La República
La mitadmasuno
26 de agosto de 2016
Juan De la Puente
La presentación del gabinete que preside Fernando Zavala ante el Congreso y el voto de confianza conseguido cierran un ciclo de tensión un tanto extrema y ruda entre el gobierno y el fujimorismo, una etapa que se inició luego de la segunda vuelta electoral y que atravesó la toma de posesión de PPK y la formación de su gobierno.
Lo que hubo en el Congreso la semana pasada no fue un choque de poderes sino un encuentro, que fue posible gracias a una moderación de todos los actores. Esa moderación no será permanente ni será propia de todos los grupos, pero los principales códigos de esta relación en la cúspide del sistema parecen aclararse.
Entre las tres posibilidades a la mano –confrontación en toda la línea, acuerdos puntuales alcanzados con cierta dificultad o convivencia–el fujimorismo ha escogido la segunda opción, graficada en el debate de una investidura que duró dos días, donde nada fue gratis y en el que la fuerza de la mayoría se apreció en cada tramo.
No es amor sino conveniencia. Este modelo de consenso a palos presenta algunas características iniciales: 1) Fuerza Popular acota el margen de maniobra del Ejecutivo al corto plazo, sin posibilidad aún de abordar el mediano plazo; 2) el fujimorismo acepta la narrativa económica macro del Gobierno pero pone en debate los cambios en el discurso tradicional del modelo (ejemplo el 1% del IGV); 3) en su relación con el Congreso, el Gobierno raspa las aristas complejas de su programa para evitar medidas que podrían no ser compartidas, introduciendo un cariz minimalista a su administración, alejándose de las reformas; y 4) se establece entre ambos un gran consenso que en adelante puede operar de memoria: el funcionamiento eficaz de los sectores con prioridad de la obra pública, y si incluye un dura crítica al anterior gobierno, mejor.
Esa arquitectura es lo que hasta ahora ha podido producir el sistema sin que el gobierno abandone su idea de gobernar y la oposición su tarea de oponerse, aunque en este último sector se han abierto dos modelos opositores, el fujimorismo recusando el continuismo político de PPK y el Frente Amplio cuestionando el continuismo económico.
Sin posibilidades de un acuerdo explícito alrededor de grandes temas de Estado asoma la idea del “otro” acuerdo, uno económico de corto y mediano plazo. ¿Puede evolucionar el consenso a palos a una cohabitación PPK/Fuerza Popular como presionan algunos medios y poderes no oficiales?
Es difícil que ello suceda no solo por el deseo natural del fujimorismo de tener un gobierno propio el 2021, sino por la misma presencia de PPK interesado a jugar un papel más centrista que su gabinete, en un tono belaundista de los ochenta, una ubicación que dificultaría cualquier intento de cerrar la gobernabilidad arriba sin tomar en cuenta el humor de la sociedad. Conveniencia sí, pero no convivencia.
Por esa razón habría que prestar atención a los llamados implícitos a reducir el peso del Presidente de la República, como sostiene la ex Defensora del Pueblo, Beatriz Merino, en un reciente artículo (Gobernabilidad de baja intensidad, El Comercio 21.8.2016) en el que sugiere que el premier sea el “mediador” entre un Congreso fuerte y un presidencialismo fuerte; o varios artículos que llaman a convertir al premier en un Jefe de Gobierno, una función que como se sabe está reservada a PPK en su calidad de Presidente.
Parece que existe apuro para reducir los acuerdos a los asuntos económicos y al compromiso de las élites representativas. Eso no es nuevo y de hecho los tres últimos gobiernos, elegidos bajo el signo del cambio, sucumbieron ante esas presiones, con los resultados conocidos.
El desafío del gobierno y de todos los partidos con representación política –que tiene el poder pero que no son fuertes– es más complejo en lo tocante a los acuerdos, especialmente si se trata de avanzar en consensos explícitos con regiones, territorios y sectores sociales, es decir, un encuentro con todas las agendas que las elecciones pusieron sobre la mesa.