La República
La mitadmasuno
6 de marzo de 2015
Juan De la Puente
No sé cómo terminará el debate parlamentario de la reforma electoral. Lo más probable es que se aprueben algunos cambios urgentes, no todos, para mejorar el estándar del próximo proceso electoral. Sin embargo, no parecen haber condiciones para aprobar en su totalidad el paquete mínimo, porque en el Congreso y en los partidos nacionales no ha sido posible construir una audaz mayoría a favor de cambios.
A pesar de ello se ha roto el dique inmovilista; por primera vez la caída del fujimorismo en el país se ha detenido más de un minuto para debatir la reforma política, la parte electoral de ella pero no solo lo electoral. Las discusiones de cenáculo han “descendido” a la sociedad y han perdido su categoría de exclusividad intelectual. Este descenso tiene una virtud que debe ser rescatada, su transversalidad; por ahora no se advierten demasiados sesgos ideológicos y no existen modelos de reforma de izquierda y de derecha. Al contrario, con matices, se aprecian sentidos comunes agregados volcados hacia una mejor política para una mejor representación.
Nada de esto se habría logrado sin dos hechos centrales. El primero, la embestida de la antipolítica durante el proceso electoral regional/municipal de octubre pasado. Esta arremetida, provista de su enorme fuerza económica, expuso ante el país la dimensión de un desborde de formas y los límites de instituciones atadas de manos frente a una masiva ruptura y desprecio de los marcos básicos, un fenómeno que en medio del estallido de la corrupción diluyó los reparos a la reforma, incluso de los que poco antes escribían que el país no necesita nuevas reglas de juego.
El segundo fue la capacidad de reacción de una parte del Estado, en este caso de los organismos electorales, y otro tanto de la sociedad, incluyendo los medios de comunicación y que a pesar del viento en contra insistieron en cambios, aún mínimos. La apertura del JNE, ONPE y RENIEC a la sociedad civil y la campaña unificada #ReformaElectoralYA que las tres instituciones llevan a cabo debe ser reconocida; es un posicionamiento inédito y valeroso en la pugna por la transparencia pública, una especie de pequeña “mani pulite” peruana que en otras condiciones debería ser ciertamente más generalizada.
La curiosa pregunta de por qué los organismos electorales demandan más transparencia pública debería ser reemplazada por otra: ¿Por qué callan otras instituciones frente a la reforma de las reglas para la formación de la representación? De ese silencio escapan el ejemplar comportamiento de la Defensoría del Pueblo y la reciente toma de posición del Fiscal de la Nación que se ha expresado a favor de la inhabilitación de por vida de los funcionarios corruptos y el Contralor General quien ha respaldado la aprobación de los impedimentos de postulación para los sentenciados por corrupción y la eliminación del voto preferencial. El Poder Judicial, el TC, el CNM por ahora callan.
El país se acerca a una batalla institucional entre organismos que pugnan por más transparencia pública y mejores reglas para el ejercicio de la política y otros que se atrincheran en las viejas formas que favorecen la corrupción. Esta disputa es cada vez más probable en la medida que la reforma política se ha transformado en un movimiento, aún pequeño pero imposible de ser ignorado.
Es una mala señal que de ese movimiento no forme parte de modo entusiasta y general lo que queda del sistema de partidos. Muy pocos grupos nacionales se han expresado a favor tanto de la reforma mínima como del paquete más ambicioso de mediano plazo. La mayoría de partidos está emplazado en la acerca del frente, resistiéndose a que se investiguen sus aportes electorales y gastos de campaña y ensayando lamentables coartadas a favor del voto preferencial, contra la alternancia de género o de desprecio a lo mínimo. Este bloqueo partidario a la reforma que se extiende al Congreso es más que una falta de grandeza; resume un grave error de apreciación del nuevo momento y una entrega de banderas a otros que están llegando.
A pesar de ello se ha roto el dique inmovilista; por primera vez la caída del fujimorismo en el país se ha detenido más de un minuto para debatir la reforma política, la parte electoral de ella pero no solo lo electoral. Las discusiones de cenáculo han “descendido” a la sociedad y han perdido su categoría de exclusividad intelectual. Este descenso tiene una virtud que debe ser rescatada, su transversalidad; por ahora no se advierten demasiados sesgos ideológicos y no existen modelos de reforma de izquierda y de derecha. Al contrario, con matices, se aprecian sentidos comunes agregados volcados hacia una mejor política para una mejor representación.
Nada de esto se habría logrado sin dos hechos centrales. El primero, la embestida de la antipolítica durante el proceso electoral regional/municipal de octubre pasado. Esta arremetida, provista de su enorme fuerza económica, expuso ante el país la dimensión de un desborde de formas y los límites de instituciones atadas de manos frente a una masiva ruptura y desprecio de los marcos básicos, un fenómeno que en medio del estallido de la corrupción diluyó los reparos a la reforma, incluso de los que poco antes escribían que el país no necesita nuevas reglas de juego.
El segundo fue la capacidad de reacción de una parte del Estado, en este caso de los organismos electorales, y otro tanto de la sociedad, incluyendo los medios de comunicación y que a pesar del viento en contra insistieron en cambios, aún mínimos. La apertura del JNE, ONPE y RENIEC a la sociedad civil y la campaña unificada #ReformaElectoralYA que las tres instituciones llevan a cabo debe ser reconocida; es un posicionamiento inédito y valeroso en la pugna por la transparencia pública, una especie de pequeña “mani pulite” peruana que en otras condiciones debería ser ciertamente más generalizada.
La curiosa pregunta de por qué los organismos electorales demandan más transparencia pública debería ser reemplazada por otra: ¿Por qué callan otras instituciones frente a la reforma de las reglas para la formación de la representación? De ese silencio escapan el ejemplar comportamiento de la Defensoría del Pueblo y la reciente toma de posición del Fiscal de la Nación que se ha expresado a favor de la inhabilitación de por vida de los funcionarios corruptos y el Contralor General quien ha respaldado la aprobación de los impedimentos de postulación para los sentenciados por corrupción y la eliminación del voto preferencial. El Poder Judicial, el TC, el CNM por ahora callan.
El país se acerca a una batalla institucional entre organismos que pugnan por más transparencia pública y mejores reglas para el ejercicio de la política y otros que se atrincheran en las viejas formas que favorecen la corrupción. Esta disputa es cada vez más probable en la medida que la reforma política se ha transformado en un movimiento, aún pequeño pero imposible de ser ignorado.
Es una mala señal que de ese movimiento no forme parte de modo entusiasta y general lo que queda del sistema de partidos. Muy pocos grupos nacionales se han expresado a favor tanto de la reforma mínima como del paquete más ambicioso de mediano plazo. La mayoría de partidos está emplazado en la acerca del frente, resistiéndose a que se investiguen sus aportes electorales y gastos de campaña y ensayando lamentables coartadas a favor del voto preferencial, contra la alternancia de género o de desprecio a lo mínimo. Este bloqueo partidario a la reforma que se extiende al Congreso es más que una falta de grandeza; resume un grave error de apreciación del nuevo momento y una entrega de banderas a otros que están llegando.