La República
La mitadmasuno
21 de julio de 2017
Juan De la Puente
La presente es una coyuntura excepcional del
sistema, que muestra nuevos y más consistentes límites del modelo de democracia
sin partidos que el año pasado volvió a ilusionar a más de un académico, al
punto de sostener que habíamos franqueado sin problemas las puertas de un nuevo
quinquenio de gobierno, contra el sentido común que sostiene que nos
encontramos ante el fin del ciclo antipolítico.
No ha sido así. En pocos meses, ha colapsado la
representación emergida de las elecciones. De los seis grupos que pasaron la
barrera electoral, dos están divididos en facciones orgánicas (Apra y AP); otro
ha consumado un divorcio a palos (Frente Amplio); un cuarto grupo se agita por
tendencias centrífugas (PPK); y el quinto vive una disputa familiar extraña.
Solo se salva Alianza para el Progreso (APP) quizás solo porque es un
emprendimiento electoral, con más socios que militantes.
Desde la década de los sesenta (Apra, AP,
Democracia Cristiana y Partido Comunista) el sistema no había experimentado un
frenesí de divisiones o de sonadas disidencias. Las razones esta vez son
distintas. La actual ola divisionista presenta un carácter inédito: nada
ideológica, nada programática, muy poco principista, y eso sí, esencialmente
administrativa. En dos de estas divisiones (Fuerza Popular y Frente Amplio), lo
central son los reglamentos parlamentarios y en otros dos casos (Apra y AP),
los estatutos.
Los grupos partidarios nunca se habían peleado
tanto por tan poco. Visto como un fenómeno agregado, no se encuentran en
disputa los proyectos sino las inscripciones legales. Divisiones profundas las
de antes, cuando las guerras internas consistían en arrebatarle al adversario
pedazos de militancia para construir nuevas colectividades. En este contexto,
la militancia tiene poco interés para la batalla; solo recordemos que los tres
partidos que ocuparon los primeros lugares en la primera vuelta del año pasado,
Fuerza Popular, PPK y Frente Amplio, no superaban juntos los 15 mil militantes,
a pesar de lo cual les ganaron a partidos como el Apra, PPC y AP, que juntos
superaban medio millón de militantes.
En las actuales peleas, las formas hacen el
fondo. Eclipsados o liquidados los líderes vigentes durante las últimas tres
décadas, la nueva representación que parecía haber tomado la posta confronta
tempranos problemas. Les falta ya no historia, que sería injusto pedir ahora,
sino lo más elemental, les falta política, eso que le piden a PPK cuando en
realidad se trata de una carencia generalizada.
Todas las divisiones a las que asistimos no
movilizan sino desmovilizan, no politizan sino despolitizan, no ensanchan el
escenario sino lo vacían de razones superiores. En el Apra, ya ni se discute al
retorno a Haya, el leitmotiv de sus debates en la década pasada, y en Fuerza
Popular no está en discusión el fujimorismo sino la capacidad decisoria de su
lideresa, al punto que ha nacido –paradoja de paradojas– una corriente
antifujimorista dentro del fujimorismo.
La baja política está en su hora estelar
acompañando la crisis al parecer final de la antipolítica. Sucede no obstante
que los hechos de esta crisis no permiten albergar esperanzas de una renovación
del sistema, especialmente luego de que con un entusiasmo más o menos
compartido los nuevos líderes han matado la reforma electoral, la llave que les
podría garantizar la reproducción legitimada de su liderazgo. Parafraseando a
PPK, se han suicidado un poco.
En cambio, lo que asoma es la contrapolítica, que
es divisoria de las opciones éticas de lo público, una completa recusación a
toda práctica política y el rechazo a un mínimo estándar de representación
pactada, es decir, un vaciamiento de los más elementales principios
republicanos. Si no se produce un pacto por una reforma profunda, la
contrapolítica barrerá a los nuevos liderazgos y a sus grupos. Varias regiones
del país, por lo menos un tercio de ellas, ya viven en contextos de
contrapolítica. Por esa razón no me entusiasma el cuadro de rivalidades
actuales y guerras que parecen ser del fin del mundo. No lo son.