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lunes, 8 de octubre de 2018

Elecciones regionales y locales, preguntas nacionales

Por Juan De la Puente
Los resultados de las elecciones del 7 de octubre proponen preguntas que deberían ser respondidas sin acudir al recurso fácil de que no son relevantes al no tratarse de comicios generales. Entre las interrogantes, tres son cruciales: 1) lo sucedido con los partidos “nacionales”, especialmente Fuerza Popular y las bajas votaciones de los candidatos en todo el país; 2) el triunfo de Muñoz y derrota de Urresti en Lima; y 3) la elección de candidatos acusados de corrupción.
Sostengo, a tono con lo que señalan hoy en La República Mirko Lauer y Augusto Álvarez Rodrich, que estos resultados deberían leerse en una clave nacional, y no local; política, y no vecinal; y orgánica, y no coyuntural.
Empecemos. Descontando el desempeño muy relativo de Alianza para el Progreso (APP) y Acción Popular (AP), los partidos nacionales han sufrido un duro revés que se mide en dos tiempos. En un primer momento casi todos fueron colonizados por caudillos locales sin partido a los que le entregaron su representación, y en un segundo momento fueron derrotados en las urnas, con algunos triunfos matizados. Esta tendencia es aplicable incluso a Lima, donde las victorias de Muñoz y la docena de candidatos de ese partido son básicamente individuales.
De las 25 regiones, los partidos nacionales ganaron solo en 8 (APP en Cajamarca, La Libertad, Ucayali, Pasco y San Martin; AP en Cusco; Podemos en Lambayeque; y Restauración Nacional en Loreto), y en 5 regiones en primera vuelta (La Libertad, Lambayeque, Loreto, Ucayali y San Martin), con la precisión de que estos candidatos –a excepción de Mesías Guevara de Cajamarca y Manuel Llempén en La Libertad- son independientes fichados por los partidos para estas elecciones.
En tanto, en 17 regiones ganaron listas independientes, que la ley llama movimientos regionales, 6 en primera vuelta (Callao, Ica, Huancavelica, Junín, Moquegua y Puno). En 5 casos, los partidos nacionales disputaran la segunda vuelta regional.
A los partidos puede haberles ido mejor en los municipios provinciales, pero el cuadro general es de retroceso respecto las elecciones de los años 2006, 2010 y 2014, considerando el esfuerzo que realizaron varios grupos para presentarse en más circunscripciones y el haber contado los últimos dos años con financiamiento público.
El golpe más duro es para Fuerza Popular (FP), por el dato electoral precedente (el 2016 ganó en 15 regiones, con el 39% de votos del total nacional, es decir 6 millones de sufragios); el grado de participación (presentó listas en 17 regiones, 82 provincias y 514 distritos) y el nivel de movilización alcanzado.
¿Es comparable este golpe con el sufrido por PPK, el Apra, el PPC o la izquierda nacional? Desde un ángulo objetivo –es decir, el punto de partida y las posibilidades- obviamente que no.
Imposible desligar este resultado para FP de la caída de la aprobación del partido, su líder y el Congreso, y de las sucesivas derrotas sufridas por su estrategia de tensión, especialmente en los últimos seis meses. El fracaso electoral del fujimorismo no parece ser coyuntural, si se toma en cuenta el proceso de construcción partidaria durante 8 años, y su narrativa respecto a su organización, cohesión y representación popular.
La derrota descubre la falla estructural de un partido organizado hacia adentro y de arriba hacia abajo, con decenas de líderes que han perdido conexión con la sociedad, una errada táctica de privilegiar la guerra política subestimando la cooperación, y una dinámica legislativa populista en lo económico y conservadora en lo social. En resumen, los ciudadanos han rechazado la deriva ultraderechista de Fuerza Popular.
Las bajas votaciones en buena parte de regiones son efecto de la creciente ilegitimidad de la oferta, más que de la fragmentación de las candidaturas.
En un grupo de regiones, los candidatos se ubican cerca entre el 20% y 30% de votos emitidos (Amazonas, Cajamarca, Apurímac, Ayacucho, Pasco, M. de Dios, Piura y Tumbes). En otros, preocupa que no lleguen al 20% (Arequipa, Huánuco y Lima Provincias); y es más grave que en tres regiones apenas superen el 15% de votos (Ancash, Cusco y Tacna).

Si comparamos estas bajas adhesiones con las elecciones anteriores, encontramos plazas electorales con una representación autodestruida, a lo que se agrega altas tasas de votos blancos/viciados (Ancash 28%; Tumbes 24%; Cusco 23%; Arequipa, Cajamarca y Piura, 22%), y un ausentismo creciente respecto de otros procesos electorales (Huánuco 24%; y Ancash, Cajamarca, Callao y Tumbes, 22%).

sábado, 29 de abril de 2017

Por qué fracasan las reconstrucciones

http://larepublica.pe/impresa/opinion/860829-por-que-fracasan-las-reconstrucciones
La República
La mitadmasuno
31 de marzo de 2017
Juan De la Puente
¿Un país que no pudo prevenir podrá reconstruir? Es una pregunta básica premunida de realismo al momento de enfrentarnos a la quinta reconstrucción después de desastres de envergadura en los últimos 50 años, luego del Niño de los años 1983 y 1998, y de los terremotos de los años 2001 y 2007.
Las cuatro reconstrucciones fueron fallidas o, si se prefiere, con resultados extremadamente relativos si nos atenemos a los objetivos ubicados más allá de la reposición de puentes y principales carreteras.
Esta reconstrucción debería significar además la puesta en valor de una nueva infraestructura para los servicios que hacen la vida cotidiana en las zonas urbanas y rurales afectadas, la recuperación de las fuentes de trabajo perdidas, el reimpulso de la actividad económica y el establecimiento de bases mínimas para el funcionamiento de la sociedad. No hay modo en que una reconstrucción no implique desarrollo y modernización.
Sometidos a la presión de quemar etapas estamos tomando el rábano por las hojas. Los dos primeros debates a los que nos hemos abocado son: 1) el monto de los daños y de lo que se necesita, una ecuación absurda y ahora incalculable porque la emergencia no ha terminado y porque en buena parte de las zonas afectadas la reconstrucción obliga a reparar brechas históricas, una suerte de construcción más que reconstrucción; y 2) quién reconstruye, es decir, el modelo institucional de gestión donde colisionan dos opciones: una institución autónoma a cargo de una autoridad especial o el órgano tradicional de gestión y gasto, el Ejecutivo; una disyuntiva que puede ser engañosa y de la que quizás resulte un modelo mixto.
El riesgo de lo que suceda luego del desastre ni siquiera es el fracaso sino el olvido, que es peor. La revisión de antecedentes y el contexto en que se mueven las agencias públicas sugiere tomar en cuenta por lo menos tres condiciones básicas de la exitosa gestión macro de la reconstrucción: 1) la reconstrucción del Estado; 2) la afirmación de la descentralización; y 3) el entendimiento político.
La primera reconstrucción que requerimos es la del Estado, un proceso que debería correr paralelo a todo lo que se haga como respuesta a la emergencia. Los sueños de obra física y cemento deberían detenerse un poco a sopesar la débil densidad estatal y su escasa capacidad para regular, controlar, planificar, gastar, rendir cuentas e incluir. Se constata ahora lo que decían los libros de texto: la inversión pública con poco Estado es un salto al vacío.
La segunda reconstrucción es la de la inclusión. El centralismo, ese pequeño monstruo egoísta que llevamos dentro, no ha encontrado mejor modo de encarar esta tragedia nacional que echándole la culpa de los desastres a las regiones y municipios.
El centralismo, con 180 años de fracasos a cuestas repite que la descentralización –que lleva 15 años– es un fracaso, un argumento conceptual muy ligero que vale solo para la pelea pequeña en la cancha pequeña, pero que sin embargo parece apuntar a una reconstrucción sin descentralización. Si esa es la tendencia, no habrá reconstrucción sino una pugna política de proporciones, sobre lo cual se tienen varias lecciones.
La tercera reconstrucción, por si lo estamos olvidando en medio del lodo y piedras que nos lanzamos todos los días, es la del pacto. Una de las razones que concurrieron a los cuatro fracasos anteriores es la falta de acuerdos entre los actores públicos entre sí y entre el Estado y la sociedad.
Solo una de las tareas de la reconstrucción, el ordenamiento territorial por ejemplo, para impedir la ocupación de zonas vulnerables y reubicar a miles de personas, implica un acuerdo vasto de nivel nacional y en cada pueblo del país. El sueño de una reconstrucción por decreto supremo, fría aunque financiada, desde arriba, sin los ciudadanos y sin los pueblos, es un fracaso anunciado, más ahora que los peruanos han desarrollado su capacidad de denuncia y ejercen una mejor vigilancia ciudadana.

viernes, 24 de octubre de 2014

El voto que no me gusta

http://www.larepublica.pe/columnistas/la-mitadmasuno/el-voto-que-no-me-gusta-10-10-2014
La República
La mitadmasuno
10 de octubre de 2014
Juan De la Puente
En el Perú, el voto que el establishment no entiende o que no le gusta termina siendo contestatario o ignorante; de ese modo el país está formateado antes de cada elección, sin posibilidades de interpretación de los resultados: 1) el voto por los partidos es en favor del sistema; 2) el voto por los movimientos regionales es antilimeño y antisistema; y 3) el voto por la izquierda es ignorante y “atrasador” del desarrollo.
Es absurdo apreciar los resultados solo por la identidad de los candidatos. Este software, compatible para analistas de izquierda y derecha, gira en torno a un eje: que el voto está condenado desde hace 14 años a aceptar o negar el sistema, una aplicación cerrada que no permite opciones de sufragio como: 1) aceptar el modelo económico pero rechazar el modelo político; 2) aceptar las reglas políticas pero pugnar por innovar las de la economía; 3) re-construir ambos modelos desde el espacio regional/local; 4) premiar o castigar a líderes y autoridades; 5) respaldar o reconocer promesas de interés personal o dádivas del candidato; y 6) honrar lealtades políticas y principios éticos.
Sostengo que en la reciente elección se ha relativizado el clásico voto antisistema, que aún puede apreciarse en Cajamarca, Moquegua, Puno y Cusco, donde varias listas en cada caso recabaron entre el 40 y 60% de votos, y en menor medida en Junín, Apurímac y Huancavelica, donde abarcaron entre el 30 y 40%. En cambio, no me imagino que el voto por Waldo Ríos (Áncash) se oponga al sistema, o el de Gilmer Horna (Amazonas), Jaime Rodríguez (Moquegua), Wilfredo Oscorima (Ayacucho), Luis Picón (Huánuco), César Acuña (La Libertad) e Yván Vásquez (Loreto), entre otros. Eso sí, el voto por Rudecindo Vega (Amazonas) fue explícito contra la corrupción, al igual que el de Rubén Alva (Huánuco) y Fernando Meléndez (Loreto).
También es razonable sostener que la idea de un desarrollo regional abierto y no contra el modelo económico, aunque con críticas a lo político, haya recabado votos para Reynaldo Hilbk y Jhony Peralta (Piura), Javier Ísmodes (Arequipa) Omar Jiménez y Fernando Martorell (Tacna), José Murgia (La Libertad) y Fernando Cilloniz (Ica), entre otros.
El inmenso saco del voto antisistema no sirve para apreciar las nuevas identidades ciudadanas. Por ejemplo, impide identificar un voto consciente contra la ley o voto informal/ilegal en zonas que han desafiado a la política desde la política, como el que expresan Waldo Ríos (Áncash), Luis Otsuka (Madre de Dios), Manuel Gambini (Ucayali) y Walter Aduviri (Puno) y en centenares de distritos y provincias.
No es racional juntar la crítica política, el rechazo económico, los proyectos ilegales y los emprendimientos mafiosos, si en gran parte del país la fragmentación electoral no obedeció al grado de confrontación con Lima o el sistema (que no tuvieron defensores) sino al ajuste local de cuentas. De otro modo, el radicalismo político en sus vertientes de derecha o izquierda habría ganado más plazas electorales.
A pesar de ello, el país conservador está escandalizado y les atribuye a los resultados un sentido que se bate en retirada, un análisis básico en la línea del voto irracional contra las máquinas y el progreso. Otra ruta de análisis aparentemente progresista recupera la idea del voto de protesta convirtiéndolo equivocadamente en dominante.
Es preciso dejar de ver bajo cada piedra un líder o un proyecto antisistema y apreciar otros fenómenos en sus efectos inmediatos. Contra lo señalado en los análisis inmediatistas, las elecciones envían un mensaje directo: que el debilitamiento extremo de los partidos acompaña la pérdida de la identidad regional y municipal que apareció en la década pasada como respuesta a los partidos nacionales. Salvo excepciones, los nuevos actores difieren de los anteriores que exhibían peso propio, prestigio y programa; en cambio los que irrumpen en la escena son en abrumadora mayoría propietarios de maquinarias financieras y escasos escrúpulos, es decir, un regionalismo político pobre y atrasado.