La República
La mitadmasuno
5 de agosto de 2016
Juan De la Puente
El voto de confianza al gabinete no será un problema mayor, por lo menos en relación al primer gabinete del Gobierno de PPK. Quizás importe más si el debate desgastará al equipo que preside Fernando Zavala o si, por el contrario, el tono será de una exigencia no corrosiva. Ese resultado dependerá de la oposición; del calado del programa que lleve el Gobierno, una agenda por ahora estrecha y en la que no se incluye con nitidez la descentralización, la reforma política y las ofertas electorales sobre derechos; y sobre todo del temperamento de una sociedad poco tolerante a los políticos.
Superado el voto de confianza, tendremos hasta diciembre dos hitos ya programados que medirán la tirantez entre el Gobierno y el Congreso: la delegación de facultades y la aprobación del presupuesto del año 2017. El resto quedará librado a un péndulo o vaivén, una sucesión de microciclos políticos de baja, alta y extrema tensión.
De la Gran Transformación (solo de nombre, claro) estamos pasando a la Gran Oscilación, en la que recae finalmente la inédita gobernabilidad que originaron las vueltas electorales de abril y junio. Este cuaderno en blanco ha empezado a escribirse por varias manos y ante la ausencia de grandes pactos y estrategias explícitas, gran parte de esa gobernabilidad se elabora en borrador.
Se advierten cuatro procesos que impactarán en ese vaivén: 1) el control político del Congreso; 2) las iniciativas del Ejecutivo, particularmente en seguridad y economía; 3) el programa legislativo del Parlamento, especialmente el del fujimorismo; y 4) las demandas de las regiones y de la calle, o sus respuestas a las decisiones de los poderes públicos.
Es una pena, pero estos grandes procesos dependerán más de la pequeña política, de las palabras y de los gestos, y en esa dirección debemos prepararnos para un juego perverso y vicioso de sensibilidades, agresiones, ofensas y perdones. En los primeros meses, la política macro deberá hacer esfuerzos para abrirse paso ante la falta de voluntad de la mayoría de los medios y de los líderes para jerarquizar la agenda pública.
La oscilación es un mal camino. Su principal efecto será socavar la legitimidad de los poderes elegidos, una secuela natural en un país que cuenta con una larga crisis de representación pero ahora en clave más acelerada.
Una agenda pública oscilante y librada a la micropolítica es siempre una agenda de corto plazo, precaria y de poca profundidad. En esa perspectiva, es probable que los grandes temas de la campaña sean encarados con pequeñas medidas y que el minimalismo sea el temperamento dominante entre los decisores.
En ese contexto, por ejemplo, existirán pocas posibilidades de relanzar la descentralización y en este caso la receta minimalista será un shock de inversiones, que no es lo mismo. Sucedería lo mismo con las reformas institucionales; en este caso, la saludable creación de la Procuraduría General de la República sería la medida minimalista de cambios de profundidad, como la reforma judicial misma, el cambio del procedimiento de elección del Consejo Nacional de la Magistratura (CNM), la muerte civil de los corruptos o la refundación de la Policía Nacional.
Este desenlace podría evitarse si se producen dos giros de timón en el escenario al que nos introducimos: 1) el establecimiento de una agenda macro desde los poderes elegidos: y 2) la gestación de alianzas por cada uno de los temas macro. Citando los cuatros casos señalados –reforma judicial, CNM, muerte civil y PNP– el Ejecutivo y todo el Legislativo juntos tendrían un éxito político resonante si le entregan al país estos cambios que mejorarían sensiblemente la percepción sobre el futuro por parte de la sociedad.
A pesar de tal posibilidad que parece estar a la mano, la ruta de las agendas separadas y precarias parece trazada. Nos espera la alianza entre la micropolítica y el minimalismo. No lo merecemos. Porque hemos votado por más.