Por Juan
De la Puente
Los resultados de las elecciones del 7 de octubre
proponen preguntas que deberían ser respondidas sin acudir al recurso fácil de
que no son relevantes al no tratarse de comicios generales. Entre las
interrogantes, tres son cruciales: 1) lo sucedido con los partidos “nacionales”,
especialmente Fuerza Popular y las bajas votaciones de los candidatos en todo
el país; 2) el triunfo de Muñoz y derrota de Urresti en Lima; y 3) la elección de
candidatos acusados de corrupción.
Sostengo, a tono con lo que señalan hoy en La República
Mirko Lauer y Augusto Álvarez Rodrich, que estos resultados deberían leerse en
una clave nacional, y no local; política, y no vecinal; y orgánica, y no
coyuntural.
Empecemos. Descontando el desempeño muy relativo
de Alianza para el Progreso (APP) y Acción Popular (AP), los partidos
nacionales han sufrido un duro revés que se mide en dos tiempos. En un primer
momento casi todos fueron colonizados por caudillos locales sin partido a los
que le entregaron su representación, y en un segundo momento fueron derrotados
en las urnas, con algunos triunfos matizados. Esta tendencia es aplicable
incluso a Lima, donde las victorias de Muñoz y la docena de candidatos de ese
partido son básicamente individuales.
De las 25 regiones, los partidos nacionales
ganaron solo en 8 (APP en Cajamarca, La Libertad, Ucayali, Pasco y San Martin; AP
en Cusco; Podemos en Lambayeque; y Restauración Nacional en Loreto), y en 5
regiones en primera vuelta (La Libertad, Lambayeque, Loreto, Ucayali y San
Martin), con la precisión de que estos candidatos –a excepción de Mesías
Guevara de Cajamarca y Manuel Llempén en La Libertad- son
independientes fichados por los partidos para estas elecciones.
En tanto, en 17 regiones ganaron listas
independientes, que la ley llama movimientos regionales, 6 en primera vuelta (Callao,
Ica, Huancavelica, Junín, Moquegua y Puno). En 5 casos, los partidos nacionales
disputaran la segunda vuelta regional.
A los partidos puede haberles ido mejor en los
municipios provinciales, pero el cuadro general es de retroceso respecto las
elecciones de los años 2006, 2010 y 2014, considerando el esfuerzo que
realizaron varios grupos para presentarse en más circunscripciones y el haber
contado los últimos dos años con financiamiento público.
El golpe más duro es para Fuerza Popular (FP),
por el dato electoral precedente (el 2016 ganó en 15 regiones, con el 39% de
votos del total nacional, es decir 6 millones de sufragios); el grado de participación
(presentó listas en 17 regiones, 82 provincias y 514 distritos) y el nivel de
movilización alcanzado.
¿Es comparable este golpe con el sufrido por PPK,
el Apra, el PPC o la izquierda nacional? Desde un ángulo objetivo –es decir, el
punto de partida y las posibilidades- obviamente que no.
Imposible desligar este resultado para FP de la caída
de la aprobación del partido, su líder y el Congreso, y de las sucesivas
derrotas sufridas por su estrategia de tensión, especialmente en los últimos seis
meses. El fracaso electoral del fujimorismo no parece ser coyuntural, si se
toma en cuenta el proceso de construcción partidaria durante 8 años, y su
narrativa respecto a su organización, cohesión y representación popular.
La derrota descubre la falla estructural de un
partido organizado hacia adentro y de arriba hacia abajo, con decenas de líderes
que han perdido conexión con la sociedad, una errada táctica de privilegiar la
guerra política subestimando la cooperación, y una dinámica legislativa
populista en lo económico y conservadora en lo social. En resumen, los
ciudadanos han rechazado la deriva ultraderechista de Fuerza Popular.
Las bajas votaciones en buena parte de regiones
son efecto de la creciente ilegitimidad de la oferta, más que de la fragmentación
de las candidaturas.
En un grupo de regiones, los candidatos se ubican
cerca entre el 20% y 30% de votos emitidos (Amazonas, Cajamarca, Apurímac, Ayacucho,
Pasco, M. de Dios, Piura y Tumbes). En otros, preocupa que no lleguen al 20% (Arequipa,
Huánuco y Lima Provincias); y es más grave que en tres regiones apenas superen
el 15% de votos (Ancash, Cusco y Tacna).
Si comparamos estas bajas adhesiones con las
elecciones anteriores, encontramos plazas electorales con una representación autodestruida,
a lo que se agrega altas tasas de votos blancos/viciados (Ancash 28%; Tumbes
24%; Cusco 23%; Arequipa, Cajamarca y Piura, 22%), y un ausentismo creciente
respecto de otros procesos electorales (Huánuco 24%; y Ancash, Cajamarca,
Callao y Tumbes, 22%).