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lunes, 12 de noviembre de 2018

El día siguiente al 9 de diciembre

https://larepublica.pe/politica/1353828-dia-siguiente-9-diciembre
La República
La mitadmasuno
9 de noviembre de 2018
Juan De la Puente
Es probable que el presidente Martín Vizcarra ya tenga una idea clara del post referéndum, ahora que es innegable que la consulta popular del 9 de diciembre será un punto de partida y no de llegada. En esa perspectiva, en dos de sus apariciones públicas recientes, se ha referido al diálogo y a los acuerdos, lo que parece indicar que Vizcarra pretende forjar un pacto como alternativa a la crisis.
Es muy bueno que lo intente. En el presidente Vizcarra, la idea de un diálogo parece concretarse en un acuerdo de alcance mayor, y no es la primera vez que se refiere a su importancia. Lo hizo en su discurso de toma de mando en marzo pasado, y hace poco ha tomado forma en el anuncio de un pacto social “para generar desarrollo y combatir la corrupción”. El presidente añade que este pacto es principalmente con el pueblo, con un calendario inicial: se iniciará en diciembre de modo directo con las fuerzas políticas para trazar una agenda común luego de que culmine su recorrido nacional.
No rechazar la posibilidad de un acuerdo político luego del 9 de diciembre es señal de que la puerta que Vizcarra ha abierto con audacia a propósito de los audios del CNM, no será cerrada. También indica que por delante se tiene un modelo de diálogo distinto al que formuló Keiko Fujimori poco antes de ser sentenciada a prisión preventiva, es decir, un diálogo bipartidista o Ejecutivo/Legislativo para evitar el ruido político.
En ciernes se encuentra entonces la posibilidad de un acuerdo impulsado por el Gobierno con todas las fuerzas políticas, los actores sociales y la nueva representación regional y local surgida de las elecciones de este año, para hacer sostenibles los cambios y para profundizarlos. De concretarse esta perspectiva significaría una salida ordenada a la crisis y la posibilidad de que la etapa de reformas vaya mucho más allá del 9 de diciembre, y que no se pierda en el horizonte del año próximo, en un país donde el corto plazo conspira contra los consensos del largo plazo.
Es desafiante imaginarse el día siguiente del referéndum en un escenario al mismo tiempo desordenado y en movimiento, y a veces más lo primero que lo segundo. El saldo del mes de octubre, el más turbulento de las últimas décadas, con una veintena de hechos políticos y judiciales que se sucedieron y mezclaron, no es solo la imagen de un país que bulle con inquietud, sino de un sistema consistente que se resiste al cambio.
La doble naturaleza de este período –un hervidero con resistencia a las reformas- conduce a que la primera previsión se refiera a los límites de cualquier diálogo. Desde el año 2000, el Perú es un territorio de acuerdos y guerras, solo que los acuerdos son cada vez más específicos y las guerras más frecuentes, largas y sin logros sistémicos. Esta dicotomía entre los pequeños pactos y las grandes divisiones obliga al Gobierno a mantener la iniciativa de un diálogo nacional y liderar la agenda. De hecho, si el 9 de diciembre votaremos en un referéndum es, precisamente, porque los políticos no se pusieron de acuerdo durante largos años sobre aspectos cruciales de nuestro sistema.La pregunta sobre el papel del Congreso en esta etapa es importante. Desde julio, el Parlamento ha desempeñado un rol opuesto al cambio con los resultados ya conocidos. Las reformas que los peruanos votarán y/o rechazarán en el referéndum han sido formuladas en un intercambio áspero con este poder del Estado. Ahora mismo, el Parlamento tiene en sus manos media docena de proyectos de ley sobre la reforma judicial enviados por el Gobierno en agosto, y tendrá que debatir otros más luego del 9 de diciembre.
La última pregunta sobre el diálogo es sobre la profundidad del pacto, y si los cambios implicarán nuevas y más complejas reformas constitucionales. En este punto también se tiene novedades; la posibilidad de grandes reformas a la Constitución despierta menos sobresaltos que antes, al tiempo en que crece la certeza en una parte del liderazgo del país y en las instituciones de que sin un pacto constitucional ningún ciclo de cambios será sostenible. En el Perú, ya no es posible un ciclo reformista sin cambios constitucionales de gran calado.

¿No quieres un Bolsonaro?

https://larepublica.pe/politica/1349416-quieres-bolsonaro
La República
La mitadmasuno
2 de noviembre de 2018
Juan De la Puente
El país se agita con los resultados judiciales de una crisis cincelada durante varios años. Contra lo que afirma la crítica a las decisiones judiciales contra la dirigencia de Fuerza Popular, y aun antes cuando estas involucraron a Ollanta Humala y Nadine Heredia, no son sentencias politizadas sino resoluciones que operan como desenlaces de procesos complejos donde las instituciones demoraron cambios, evitaron regulaciones o cubrieron zonas oscuras.
Fuerza Popular ha sido derrotada en la parte final de este proceso por los tribunales y no por variables políticas, lo que no les resta prestancia a los fiscales y jueces, sino que eleva la épica de un sistema donde la política pura y dura no puede producir grandes rupturas.
Los más optimistas creen que el derrumbe de Fuerza Popular no se llevará a nadie más. En esa confianza subyace la certeza de que esta crisis “es de otros”. Eso creían los líderes de los partidos distintos al PT en Brasil y al PRI en México, hasta que se dieron cuenta, incluso antes de las elecciones, que las crisis de régimen político son de todos y afectan a todos. Especialmente a los desprevenidos y a los que no aprovechan las grandes oquedades que ofrece la historia y terminan devorados por ellas.
¿No les parece extraño que, en plena hecatombe de Keiko Fujimori ningún líder alternativo obtenga por lo menos 20% de aprobación, aunque el 52% demande el cierre “de una vez” del Congreso, según la reciente encuesta del IEP? Las respuestas que pretenden explicar este registro, de que el 71% de los que piden el cierre del Congreso no están interesados en la política, o que dos tercios de ellos no tienen educación superior, no atienden el tema de fondo actual: más allá de los tribunales, se aprecian muy pocas salidas claras por ahora.
La derrota de Fuerza Popular ha iniciado un reordenamiento de fuerzas; en una primera diferenciación se ubican las que desde la derecha empresarial y política apuestan por un diálogo como armisticio entre el Gobierno y Fuerza Popular, y quienes se resisten al contacto hasta que se produzca un desenlace en el Congreso. Esa diferenciación no es la única; existe una demanda puntual de la renuncia o destitución del fiscal de la Nación, Pedro Chávarry, que encuentra a un sector parapetado en el relato inmovilista de “no hay que pelearse más” o “estamos destruyendo al país”.
Lo que ha traído a Bolsonaro al poder en Brasil no es la confrontación; fueron los 28 años de corrupción del régimen democrático y la debacle de la última esperanza de cambio elegida el 2002, la del PT, que naufragó en esa corrupción y en la falta de reformas profundas en un país pobre y desigual. Lo que evitará en el Perú una salida autoritaria en el mediano plazo no es el abrazo de las elites para evitar el cambio, sino una fuerte promesa de reforma.
¿No quieres un Bolsonaro? Entonces realiza cambios. Desde este ángulo del análisis, la segunda diferenciación que avanza a instalarse como la más decisiva conforme se acerque el referéndum es entre los satisfechos por lo logrado hasta ahora y que apuestan por una rápida normalización, y quienes sostienen, aún tibiamente, la necesidad de abrir una segunda etapa de reformas y dar curso a un programa de cambio en el contexto de un diálogo social intenso, transformado el momento plebiscitario en un momento constituyente.
La tendencia que más cerca se encuentra de una oferta que no les cierre la puerta a las reformas luego del 9 de diciembre son los grupos liberales democráticos y la izquierda, junto a un abanico de movimientos sociales y regionales. Para que este programa sea viable es decisivo el papel que decida desempeñar el presidente Vizcarra. De él depende en gran medida que el año 2021 el Perú no experimente un efecto Bolsonaro.

Ha terminado una etapa donde, sin proponérselo, los tribunales han desempeñado el rol de fuerza motriz del cambio –otro rasgo del libreto brasileño– y se inicia otro donde lo judicial, siendo importante, no es el eje de la política cotidiana. Es la hora de un pacto constituyente, de las nuevas fronteras de la democracia; el país no puede darle tregua a la crisis.

lunes, 23 de marzo de 2015

Podemos, no queremos, no sabemos

http://www.larepublica.pe/columnistas/la-mitadmasuno/podemos-no-queremos-no-sabemos-06-02-2015
La República
La mitadmasuno
6 de febrero 2015
Juan De la Puente
En la actual crisis política los actores juegan cerca al borde de la cancha y en corto plazo, sin apuestas estratégicas, una crisis que discurría sin contenidos pero que ha sido impactada por dos elementos que sobresalen por su carácter precursor: 1) la irrupción de una forma/contenido “full contact” de hacer política impulsada por el ministro Daniel Urresti, antecedente de un espiral antagónico casi irreversible donde solo es posible la confrontación, no importa sobre qué; y 2) la presencia de los jóvenes indignados y más que eso, de una forma/contenido aún embrionaria y duramente cuestionadora del establishment político y económico.
La idea cuestionadora de lo político y económico es recurrente desde la caída del fujimorismo. Ambos reformismos fueron inicialmente marginales, por la necesidad de recuperar las instituciones y abrir el juego, la razón por la cual se impuso la opción de Alejandro Toledo (2001-2006). Esa opción se decantó por un modelo económico alternativo, fue derrotado por Alan García (2006-2011) pero triunfó con rebajas, también en lo económico el  2011.
Por lo tanto, podríamos decir que el reformismo político fue marginal desde los inicios del actual ciclo democrático, debido al privilegio de lo económico patentizado en discursos convergentes como “piloto automático de la economía”, “buena economía, mala política” y “aislar el ruido político”.
El estallido de la corrupción, las crisis institucionales en progreso, como las del Congreso, la Fiscalía y el CNM, la crisis de los partidos y las decisiones equívocas tomadas desde arriba, han creado un escenario ideal para la irrupción de las dos promesas señaladas, la populista autoritaria –en ese sentido Urresti es más que Urresti, es el profeta de un proyecto para resolver por la fuerza los nudos de nuestra gobernabilidad– y la reformista que a diferencia del pasado hace énfasis más en la política y en la economía.
Esta última tendencia señala que el problema central del país es la corrupción y el envilecimiento de la política. Esta no se da por aludida, se sigue peleando en las alturas por asuntos de corto plazo, y tiene el secreto deseo de que el 2016 tenga como elementos de discusión la seguridad ciudadana y acaso la defensa del llamado modelo económico si algún candidato lo amenazara, algo poco probable ahora. En ninguna de las contabilidades de las opciones para las próximas elecciones figuran la lucha contra la corrupción, la reforma de la política y de la formación de la representación, y los cambios de fondo en las instituciones impactadas por la corrupción y la ineficiencia.
Estimar, sin tomar en cuenta este escenario la probable irrupción de un fenómeno político similar a Podemos de España es arriesgado. Vistos los antecedentes de la derrota programática de Humala y el abandono de su proyecto, también es apresurado pronosticar la aparición el 2016, y con fuerza, de una opción como la de Evo Morales (Bolivia), Rafael Correa (Ecuador), Hugo Chávez (Venezuela) o Cristina Fernández (Argentina). Lamentablemente, en el reino de la antipolítica en la que se ha convertido el Perú, tampoco son posibles reformismos más institucionalistas como los de Chile o Uruguay.
A diferencia de varios de los países mencionados, el Perú no se encuentra en crisis económica en tanto que el mercado registra una alta cuota de legitimidad. Es una razón y no una coartada que opera en la conciencia ciudadana como un enorme tapón de cara a los cambios institucionales que requerimos. La falta de conciencia que impulse cambios de fondo a pesar de no registrarse una crisis económica es un problema cultural de la política sobre el que se desarrolla una discusión entre quienes apuntan a cierta anomia social que se gratifica con la corrupción y lo alimenta (las dos caras de la moneda, “déjame trabajar” y “roba pero hace obra”) y quienes todavía rebuscan en los partidos una pequeña señal reformista. En cualquier caso, no deja de ser frustrante que el discurso ético en el país sea vigoroso pero marginal.