La apreciación
simplista de la crisis del fujimorismo reduce lo que ahí sucede a una lucha
sucesoria de tres actores, obviando el movimiento y los intereses que
representa cada tendencia. En respuesta, es necesario trascender del patrón
banal para enlazar la lucha dinástica con la disputa en curso por la tradición
conservadora popular.
La salida del sector
liderado por Kenji de Fuerza
Popular es la liberación de fuerzas reprimidas durante varios años y el inicio
de la construcción de proyectos al mismo tiempo diferenciados y parecidos. Más
allá de la novela, es un reacomodo orgánico acompañado de reajustes en el
discurso.
Nunca se había
experimentado en el Perú una lucha dinástica con esa intensidad. La magnitud de
este hecho no puede ser estimada, pero tiene dos probables desenlaces; 1) que
la batalla entre hermanos sea un mal negocio para el fujimorismo, de modo que
el efecto más importante consista en la reducción de su espacio social y
electoral; y 2) que, repitiendo
una lógica peronista, la disputa agrande el movimiento y permita el desarrollo
de tendencias con desigual destino.
Por ahora, un
fujimorismo único ya no es posible y es la prueba del error de las predicciones
que proclamaban que la libertad de Alberto era
el inicio de un brillante plan para la recuperación del poder que su huida a
Chile y la extradición interrumpieron hace 10 años.
Las cosas se
presentan de otro modo; Alberto no ha
logrado que su libertad sea un shock recreador del fujimorismo. Al contrario,
según las recientes encuestas de Ipsos y GfK, las grandes cifras le son
desfavorables, a lo que se agregan otras desventuras de gran calado: no ha
podido unir su legado, ni ponerse por encima de la disputa entre sus herederos.
Luego de la salida
del grupo “kenjista/albertista” de Fuerza Popular, la tendencia es a la
formación de un fujimorismo tradicional, orgánico respecto del pasado (el golpe
de 1992 y la década de gobierno) liderado por Kenji con el beneplácito de
Alberto; y otro fujimorismo, el partidario, liderado por Keiko, menos
identificado con Alberto, tolerado por
este y con elementos de posfujimorismo. Como en toda ruptura, sin embargo,
habrá más vasos comunicantes abajo que arriba.
La República
La mitadmasuno
2 de febrero 2018
Juan De la Puente
El fortalecimiento de
una de las opciones está relacionado actualmente con las apuestas discursivas
que emergen claramente. El bloque orgánico-tradicional realiza paradójicamente
un giro narrativo apostando al diálogo y a la gobernabilidad, una forzada
salida por el centro, una recreación del fujimorismo inicial de 1990 (el
prefujimorismo), o si se quiere, una suerte de Acuerdo de Paz que no mire el
pasado. Este ensayo entrará en crisis cuando se afirme que los 10 renunciantes son
el apéndice del oficialismo.
En tanto, el bloque
partidario persiste en el relato de “Keiko es Fujimori pero no es Alberto”,
sigue apostando por la oposición, y mantiene su alianza con los sectores
conservadores con el que se alió desde la segunda vuelta electoral del 2016.
Aunque las cosas no están mejor: Fuerza Popular ha perdido la batalla por la
vacancia y la mayoría absoluta del Congreso y está por ahora obligada a
defender a PPK, discretamente, de las nuevas mociones de vacancia.
Es temprano para
señalar quién ganará la disputa, aunque es obvio que Fuerza Popular tiene más
instrumentos para fortalecerse (partido inscrito, bancada, aparato, discurso
opositor), a pesar de lo cual, en relación a Kenji queda por dilucidar el alcance de la épica
“el hijo que libera al padre”. Otro pendiente es la relación entre el partido y
las masas; si nos atenemos a las encuestas recientes, Kenji/Alberto han ganado la batalla social, pero
parece que han perdido la batalla por la representación formal del fujimorismo,
lo que implica un reto a cada facción, para que busquen adhesiones en otros
lados.
Finalmente, esta
disputa pone en crisis al antifujimorismo que
no estaba preparado para enfrentar a dos fujimorismos. Ya en el pasado cercano,
desde la censura a Saavedra, el antifujimorismo dejó libre su retaguardia al
poner todos los huevos en una sola canasta, una estrategia que el cóctel
vacancia/indulto ha dinamitado.