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sábado, 24 de enero de 2015

Monos con metralleta

http://www.larepublica.pe/columnistas/la-mitadmasuno/monos-con-metralleta-23-01-2015
La República
La mitadmasuno
23 de enero de 2015
Juan De la Puente
Se tiende a pensar que varios de los fenómenos que sacuden recientemente la agenda pública peruana son el resultado de acciones impensadas o disparos al azar lanzados por personajes imprevistos. Esta idea, que la política ha sido tomada por monos con metralleta, debería ser relativizada en favor de una reflexión que explique la irrupción y/o privilegio de formas regresivas de hacer la cosa pública que están llegando para quedarse. En estos casos, la irresponsabilidad de acciones y declaraciones no es sinónimo de disparate.
En cinco días se han tenido noticias de seguimiento ilegal a por lo menos seis actores públicos relevantes (Jorge del Castillo, Miguel Hidalgo, Marisol Espinoza, Cecilia Tait, Natalie Condori y Tania Quispe); procedimientos que para efectos del análisis deben ser agregados y desagregados en busca de una racionalidad oculta. Salvo el que se realizó a la Vicepresidenta Marisol Espinoza, los otros cinco habrían consistido en operaciones destinadas a elaborar expedientes para el chantaje o para el estatequieto.
Importa dilucidar si estos operativos están a cargo de redes privadas o estatales porque de esto depende no solo la tipicidad del delito sino los móviles, es decir, en favor de qué decisiones se pretendía torcer la voluntad de las víctimas. Si estas redes son privadas estaríamos ante el sucio dinero, importante de atajar pero al fin y al cabo un desborde –doloso– de las bajas pasiones a las que conduce la codicia; pero si las redes fueron públicas, es decir, cualquiera de las instituciones de inteligencia, estaríamos ante la sucia política, el desborde –doloso y peligroso– de la fuerza del Estado para favorecer intereses del poder de turno. Caben otras dos realidades intermedias: 1) que los intereses privados hayan usado –alquilado– la logística del Estado para propósitos privados; y 2) que existan grupos al interior del Estado con lógica de inteligencia propia, lo que se está denominando como “facciones” con objetivos propios.
Cualquiera de estas posibilidades pone en jaque al sistema revelando su debilidad, vulnerabilidad y podredumbre, porque tanto lo privado/sucio como lo público/sucio concurren a un nuevo estadío, la delito-política, la fase superior de la antipolítica, una forma de gestionar la representación que, a los manejos dolosos del erario público patentizado en los escándalos que explotaron el año pasado, suman otras regularidades como el registro de la intimidad familiar y el acopio de datos en los registros públicos. De allí al chaveteo en los callejones solo hay un paso, incluso si, como al parecer sucede, una cosa es el espionaje y otra la misteriosa distribución de expedientes.
Varias preguntas emergen de este fenómeno que quizás no les interese mucho al Congreso y a la fiscalía que investigarán las denuncias de seguimiento: ¿Esta forma de organizar el juego político y las relaciones con los opositores y con los propios tiene un peso decisivo en el Estado? ¿Cuántos recursos y tiempo distrae a los tomadores de decisiones organizar u ordenar estos operativos y prestar atención a sus hallazgos teniendo en cuenta que el día tiene 24 horas? ¿Las instituciones a cargo de estas operaciones tienen también una participación en la elaboración de la agenda pública y por lo tanto voz en el gobierno del país? ¿Por qué callan los funcionarios víctimas de estas prácticas ilegales?
En un país donde se justifica que los procuradores graben a los ministros (lo que hace suponer que los ministros pueden grabar al Presidente) se torna aceptable que el gobierno grabe y espíe a todos. Esa es otra política, la de baja intensidad, la de los aparatos ocultos, de los equipos de chuponeo, de las investigaciones de la vida privada, las filtraciones a la prensa, de la prensa que abraza las primicias con escaso sentido crítico y del ajuste de cuentas por lo bajo. No es la política del debate abierto, de la lealtad hasta en la discrepancia y la disidencia, del juego político de cara a los ciudadanos donde son ellos los que deciden y no los expedientes X; es otro país, el Perú Watergate. ¿Hemos liberado esas fuerzas?