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domingo, 14 de octubre de 2018

Un país en desorden y movimiento

https://larepublica.pe/politica/1331635-pais-desorden-movimiento
La República
La mitadmasuno
5 de octubre de 2018
Por Juan De la Puente
Crece la sensación de que el país se encuentra a minutos de estallar. Algunos creen que existe un caos, y que este anuncia otro, más profundo. Otros piensan que esta crisis, en realidad varias quebraduras, no anticipan un cambio progresista o conservador, sino solo más desorden. Finalmente, junto al pesimismo se abre paso la percepción de una extrema polarización que debe ser atajada. Como en todo periodo vehemente, la denuncia del odio es igual al odio del denunciante.
En agosto de este año César Hildebrandt prevenía contra este argumento inmovilista. Señalaba que “la peor prédica que podamos oír es aquella que la anarquía llegará si optamos por los cambios”. Y es cierto, vivimos un periodo en que el desorden viene acompañado de movimiento, de cambios, y eso no es malo.
Desconfiemos del pronóstico del abismo. Es cierto que nuestro sistema conserva una cuota de imprevisibilidad y que un giro sorprendente podría derivarnos a un espiral destructivo. Este riesgo se potencia teóricamente por una exagerada agregación de elementos, un recurso fácil que impide apreciar que desde hace años las batallas políticas se dividen en microciclos con líderes cada vez más débiles.
Esta etapa pasará a la historia como el turbulento año 2018 –vacancia, indulto, renuncia, desafueros, audios, cuestión de confianza, contra indulto, reforma, referéndum- jalando de la cola a diciembre del 2017 y que, comparado con otros años, es el más borrascoso del último siglo (más que el de 1930, 1936, 1945, 1968, 1992 o 2000).
Es cierto que nunca nos habíamos peleado tanto, pero nunca habíamos coincidido al final tanto, después de tratarnos a palos, por supuesto. Pruebas al canto: el día que renunció PPK subió la bolsa, Vizcarra se empoderó sin conflictos, tres de las cuatro reformas fueron votadas con altas mayorías, y es muy probable que el referéndum convoque una masiva votación favorable.
Este resultado se debe a otros elementos que no deberían eludirse además de la debilidad de los actores institucionales, entre ellos la fortaleza del sistema político y económico que opera como miedo al vacío, y el lento progreso de las corrientes que impulsan el cambio, de modo que es igualmente importante que sea tan evidente la corrupción recientemente revelada como lo falta de fuerza para depurar todas las instituciones tocadas por los audios del CNM.
La inestabilidad se ha hecho estable; sobre el punto, Fernando Tuesta recuerda siempre que la palabra crisis no dice nada si es que alude a un fenómeno irresuelto y de tan larga duración. Esta normalización de la inestabilidad no presenta salidas de corto plazo, pero abona a una sucesión de pequeños cambios que el sistema acepta y estimula, es decir, un país negado para las grandes reformas. Por ahora.
En esa dirección, el referéndum de diciembre no resolverá todas las brechas, pero atemperará el divorcio entre la sociedad y la élite gobernante. Los millones de votos que sancionarán las reformas, legitimarán en el corto plazo más al Gobierno que al Congreso, pero enseñarán las posibilidades de una reforma empujada desde la calle contra el sistema. En estos momentos, aún no lo saben los poderes públicos, no hay nada más “antisistema” que el referéndum.
Es probable que a esta inestabilidad estable concurra la convicción de que la posibilidad que la política dañe directamente a la economía es baja, aunque el perjuicio pueda medirse por la pérdida de oportunidades. Si sumamos los “pudimos crecer” de los últimos 8 años, es probable que el país haya perdido por lo menos 10 puntos porcentuales de crecimiento del PBI, aunque ese cálculo no se politice.

Hemos hecho en poco tiempo un aprendizaje del cambio. Después de la sucesión constitucional ordenada luego de la caída de PPK el sistema podría digerir un adelanto de elecciones parlamentarias y hasta un adelanto de elecciones generales. Estamos construyendo lentamente una mayoría social contra el sistema, un momento especial en el que es más fácil identificar lo malo y lo bueno, a pesar incluso de victorias pasajeras de lo primero. Nunca habían caído tantos dioses.

viernes, 11 de mayo de 2018

Que se rayen todos

https://larepublica.pe/politica/1218904-que-se-rayen-todos
La República
La mitadmasuno
30 de marzo de 2018
Juan De la Puente
Deberíamos ser más respetuosos con la expresión colectiva “que se vayan todos”, evitando reacciones desdeñosas, sabihondas y legalistas. Que la mitad de los peruanos, de acuerdo a la última encuesta GFK adopte ese temperamento expresa al mismo tiempo una crítica extrema al sistema y a sus líderes, y una demanda de participación y renovación política.
Esta expresión es una expectativa de la sociedad. No es –todavía- una exigencia militante, y tampoco un dato inmutable que no podrá cambiar en el futuro cercano, hacia arriba o hacia abajo. También es una cifra gruesa, menos provisional de lo que parece, a la que no debe responderse con argumentos exclusivamente legales.
La expresión va más allá de la brecha entre la élite gobernante y la sociedad. Revela otras sensaciones como “no me representas” o “quiero otro poder”, que por ahora no tienen más identidades. Es cierto también que, siendo un llamado desde la decepción, sus efectos podrían precarizar más la política, fortalecer la antipolítica y el autoritarismo.
A pesar de todos los riesgos posibles, es uno de los datos más importantes de esta etapa. Su comprensión pasa por separarlo en dimensiones que ayuden a las respuestas. Por un lado, se encuentra la consigna “que se vayan todos” y por el otro la propuesta del adelanto de elecciones. El hecho de que no se pueda concretar lo segundo debido a su complejidad constitucional, no significa que lo primero no sea un fenómeno crucial.
Sería injusto no anotar que nuestro que se vaya todos es por ahora una opción pasiva de la sociedad. Al respecto, no es la primera vez que el Perú atraviesa una crisis profunda sin gente en la calle, pero en este caso lo inédito no es la deserción masiva de la ciudadanía del debate público sino su falta de identidad con algunas de las partes en pugna. La sociedad peruana de hoy no protagoniza el ensayo sobre la lucidez de Saramago, pero sí un potente ensayo sobre la indiferencia.
Extraña la falta de respuestas. De hecho, no puede ser una salida el cambio de las personas, así sea la del presidente de la República. Como ha sucedido en otras experiencias la ausencia de lo más visible –un programa de cambios- es la clave de la misma crisis. El que se vayan todos sin cambios equivale a que no se vayan realmente todos, y solo a “que se rayen todos” por un momento de la historia, lo más cómodo para los demagogos y populistas.
El liderazgo nacional no tiene un programa frente a esta percepción y es probable que el sistema, siendo fuerte, como lo ha demostrado la reciente sucesión constitucional, no pueda responder a un desafío de esta magnitud. La idea que al final del gobierno de Humala parecía peregrina, de que el país había cerrado un largo ciclo, el del posfujimorismo, resulta acertada con sus implicancias históricas. La más compleja de asimilar quizás sea que este fin de ciclo implique el fin de otros procesos menos institucionales.
El que se vayan todos sigue la línea de los Latinobarómetros, por lo menos desde el año 2011, que ponen sobre la mesa no solo la distancia hacia los políticos e instituciones sino a la política como tal y a la capacidad transformadora del Estado.
Nuestra democracia desde los años 80 implicó un consenso liberal que el fujimorismo no pudo suprimir y que se extendió a la etapa posterior a Fujimori. Ese consenso ha terminado; nuestro sistema tiene los atributos de una democracia sin consenso y no solo una democracia sin partidos o con débiles instituciones. Esta pérdida de consenso político es más profunda en la medida que se suma a la pérdida del consenso alrededor del crecimiento económico, que no implica necesariamente una recusación colectiva del núcleo del modelo neoliberal.

Para profundizar el debate quizás convenga un conjunto de preguntas, como si se van todos quién viene, qué pasa si es no se van todos, o si se van todos yo ciudadano también me voy. Habría que recordar que, en Argentina, cuando terminaba la era Kichner y más aún cuando advino Macri, el sentido común era que no solo no se fueron todos, sino que “volvieron todos”.

lunes, 31 de julio de 2017

Oleada divisionista y divisoria

http://larepublica.pe/politica/1064138-oleada-divisionista-y-divisoria
La República
La mitadmasuno
21 de julio de 2017
Juan De la Puente
La presente es una coyuntura excepcional del sistema, que muestra nuevos y más consistentes límites del modelo de democracia sin partidos que el año pasado volvió a ilusionar a más de un académico, al punto de sostener que habíamos franqueado sin problemas las puertas de un nuevo quinquenio de gobierno, contra el sentido común que sostiene que nos encontramos ante el fin del ciclo antipolítico.
No ha sido así. En pocos meses, ha colapsado la representación emergida de las elecciones. De los seis grupos que pasaron la barrera electoral, dos están divididos en facciones orgánicas (Apra y AP); otro ha consumado un divorcio a palos (Frente Amplio); un cuarto grupo se agita por tendencias centrífugas (PPK); y el quinto vive una disputa familiar extraña. Solo se salva Alianza para el Progreso (APP) quizás solo porque es un emprendimiento electoral, con más socios que militantes.
Desde la década de los sesenta (Apra, AP, Democracia Cristiana y Partido Comunista) el sistema no había experimentado un frenesí de divisiones o de sonadas disidencias. Las razones esta vez son distintas. La actual ola divisionista presenta un carácter inédito: nada ideológica, nada programática, muy poco principista, y eso sí, esencialmente administrativa. En dos de estas divisiones (Fuerza Popular y Frente Amplio), lo central son los reglamentos parlamentarios y en otros dos casos (Apra y AP), los estatutos.
Los grupos partidarios nunca se habían peleado tanto por tan poco. Visto como un fenómeno agregado, no se encuentran en disputa los proyectos sino las inscripciones legales. Divisiones profundas las de antes, cuando las guerras internas consistían en arrebatarle al adversario pedazos de militancia para construir nuevas colectividades. En este contexto, la militancia tiene poco interés para la batalla; solo recordemos que los tres partidos que ocuparon los primeros lugares en la primera vuelta del año pasado, Fuerza Popular, PPK y Frente Amplio, no superaban juntos los 15 mil militantes, a pesar de lo cual les ganaron a partidos como el Apra, PPC y AP, que juntos superaban medio millón de militantes.
En las actuales peleas, las formas hacen el fondo. Eclipsados o liquidados los líderes vigentes durante las últimas tres décadas, la nueva representación que parecía haber tomado la posta confronta tempranos problemas. Les falta ya no historia, que sería injusto pedir ahora, sino lo más elemental, les falta política, eso que le piden a PPK cuando en realidad se trata de una carencia generalizada.
Todas las divisiones a las que asistimos no movilizan sino desmovilizan, no politizan sino despolitizan, no ensanchan el escenario sino lo vacían de razones superiores. En el Apra, ya ni se discute al retorno a Haya, el leitmotiv de sus debates en la década pasada, y en Fuerza Popular no está en discusión el fujimorismo sino la capacidad decisoria de su lideresa, al punto que ha nacido –paradoja de paradojas– una corriente antifujimorista dentro del fujimorismo.
La baja política está en su hora estelar acompañando la crisis al parecer final de la antipolítica. Sucede no obstante que los hechos de esta crisis no permiten albergar esperanzas de una renovación del sistema, especialmente luego de que con un entusiasmo más o menos compartido los nuevos líderes han matado la reforma electoral, la llave que les podría garantizar la reproducción legitimada de su liderazgo. Parafraseando a PPK, se han suicidado un poco.

En cambio, lo que asoma es la contrapolítica, que es divisoria de las opciones éticas de lo público, una completa recusación a toda práctica política y el rechazo a un mínimo estándar de representación pactada, es decir, un vaciamiento de los más elementales principios republicanos. Si no se produce un pacto por una reforma profunda, la contrapolítica barrerá a los nuevos liderazgos y a sus grupos. Varias regiones del país, por lo menos un tercio de ellas, ya viven en contextos de contrapolítica. Por esa razón no me entusiasma el cuadro de rivalidades actuales y guerras que parecen ser del fin del mundo. No lo son.