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viernes, 29 de junio de 2018

La desaprobación "express"

https://larepublica.pe/politica/1261343-desaprobacion-express
La República
La mitadmasuno
15 de junio de 2018
Juan De la Puente
La súbita cada de 15 puntos en la aprobación del presidente Martín Vizcarra en un mes (de 52% a 37%) y el igualmente abrupto incremento de su desaprobación en 24 puntos (de 24 a 48%) según la encuesta de Ipsos Perú, debería ser analizada desagregando los factores. Considerando la profundidad del cambio y lo inédito en un nuevo presidente, debe evitarse las conclusiones centradas en las cifras totales.
La desaprobación de Vizcarra, con solo 70 días en el cargo, no parece obedecer a una razón estratégica; es una desaprobación compuesta con por lo menos tres factores: lo que el gobierno hizo mal, lo que se espera de él y no se hizo, y lo que se arrastra como herencia del gobierno de PPK y de los anteriores, inclusive. Este último factor, que quizás determine a los otros, condiciona nuestras débiles presidencias desde el año 2001.
Lo misma encuesta indaga sobre las razones de la desaprobación del presidente y exhibe el siguiente desagregado: en su gobierno hay corrupción o no se lucha contra ella (36%); no hay avances en la economía (30%); no está preparado para el cargo (28%); y no se preocupa por la seguridad ciudadana (23%), entre otros.
Estos datos parecen aludir a un primer error del gobierno, en su punto de partida. De un gobierno con una dura oposición y sobre exigido, se ha pasado a un otro sin oposición, bajo el entendido que ella, la oposición, era solo política, partidaria y estaba en el Congreso. Con esa convicción, la nueva administración canceló su principal atributo, ser un gobierno de transición, subestimando el diálogo social, soslayando las reformas y dejando las expectativas altas.
Por esa razón a pesar de una aprobación inicial significativa, Vizcarra exhibía un alto porcentaje de quienes no tenían una posición tomada frente a él (no precisa), la misma que ha nutrido buena parte de su desaprobación en un tránsito directo, sin pasar antes por la aprobación, que es la tradicional evolución del respaldo o crítica social a los gobernantes. A estas razones de debe, por ejemplo, que la caída del presidente sea más pronunciada en el norte y sur, las regiones que más ha visitado, o que su desaprobación en los sectores D y E sea del 50%.
No me encuentro entre quienes creen que la gente le pide a Vizcarra que se pelee con el Congreso y que por eso lo desaprueba. La de Vizcarra es “otra” debilidad, y es igualmente compuesta. El primer elemento de ella es que para la opinión pública el gobierno no es muy distinto al de PPK, una suerte de PPK 2.0 (factor de continuidad o ausencia de cambio); luego, está el discurso gubernamental con poca audacia y decisión (factor de liderazgo); y su relación de cercanía acrítica al Parlamento (factor de dependencia).
La suerte para Vizcarra reside en que puede acometer a la vez estos tres factores, es decir, encarar el cambio, asumir el liderazgo y ejercer el poder con toda la cuota de independencia que la permite la ley. Para el efecto, tiene todas las ventajas posibles de corto y mediano plazo: un mandato que recién se inicia, la voluntad de cambio que debe ser encausada, el reconocimiento de su honestidad y el descomunal descrédito del Congreso. Nadie mejor que el jefe de Estado para asumir con convicción –y especialmente con oportunidad- la narrativa democrática ante al fast track de Fuerza Popular contra los derechos y libertades.
La coyuntura critica en su etapa inicial reclama un relanzamiento del gobierno de cara al 28 de julio. Este desafío que demanda diálogo y agenda, debe encarar los datos de las encuestas y fijarse en que, en 70 días, el escenario se ha modificado; se ha iniciado una compleja ofensiva por el cambio que ha ganado rápidamente las calles (marchas, paros regionales y huelgas), un movimiento que carece de dirección política “oficial” y en el que conviven demandas justas con otras provocadoras e incluso antidemocráticas.

Quizás sea preciso recordar que en una transición –no enojarse por el concepto, estas existen y pueden ser largas- las demandas de cambio necesitan ser procesadas para evitar que se desborden o sea burladas, o que se embalsen y que luego den paso a gobiernos autoritarios.

viernes, 25 de mayo de 2018

Dos escenarios y dos políticas

https://larepublica.pe/politica/1237074-escenarios-politicas
La República
La mitadmasuno
4 de mayo 2018
Juan De la Puente
La política peruana ha empezado a transcurrir en dos grandes escenarios crecientemente diferenciados, el poder y la sociedad. Eso sucede siempre en periodos agitados cuando las fuerzas son colectivamente débiles y no son capaces de incidir en el sistema que los cobija o en la sociedad. Resuelta la crisis de gobierno –solo esta parte de la crisis– la larga coyuntura post PPK que podría durar hasta el 28 de julio, presenta algunos rasgos que toman su forma completa con la presentación del gabinete ante el Congreso.
Se ha completado el realineamiento de fuerzas. El nuevo gobierno ha generado un nuevo oficialismo parlamentario, más amplio, cuya contraparte es un Ejecutivo más acotado. El resultado de estos giros y ajustes es una administración con más continuidad que cambio; la corta disputa ha terminado y ello significa que la posibilidad de una transición política se ha agotado en la transición de gobierno. La eventualidad de un gobierno con una lógica de cambio y abierto a la sociedad ha cedido a la opción del cierre del poder en las alturas, es decir, un pacto que intenta la estabilidad de una parte del sistema político, sin emprender reformas.
Este primer resultado le favorece al Congreso. A Fuerza Popular le evita la tarea de insistir en una oposición pura y dura y abre la puerta al ejercicio de un compromiso tolerante con el Gobierno, la única alternativa para recuperarse del desgaste que significó la batalla para sacar a PPK del poder y derrotar a Kenji Fujimori. Por su parte, el Gobierno gana oxígeno, pero no movimiento, de lo que se tiene una autolimitación operativa, una capacidad de acción restringida frente al Parlamento que debilitará al Ejecutivo más adelante.
La imagen de un gobierno rehén del Congreso es tan debilitadora como la de un gobierno acosado por este. En el corto plazo, esta paz se verá alterada por una oposición quirúrgica contra algunos ministros incómodos a la mayoría parlamentaria, la ejecución de un guion conservador parlamentario y el aumento de las demandas sociales.
El otro escenario, el de la sociedad, evoluciona en una dirección por lo menos distinta, y quizás inversa. Las encuestas publicadas en las últimas semanas rayan la cancha de la opinión pública. En ella, la señal más clara es la asimilación nada traumatizante de la salida del poder de PPK, un botón de muestra de la fortaleza del sistema, para lo bueno y lo malo. Nos hemos descosido un poco, pero no roto.
Quizás también por eso, las mismas encuestas revelan una baja confianza ciudadana ante la posibilidad de eficacia del poder y, al mismo tiempo, una incertidumbre media sobre el futuro mediato. Este temperamento se combina con una alta demanda de acciones y una mediana expectativa social sobre los resultados. Una lectura fría de este cuadro es que los peruanos han perdido la ilusión a menos de dos años de las últimas elecciones o, si deseamos matizar las conclusiones, que el gobierno tiene una luna de miel arriba, pero no abajo.
La variable que explica estos dos escenarios es el agotamiento de los consensos ya advertido antes de la elección de PPK, y que su fracaso ha agudizado, un fenómeno en progreso del que la elite peruana no ha tomado nota. Volviendo al inicio de esta nota, la brecha entre estos dos escenarios diferenciados –el poder y la sociedad, las instituciones y la calle, la política oficial y la vida cotidiana– depende directamente del grado de atención que el poder les brinda a estos consensos agotados.
El fin del consenso alrededor del crecimiento económico acaba de explotar con las alertas lanzadas por el MEF respecto al déficit fiscal y la baja recaudación, con el aumento de la pobreza como telón de fondo. El fin de consenso político se expresa en una desafección que ha trepado a niveles extremos respecto del sistema y sus representantes.

Por ahora existe espacio para las dos políticas, la oficial que ha logrado un pacto de estabilidad, y la política de la calle que reclama poco e insiste poco. A decir verdad, no hay sobre la mesa grandes ideas de cambio sino una demanda difusa y airada. Por ahora.

viernes, 11 de mayo de 2018

Que se rayen todos

https://larepublica.pe/politica/1218904-que-se-rayen-todos
La República
La mitadmasuno
30 de marzo de 2018
Juan De la Puente
Deberíamos ser más respetuosos con la expresión colectiva “que se vayan todos”, evitando reacciones desdeñosas, sabihondas y legalistas. Que la mitad de los peruanos, de acuerdo a la última encuesta GFK adopte ese temperamento expresa al mismo tiempo una crítica extrema al sistema y a sus líderes, y una demanda de participación y renovación política.
Esta expresión es una expectativa de la sociedad. No es –todavía- una exigencia militante, y tampoco un dato inmutable que no podrá cambiar en el futuro cercano, hacia arriba o hacia abajo. También es una cifra gruesa, menos provisional de lo que parece, a la que no debe responderse con argumentos exclusivamente legales.
La expresión va más allá de la brecha entre la élite gobernante y la sociedad. Revela otras sensaciones como “no me representas” o “quiero otro poder”, que por ahora no tienen más identidades. Es cierto también que, siendo un llamado desde la decepción, sus efectos podrían precarizar más la política, fortalecer la antipolítica y el autoritarismo.
A pesar de todos los riesgos posibles, es uno de los datos más importantes de esta etapa. Su comprensión pasa por separarlo en dimensiones que ayuden a las respuestas. Por un lado, se encuentra la consigna “que se vayan todos” y por el otro la propuesta del adelanto de elecciones. El hecho de que no se pueda concretar lo segundo debido a su complejidad constitucional, no significa que lo primero no sea un fenómeno crucial.
Sería injusto no anotar que nuestro que se vaya todos es por ahora una opción pasiva de la sociedad. Al respecto, no es la primera vez que el Perú atraviesa una crisis profunda sin gente en la calle, pero en este caso lo inédito no es la deserción masiva de la ciudadanía del debate público sino su falta de identidad con algunas de las partes en pugna. La sociedad peruana de hoy no protagoniza el ensayo sobre la lucidez de Saramago, pero sí un potente ensayo sobre la indiferencia.
Extraña la falta de respuestas. De hecho, no puede ser una salida el cambio de las personas, así sea la del presidente de la República. Como ha sucedido en otras experiencias la ausencia de lo más visible –un programa de cambios- es la clave de la misma crisis. El que se vayan todos sin cambios equivale a que no se vayan realmente todos, y solo a “que se rayen todos” por un momento de la historia, lo más cómodo para los demagogos y populistas.
El liderazgo nacional no tiene un programa frente a esta percepción y es probable que el sistema, siendo fuerte, como lo ha demostrado la reciente sucesión constitucional, no pueda responder a un desafío de esta magnitud. La idea que al final del gobierno de Humala parecía peregrina, de que el país había cerrado un largo ciclo, el del posfujimorismo, resulta acertada con sus implicancias históricas. La más compleja de asimilar quizás sea que este fin de ciclo implique el fin de otros procesos menos institucionales.
El que se vayan todos sigue la línea de los Latinobarómetros, por lo menos desde el año 2011, que ponen sobre la mesa no solo la distancia hacia los políticos e instituciones sino a la política como tal y a la capacidad transformadora del Estado.
Nuestra democracia desde los años 80 implicó un consenso liberal que el fujimorismo no pudo suprimir y que se extendió a la etapa posterior a Fujimori. Ese consenso ha terminado; nuestro sistema tiene los atributos de una democracia sin consenso y no solo una democracia sin partidos o con débiles instituciones. Esta pérdida de consenso político es más profunda en la medida que se suma a la pérdida del consenso alrededor del crecimiento económico, que no implica necesariamente una recusación colectiva del núcleo del modelo neoliberal.

Para profundizar el debate quizás convenga un conjunto de preguntas, como si se van todos quién viene, qué pasa si es no se van todos, o si se van todos yo ciudadano también me voy. Habría que recordar que, en Argentina, cuando terminaba la era Kichner y más aún cuando advino Macri, el sentido común era que no solo no se fueron todos, sino que “volvieron todos”.