La República
La mitadmasuno
5 de octubre de 2018
Por Juan De la Puente
Crece la sensación de que el país se encuentra a
minutos de estallar. Algunos creen que existe un caos, y que este anuncia otro,
más profundo. Otros piensan que esta crisis, en realidad varias quebraduras, no
anticipan un cambio progresista o conservador, sino solo más desorden.
Finalmente, junto al pesimismo se abre paso la percepción de una extrema
polarización que debe ser atajada. Como en todo periodo vehemente, la denuncia
del odio es igual al odio del denunciante.
En agosto de este año César Hildebrandt prevenía
contra este argumento inmovilista. Señalaba que “la peor prédica que podamos
oír es aquella que la anarquía llegará si optamos por los cambios”. Y es
cierto, vivimos un periodo en que el desorden viene acompañado de movimiento,
de cambios, y eso no es malo.
Desconfiemos del pronóstico del abismo. Es cierto
que nuestro sistema conserva una cuota de imprevisibilidad y que un giro
sorprendente podría derivarnos a un espiral destructivo. Este riesgo se
potencia teóricamente por una exagerada agregación de elementos, un recurso
fácil que impide apreciar que desde hace años las batallas políticas se dividen
en microciclos con líderes cada vez más débiles.
Esta etapa pasará a la historia como el
turbulento año 2018 –vacancia, indulto, renuncia, desafueros, audios, cuestión
de confianza, contra indulto, reforma, referéndum- jalando de la cola a
diciembre del 2017 y que, comparado con otros años, es el más borrascoso del
último siglo (más que el de 1930, 1936, 1945, 1968, 1992 o 2000).
Es cierto que nunca nos habíamos peleado tanto,
pero nunca habíamos coincidido al final tanto, después de tratarnos a palos,
por supuesto. Pruebas al canto: el día que renunció PPK subió la bolsa,
Vizcarra se empoderó sin conflictos, tres de las cuatro reformas fueron
votadas con altas mayorías, y es muy probable que el referéndum convoque una
masiva votación favorable.
Este resultado se debe a otros elementos que no
deberían eludirse además de la debilidad de los actores institucionales, entre
ellos la fortaleza del sistema político y económico que opera como miedo al
vacío, y el lento progreso de las corrientes que impulsan el cambio, de modo
que es igualmente importante que sea tan evidente la corrupción recientemente
revelada como lo falta de fuerza para depurar todas las instituciones tocadas
por los audios del CNM.
La inestabilidad se ha hecho estable; sobre el
punto, Fernando Tuesta recuerda siempre que la palabra crisis no dice nada si
es que alude a un fenómeno irresuelto y de tan larga duración. Esta
normalización de la inestabilidad no presenta salidas de corto plazo, pero
abona a una sucesión de pequeños cambios que el sistema acepta y estimula, es
decir, un país negado para las grandes reformas. Por ahora.
En esa dirección, el referéndum de diciembre no
resolverá todas las brechas, pero atemperará el divorcio entre la sociedad y la
élite gobernante. Los millones de votos que sancionarán las reformas,
legitimarán en el corto plazo más al Gobierno que al Congreso, pero enseñarán
las posibilidades de una reforma empujada desde la calle contra el sistema. En
estos momentos, aún no lo saben los poderes públicos, no hay nada más
“antisistema” que el referéndum.
Es probable que a esta inestabilidad estable
concurra la convicción de que la posibilidad que la política dañe directamente
a la economía es baja, aunque el perjuicio pueda medirse por la pérdida de
oportunidades. Si sumamos los “pudimos crecer” de los últimos 8 años, es
probable que el país haya perdido por lo menos 10 puntos porcentuales de
crecimiento del PBI, aunque ese cálculo no se politice.
Hemos hecho en poco tiempo un aprendizaje del
cambio. Después de la sucesión constitucional ordenada luego de la caída de PPK el
sistema podría digerir un adelanto de elecciones parlamentarias y hasta un
adelanto de elecciones generales. Estamos construyendo lentamente una mayoría
social contra el sistema, un momento especial en el que es más fácil
identificar lo malo y lo bueno, a pesar incluso de victorias pasajeras de lo
primero. Nunca habían caído tantos dioses.