un contexto crítico y extremo donde no existía agitación, solo agitados, un desenlace que no puede explicarse exclusivamente desde la falta de legitimidad de los actores, es decir, desde la desafección.
Sostengo que la sociedad ha reaccionado también desde sus intereses específicos, de ese “mucho que perder” que muestran y matizan algunos datos de la encuesta del IEP reciente. En ella, solo el 22% cree que la decisión de disolver el Congreso implica un golpe de Estado, una cifra que se eleva a 26% en los sectores D y E y a más de un tercio entre los jóvenes de 18-24 años.
El comportamiento de la opinión pública, antes y luego de la disolución del Parlamento, no se advierte populista, a pesar del tono populista –ese sí- de casi todas las narrativas de los actores directos de este período crítico. El “que se vayan todos” no es, por lo menos hasta ahora, un reclamo radical y explosivo, y como rezan los sondeos y la práctica es expuesto en clave democrática. Al revés, la élite no ha logrado movilizar a los ciudadanos con su narrativa dramática y explosiva. Estos más bien exhiben un temperamento crítico con el liderazgo de la política, y con el desempeño del Gobierno, inclusive.
Esa sociedad ha sido tan ejemplarmente democrática como distante. Este dato marca la transición como un fenómeno pacífico y también pasivo. Ahora mismo está en duda si Vizcarra tendrá una oposición de izquierda, de derecha, o de arriba.
En este punto se asoma un problema estratégico. Una evolución sin una mínima disrupción no es un buen negocio para la sociedad, porque puede anunciar un cambio sin cambio, un tránsito hacia lo mismo, un viaje repetido. Una transición al dejavú.
Las elecciones como devolución de la soberanía al pueblo tienen sentido si resuelven el proceso crítico en su parte política y social, o si establece el curso del cambio, o por lo menos ordena el debate. En tal sentido, las elecciones son la esfera externa de esta etapa –disputa por el poder y relación de fuerzas- pero no debe olvidarse la esfera interna, es decir, la necesidad de renovar las reglas de juego agotadas que no pueden producir un orden consensuado de una sociedad que ha cambiado radicalmente en dos décadas.

Es bueno que haya elecciones, pero es malo que no asomen coaliciones. Es correcto que el pueblo vote, pero no luego de una campaña en torno al pasado y sin ideas. El ciclo post disolución tiene varias preguntas (cuánto durará, quién ganará, qué cambios se harán, y qué dimensión tendrá lo que muera) que deberían responderse desde las grandes ideas, frentes y programas y no desde el juego en pequeño. La transición peruana no puede ser más un cuaderno en blanco a ser escrito todos los días. Ha sido derrotado el Congreso, pero no la crisis.

domingo, 31 de marzo de 2019

Vizcarra, la escalera sirve también para bajar

Por Juan De la Puente

La aprobación del presidente Martín Vizcarra ha caído 17 puntos desde diciembre pasado, 12 de ellos el último mes según la encuesta de IEP que publica La República, ratificando una tendencia compleja, donde se mezcla lo coyuntural con lo estructural, como lo habíamos advertido hace semanas (https://larepublica.pe/politica/1426514-baja-vizcarra).
La misma encuestas entrega razones y efectos diferenciados de esta caída. La lucha contra la corrupción sigue siendo el principal atributo de Vizcarra, pero ha dejado de movilizarle apoyos, en tanto el efecto del referéndum del 9 de diciembre se ha diluido. El 71% cree que Vizcarra debe seguir luchando contra la corrupción, pero le exige una conducta estratégica en la lucha contra la inseguridad ciudadana y la prestación de servicios públicos, sobre todo salud y educación.
El pedido de gobernar a dos manos es directo. Una caída de 12 puntos en un mes es un empujón fuerte que abre a su vez varias tendencias. Vizcarra parece embestido por dos oposiciones que se relacionan pero que son distintas. Unos le piden que se dedique a lo que se llama la gestión de gobierno (comunicación, obras medianas, éxitos contra el delito), pero los otros reflejan –y le refriegan- problemas estructurales (grandes proyectos, abandono, empleo, reducción de la pobreza y anemia, solución de viejos y nuevos conflictos, sistema político).
Vizcarra parece tener agenda solo para los primeros, pero no para los segundos. Y también parece que el problema ya no es solo de mensaje –que sí lo es en gran medida- sino de programa, calado y voluntad política. Es fácil que la gente sienta que la fuerza con la que el Gobierno se enfrentó a los Cuellos Blancos sea usada contra todos los cuellos.
Lima ha empezado a abandonar a Vizcarra, pero los sectores A y B aún se resisten a hacerlo. La débil coalición Vizcarrista –ciudades y capas medias- que el mismo presidente no quiso ampliar mediante el diálogo social, cruje. El centro y el sur pasan a la oposición firme (59% y 46% de desaprobación) y los sectores D y E. De ahí a la oposición populista, el que se vayan todos o el reclamo de la mano dura, solo hay un paso. Ya lo dijimos, si no quieres en Bolsonaro, haz reformas democráticas.
La encuesta se realiza a 15 días de la designación de un nuevo gabinete y pone en entredicho el nuevo tiempo que el premier Salvador del Solar anunciara. Obliga a redefinir esa nueva etapa y señalar sus atributos. Es cierto que el gobierno está en el centro del escenario, pero a diferencia del año pasado, es un centro inmóvil que pierde apoyos sociales. Tiene que moverse.