viernes, 24 de octubre de 2014

Los demonios del centro

http://www.larepublica.pe/columnistas/la-mitadmasuno/los-demonios-del-centro-24-10-2014
La República
La mitadmasuno
24 de octubre de 2014
Juan De la Puente
La primera reacción gruesa al resultado electoral del 5 de octubre la ha tenido Alan García, quien se ha planteado un tentador derrotero: 1) la formación de un frente por el que sea candidato; 2) que el gobierno del 2016 no sea “de un partido”; y 3) que las elecciones del 2016 sirvan para “consolidar y salvar la política”.
Salvo el Frente Democrático Nacional de 1945 y la alianza AP-DC de 1963, los frentes preelectorales en el Perú no tuvieron la fortuna de ganar la Presidencia de la República (Fredemo 1990, IU 1985, Unidad Nacional 2001 y 2006, Frente de Centro 2006 y Perú Posible-AP-Somos Perú 2011), resultados que llevan a la presunción de que los frentes no conducen a una progresión aritmética, no suman sino restan. Otras alianzas permitieron juegos menores como el Apra-Uno en los años 60 o Izquierda Unida en 1983. En cambio, nuestra cultura política es más propicia para alianzas menos expresas (la convivencia Apra-Pradismo 1956/1962 y Apra-Fujimorismo en el Congreso 2006-2011) o pactos postelectorales (AP-PPC 1980/1984, PP-FIM 2001/2006 y el actual PP-Nacionalismo).
Es difícil que esta tendencia se altere el 2016; las posibilidades del Apra de formar un frente con partidos nacionales de cierto peso están casi cerradas, a excepción de Solidaridad Nacional. Asimismo, un pacto Apra-PPC es muy sugerente (Lourdes Flores lo hace muy seductor, al ritmo del alcatraz, ¡a que no me quemas!), pero poco viable más por el antiaprismo pepecista que por la falta de apertura del partido de Haya.
El modelo de frente que intentan García y el Apra parece ya estar dibujado y se orienta hacia abajo. En las recientes elecciones, el aprismo ha procesado una apertura regional, la única entre los partidos nacionales, con la formación de frentes con interesantes resultados: Alianza Popular (Cusco) obtuvo 10%; Paisanocuna (Huánuco) 10,5%; Juntos por Junín (Junín) 14,5%; Seguridad y Prosperidad (Piura) 18%; y Patria Joven (Lima Provincias) 14%. Es cierto que también ha perdido por 10 puntos en La Libertad (33%) y por 14 en Lambayeque (19%) pero ha obtenido 900 mil votos en Lima, que no son solo suyos pero que García ha empezado a degustar sin invitar a nadie. En el Callao ha formado una alianza omisiva, dejando que postulen los candidatos de Chim Pum Callao en la idea de que este grupo se sume al Apra el 2016.
Ese modelo de alianzas hacia abajo tiene demonios a ser encarados; obliga a un movimiento hacia el centro, el único espacio que le permitiría a García llegar a la segunda vuelta y ganarle a otra posible inquilina de esa ronda, Keiko Fujimori. No obstante, ese espacio tiene leyes propias porque no todo centro es atractivo electoralmente y porque como apunta Juan Carlos Tafur (Exitosa Diario 19/10) el ciclo de los centros inactivos, solo moderados, parece estar llegando a su fin.
La moderación activa es una opción interesante de cara al 2016, es decir, un centro reformista, audaz y de convocatoria social. García parece haber advertido ello y por eso junto a la idea del frente ha lanzado dos añadidos, un gobierno que no descanse en un partido y que salve a la política. Allí sí se complican las cosas porque las evidencias indican que no será posible salvar a la política debilitando más la participación de los partidos en el juego electoral. La que viene será una elección en la que los partidos no elegirán a sus candidatos sino los candidatos elegirán a sus partidos, pero todo tiene sus límites.
El más grande desafío de un frente centrista es la identidad; el centro es un programa, un discurso y una actitud, y no parece viable uno de cara a las regiones y provincias con un pie en la derecha, esa que no entiende ni una pizca de lo que pasa fuera de Lima. No obstante lo dicho, en este momento el único candidato presidencial que puede intentar esta ubicación es García, que ha empezado a moverse y a hablarle al país, mientras la izquierda, el PPC y AP les siguen hablando a sus militantes y el fujimorismo achica su cancha enredado en una pugna explosiva con el gobierno que con inteligencia el Apra atiza sin quemarse.

Ahora todos somos reformistas

http://www.larepublica.pe/columnistas/la-mitadmasuno/ahora-todos-somos-reformistas-17-10-2014
La República
La mitadmasuno
17 de octubre de 2014
Juan De la Puente
El reciente resultado electoral ha puesto de moda dos palabras, antisistema y reforma; la primera, de uso común para explicar incluso fenómenos irreconocibles, y la segunda para resumir la necesidad de cambios en las reglas de organización de la política, especialmente en la formación de la representación y en su ejercicio. De pronto, desde los medios y la empresa se registran llamados insistentes a la reforma política y hasta la academia, mayoritariamente escéptica, se ha unido a la demanda. En los partidos hay menos resistencia aunque las frágiles militancias se vuelcan a favor de cambios que reviertan la larga agonía de sus organizaciones.
De pronto todos somos reformistas, o casi todos, y se suceden anuncios de inminentes cambios a ser aprobados en el Congreso. No obstante, se mencionan modificaciones muy parciales que, de ser adoptadas, no implicarían un quiebre de lo conocido hasta ahora u otros que agravarían la situación que se pretende conjurar.
Algunos ejemplos: si se aprobara solo viabilizar el financiamiento público sin que se haga vinculante la rendición de cuentas y sin fortalecer la democracia interna, se tendría una inyección de recursos a los grupos políticos, generando cúpulas partidarias plutocráticas invencibles; o si se aprobara la eliminación del voto preferencial sin garantizar la presencia de género, se tendría un retorno a la práctica supresión de la participación de las mujeres en las listas para cargos de elección popular; o si se suprimiera legalmente a los partidos regionales, se tendría una suerte de partidos nacionales atravesados por el autonomismo regional.
Algunos rasgos de esa reforma que nos puede conducir a mayores frustraciones se observan en declaraciones, proyectos de ley y dictámenes elaborados desde el año pasado: 1) cerrar el sistema actual, elevando a 800 mil el número de firmas para la legalización de nuevos partidos bajo la premisa de que el problema reside en el número de partidos; 2) centrar los cambios en el ejercicio de la representación, olvidando la formación de la representación, es decir, cómo se nombra un candidato; 3) reducir los controles públicos de las finanzas partidarias; y 4) establecer garantías para las dirigencias sin estimular la participación de los afiliados, su reclutamiento y registro.
En esa dirección se aprecia en el Congreso la voluntad de realizar cambios sin tomar en consideración el proyecto de nueva Ley de Partidos Políticos presentado en diciembre pasado por el JNE, la ONPE y el RENIEC, y los proyectos de Código Electoral y Código Procesal Electoral propuesto el 2011, que los organismos electorales consensuan. Lo peor que podría pasar es que la demanda de reforma termine en contrarreforma.
La anotación de problemas a abordar no deja de ser sugerente para encarar la crisis de legitimidad partidaria: la corrosión del voto preferencial, el financiamiento ilegal, la supresión de la democracia interna, el emprendimiento partidario ultrapersonalizado, la condición vitalicia de los dirigentes fundadores, la falta de elecciones internas, el fichaje de independientes con dinero, los partidos vientre de alquiler, entre otros.
No obstante, sería conveniente precisar los alcances y límites de los cambios para evitar los errores de hace una década que en el caso de la Ley de Partidos consolidaron un movimiento de apertura en falso iniciado por la Constitución de 1993. El debate sobre cuánto debe abrirse o cerrarse el sistema no es malo en la medida en que se tenga un consenso en los principios de la reforma.
Algunos de estos podrían ser: 1) el incremento de la participación ciudadana en los partidos, es decir, una reforma pro ciudadano y no solo pro partido; 2) en lo posible, la superación de la antipolítica garantizando un sistema con elecciones internas organizadas por los organismos electorales, poniendo fin al independentismo político; 3) el establecimiento de una formalidad partidaria nacional y regional, contra la emergencia informal; y 4) reducir en lo posible la fuerza del dinero como principal organizador de la política.

El voto que no me gusta

http://www.larepublica.pe/columnistas/la-mitadmasuno/el-voto-que-no-me-gusta-10-10-2014
La República
La mitadmasuno
10 de octubre de 2014
Juan De la Puente
En el Perú, el voto que el establishment no entiende o que no le gusta termina siendo contestatario o ignorante; de ese modo el país está formateado antes de cada elección, sin posibilidades de interpretación de los resultados: 1) el voto por los partidos es en favor del sistema; 2) el voto por los movimientos regionales es antilimeño y antisistema; y 3) el voto por la izquierda es ignorante y “atrasador” del desarrollo.
Es absurdo apreciar los resultados solo por la identidad de los candidatos. Este software, compatible para analistas de izquierda y derecha, gira en torno a un eje: que el voto está condenado desde hace 14 años a aceptar o negar el sistema, una aplicación cerrada que no permite opciones de sufragio como: 1) aceptar el modelo económico pero rechazar el modelo político; 2) aceptar las reglas políticas pero pugnar por innovar las de la economía; 3) re-construir ambos modelos desde el espacio regional/local; 4) premiar o castigar a líderes y autoridades; 5) respaldar o reconocer promesas de interés personal o dádivas del candidato; y 6) honrar lealtades políticas y principios éticos.
Sostengo que en la reciente elección se ha relativizado el clásico voto antisistema, que aún puede apreciarse en Cajamarca, Moquegua, Puno y Cusco, donde varias listas en cada caso recabaron entre el 40 y 60% de votos, y en menor medida en Junín, Apurímac y Huancavelica, donde abarcaron entre el 30 y 40%. En cambio, no me imagino que el voto por Waldo Ríos (Áncash) se oponga al sistema, o el de Gilmer Horna (Amazonas), Jaime Rodríguez (Moquegua), Wilfredo Oscorima (Ayacucho), Luis Picón (Huánuco), César Acuña (La Libertad) e Yván Vásquez (Loreto), entre otros. Eso sí, el voto por Rudecindo Vega (Amazonas) fue explícito contra la corrupción, al igual que el de Rubén Alva (Huánuco) y Fernando Meléndez (Loreto).
También es razonable sostener que la idea de un desarrollo regional abierto y no contra el modelo económico, aunque con críticas a lo político, haya recabado votos para Reynaldo Hilbk y Jhony Peralta (Piura), Javier Ísmodes (Arequipa) Omar Jiménez y Fernando Martorell (Tacna), José Murgia (La Libertad) y Fernando Cilloniz (Ica), entre otros.
El inmenso saco del voto antisistema no sirve para apreciar las nuevas identidades ciudadanas. Por ejemplo, impide identificar un voto consciente contra la ley o voto informal/ilegal en zonas que han desafiado a la política desde la política, como el que expresan Waldo Ríos (Áncash), Luis Otsuka (Madre de Dios), Manuel Gambini (Ucayali) y Walter Aduviri (Puno) y en centenares de distritos y provincias.
No es racional juntar la crítica política, el rechazo económico, los proyectos ilegales y los emprendimientos mafiosos, si en gran parte del país la fragmentación electoral no obedeció al grado de confrontación con Lima o el sistema (que no tuvieron defensores) sino al ajuste local de cuentas. De otro modo, el radicalismo político en sus vertientes de derecha o izquierda habría ganado más plazas electorales.
A pesar de ello, el país conservador está escandalizado y les atribuye a los resultados un sentido que se bate en retirada, un análisis básico en la línea del voto irracional contra las máquinas y el progreso. Otra ruta de análisis aparentemente progresista recupera la idea del voto de protesta convirtiéndolo equivocadamente en dominante.
Es preciso dejar de ver bajo cada piedra un líder o un proyecto antisistema y apreciar otros fenómenos en sus efectos inmediatos. Contra lo señalado en los análisis inmediatistas, las elecciones envían un mensaje directo: que el debilitamiento extremo de los partidos acompaña la pérdida de la identidad regional y municipal que apareció en la década pasada como respuesta a los partidos nacionales. Salvo excepciones, los nuevos actores difieren de los anteriores que exhibían peso propio, prestigio y programa; en cambio los que irrumpen en la escena son en abrumadora mayoría propietarios de maquinarias financieras y escasos escrúpulos, es decir, un regionalismo político pobre y atrasado.