Por Juan De la Puente
El campo donde se ha librado la última batalla de
la crisis peruana muestra todavía sus muertos y heridos. Apenas derribados PPK
y Kenji Fujimori, aumenta la demanda del adelanto de elecciones que jaquea a
vencedores y vencidos. Las lecciones de los últimos 18 meses, y en especial del
período
diciembre-marzo, son valiosas para los que quieran asumirlas. La crisis
continua, Vizcarra será una estación de ella, espero eficaz y diligente, las partes siguen siendo débiles
y nadie se ha apropiado del discurso del cambio, que espera vestido y
alborotado.
1.- Los explosivos videos que han terminado en la
renuncia de PPK han sido la gota que rebalsó el vaso. Pero fue la última. Ese vaso se había llenado
con otros errores, omisiones y estrategias, de modo que sería inexacto atribuir
la caída de PPK solo a los videos, e incluso al fujimorismo. En ese punto, al igual
que Alberto Fujimori el año 2000, su carta de renuncia es una pieza de exclusión
de responsabilidades propias. PPK ha caído no solo porque siendo un presidente
débil fue desgastado por un Congreso hostil en más de una ocasión al extremo,
sino porque no supo apoyarse en la sociedad para esa batalla, salvo en los dos
primeros lances con el Parlamento, cuando el debate de la delegación de facultades
y la censura a Jaime Saavedra. También porque abandonó promesas electorales,
porque no fue diligente y eficaz en el manejo de lo público y, sobre todo, por
dos razones finales: no encaró con transparencia y limpieza el caso Odebrecht
que le explotó en la cara (es el primer presidente de A. Latina al que ha
derribado el caso Lavajato y eso no habrá que perderlo de vista); e indultó a Fujimori
en base a un acuerdo espurio y reprochable, privándose de los últimos apoyos que
le quedaban. El caso PPK debería estudiarse como un ejemplo de cómo no gobernar en
minoría.
2.- Si nos atenemos a los juegos específicos, no
se puede afirmar que la caída de PPK es la victoria del modelo de oposición que
escogió el fujimorismo. Es cierto que al final, en un solo movimiento Keiko
Fujimori ha pulverizado a Kenji, ha derrotado a su padre proclive a este y ha sacado
del poder a Kuczynski. En cualquier caso, esa contabilidad seria exitosa y
gananciosa si no fuese por el costo que también es contable: la pérdida de la mayoría
absoluta del Congreso (que podría resolver con los desafueros), la división de
su partido, el atroz desprestigio del Congreso, y la merma sustantiva de sus opciones
políticas.
3.- Fuerza Popular no ha muerto en esta batalla,
pero queda seriamente aislada en la sociedad, una rara oposición a la defensiva. Keiko se enfrenta a
un terrible desafío; con dos fujimorismos a la
vista –el del padre ya no el del hermano, hecho añicos- la estrategia de la
retoma del poder a partir del indulto se diluye. La paradoja es que el límite
de Fuerza Popular es el fujimorismo mismo, al que le queda muy poca épica y
casi ninguna epopeya, valores de una tradición que la guerra entre hermanos ha derretido.
El post fujimorismo está servido; si no lo toma, muere. La derecha opera con
las mismas reglas que la izquierda, y necesita un liderazgo.
4.- El caso de la izquierda es parecido. Fue la
tercera fuerza que obtuvo caso 3 millones de votos. Su temprana división en
el Congreso lo condujo a privilegiar este espacio, dejando gran parte de las
calles y de la vigilancia de la democracia y los derechos a un grupo de
organizaciones y colectivos sociales que fueron los organizadores de las
jornadas de los últimos 18 meses. Se produjo entonces, y aun ahora, un fenómeno
donde la actividad parlamentaria es subsidiaria o ajena a la sociedad organizada.
Cuando la crisis se agravó, en diciembre, una parte de la izquierda, en la
calle y en el Congreso, se compró el discurso de que la vacancia era golpe de
Estado en lugar de apostar al adelanto de elecciones junto a un programa de
cambio político, lo que fue el último servicio a un gobierno casi muerto por
corrupción.
5.- Esta izquierda ha sido un actor clave de la
segunda vacancia, aunque persiste el principal desafío, que es el cambio. Ahora, cuando el 50%
del país no quiere que se barajen las cartas de nuevo, sino que se juegue otro
juego, extraña que desde la izquierda no se proponga un programa de cambio con
horizonte en el corto y mediano plazo. Si la izquierda se atrinchera en un programa de largo plazo, sin responder a la demanda de elecciones
adelantadas, le estaría regalando la crisis a la derecha o al centro que no
tarda en articularse. A la vieja consigna de unidad y lucha, le falta lo
segundo. Ahora, eso es más rentable que el debate de si se acepta la renuncia o
se insiste en la destitución de PPK.
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