La República
La
mitadmasuno/Especial
31 de diciembre
de 2020
Por Juan De
la Puente
Extrañaremos
al año 2019, el más atípico de los que nos ha tocado vivir; demasiado intenso y
contradictorio para ser asumido desde el rencor o la glorificación, y necesario
de apreciarlo rehuyendo las bajas pasiones. Que la ciencia médica no intente
hacer el trabajo de la historia; al fin de cuentas, un año no tiene la culpa de
que en tan poco tiempo se vivieran décadas y se resolvieran largos pendientes.
El 2019 fue
de colisión y ruptura, sí, pero también el año en que la sangre no llegó al
río. Lo primero es simbolizado por la disolución del Congreso, y lo segundo por
un 30 de setiembre que no generó un caos nacional. Mientras cuatro de los cinco
países limítrofes se incendiaban, los peruanos centrábamos nuestra principal
controversia en el Tribunal Constitucional e iniciábamos una campaña
electoral. Ni Suiza.
Difícil no
llamar guerra al encono violento entre el Gobierno y el Congreso, aunque el
modo en que fue administrada esta guerra fue inédito. Solo al final los dos
bandos apuraron movimientos extremos, el Congreso el archivo de la propuesta del
adelanto electoral (26/9) y el rechazo de la cuestión de confianza (30/9);
y el Gobierno la propuesta de adelantar las elecciones (28/8) y disolver el
Congreso (30/9).
Las
batallas atípicas del 2019 agotaron los manuales sobre el conflicto, desde los
que aconsejan atacar o no luchar, a los que sugieren engañar. Sun Tzu se habría
muerto de rabia en el 2019 peruano, porque nadie engañó a nadie y en cambio
todos nos autoengañamos un poco, mientras los grandes adversarios ni se
conocían a sí mismos. Como corolario, los derrotados no están tan derrotados.
La sangre
no llegó al río porque fue una guerra de iguales; iguales pero débiles, que se
propinaban golpes asimismo endebles. Esta debilidad tiene sus códigos propios
que conviene tomar en cuenta porque aún persiste en el período posdisolución:
la participación relativa de la sociedad y la poca pericia del Gobierno para
administrar sus éxitos. De hecho, el letargo de Vizcarra en la etapa
enero-junio fue decisivo para que el fujimorismo reagrupara a la oposición y
retomara la mesa directiva del Congreso en julio.
Volviendo a
los códigos propios de esta guerra, la calle se expresó con racionalidad
impregnando este período con dos atributos que marcan la diferencia con Chile,
Bolivia, Ecuador y Colombia, es decir, una transición pasiva y pacífica. Esta
racionalidad de la sociedad (algunos creen que también es expresión de una
debilidad superlativa) operó como una combinación de un sistema fuerte y la
prudencia ciudadana. Y todavía hay quienes siguen llamando populista al pueblo
peruano. Llámalo sabiduría si quieres.
Vivimos
asimismo un itinerario constitucional inédito, la continuación de lo que se
inició el 2016. Nunca la Constitución había sido planchada y estirada tantas
veces o abierta tantas veces para buscar en ella y sus instituciones. En un año
tuvimos dos cuestiones de confianza, una propuesta de adelanto electoral, tres
gabinetes, una disolución del Congreso, un llamado a elecciones parlamentarias,
una elección frustrada de un miembro del TC, y un conflicto de competencia
sobre la disolución del Congreso. Ahí reside otro sentido común del 2019: ya
somos un pueblo constitucional que quiere reformar la Constitución.
Fue también
un año espectacular con muestras de sagacidad; me quedo con la del pueblo de
Arequipa, que interrumpió la crisis para llamarnos la atención sobre Tía María y
recordarnos que en esta transición existe una agenda política y otra social.
Fueron también sagaces el fujimorismo para reconstruirse en julio a pesar de su
crisis; Vizcarra, para disparar desde el piso, caído, y dar en el blanco el 30
de setiembre aprovechando el fanático frenesí del grupo que había tomado la
mayoría, disolviendo con el Congreso la coalición conservadora; y Salvador del
Solar, además de arrojado, para plantear una cuestión de confianza en virtual
artículo mortis.
¿Hubo
personajes trágicos? Sí, el mayor de ellos, Pedro Olaechea, medalla olímpica en
la prueba de salto al vacío; y amagos de negociación que tendrán que esperar a
las memorias de Luis Iberico.
Se inicia
el año 2020 con una transición en una etapa de desfleme. La tensión se deriva a
la lucha contra la corrupción que tiene menos novedades –pero tiene– en un
contexto en que el 26 de enero revelará cuánto impactará el proceso Lava Jato
en la vigencia de los partidos implicados en la corrupción y en los que se
presentan como la solución. Podría ser que los electores, con sabiduría, no
entreguen confianzas aplastantes.
Finalmente,
no olvidemos que de cara al 2020 ha crecido la conciencia sobre derechos y
libertades, aunque ha sido gracias a sucesos dramáticos como la alta tasa de
feminicidios o la muerte de jóvenes en una tienda de McDonald's. En este escenario, es destacable que una de las causas y efecto de
la reforma política haya sido la formación de una mayoría nacional en favor de
la paridad. El Congreso la cepilló pero no pudo anularlo.