La República
La mitadmasuno
8 de febrero de 2019
Juan De la Puente
Es paradójico que el
presidente de la República, Martín Vizcarra,
tenga 62% de aprobación, pero carezca de bancada parlamentaria. Más extraño
todavía que una parte de legisladores de las cuatro bancadas que orbitan a su
alrededor deje claro que no es gobiernista; y más insólito, que el presidente
del Congreso, Daniel Salaverry, tampoco pertenezca a un grupo
parlamentario.
La primera
explicación es la pérdida de centralidad del Parlamento, es decir, su
aislamiento y debilidad, sobrepasado por el torbellino que quebró el orden
mayoritario del fujimorismo,
coincidente con aumento del poder personal del presidente y de la importancia de
la opinión pública y los medios para gestionar la agenda pública.
La segunda
explicación es que el Congreso carece, incluso en el caso de las bancadas más
numerosas, de grupos que operen como actores unitarios; al contrario, son
actores individuales los que hegemonizan las relaciones internas y las
relaciones con los otros poderes y medios. En el Congreso no existe
multipartidismo sino “multibancadismo”, un escenario donde los grupos
parlamentarios se han independizado de sus direcciones partidarias.
El Gobierno por ahora
no sufre por la falta de adhesiones parlamentarias orgánicas. Su relación con
el Congreso es tirante pero no borrascosa, mientras que los congresistas
carecen de los dos incentivos clásicos para las coaliciones institucionales, la
posibilidad de asumir puestos en el Ejecutivo, debido a que Vizcarra gobierna con un gabinete de técnicos
de bajo perfil político; y de incidir en el programa de gobierno, porque
carecen de un cuerpo sólido de propuestas de políticas públicas.
La actual posición de
Vizcarra –alta aprobación más alta legitimidad- le permite no negociar con
otros actores las principales líneas de su gobierno. Esto no significa que, en
el futuro, el presidente no necesite de una coalición “arriba”. Es cierto que desde
julio ha podido derrotar al Parlamento apoyado en la opinión pública y la
mayoría de medios con los que coinciden en la lucha contra la corrupción y la
reforma del sistema de justicia. En ese sentido, no es demagógico afirmar que
la alianza de Vizcarra es con el pueblo, un inédito caso de un gobierno
minoritario, pero fuerte. Hasta ahora.
Lo que sucede
recientemente en el Congreso con el juego de las actuales minorías revela los
límites de una política sin coaliciones, sobre todo si se propugna el cambio.
La pérdida de la mayoría absoluta del fujimorismo no ha significado la
formación de una mayoría esencialmente gobiernista, sino la creación de un
núcleo dirimente y retrechero, una opción más propia de los sistemas donde el
gobierno está obligado a ganar votos en el Parlamento para las cuestiones
esenciales. A esto se suma la actividad de los legisladores topo, que podrían
llegar al 10% del total y la posibilidad de que en julio Fuerza Popular
recupere el control de la conducción del Legislativo.
En ese escenario, la
gobernabilidad no dependerá del cambio sino de la ausencia del cambio. La
experiencia de América Latina es rica respecto a la
necesidad de la formación de vastas alianzas institucionales y sociales para
impulsar las reformas, con un saldo conocido: todos los fracasos del cambio
democrático han estado precedidos de la falta de coaliciones, un aspecto de las
democracias precarias que estudia con tardanza la teoría política en América
Latina, tanto en su versión norteamericana –derivada de la elección racional- o
europea, basada en la competencia política.
Se ha escrito y especulado
bastante sobre las tensiones entre el Gobierno y el Congreso desde una
perspectiva constitucional, es decir, cómo debe gobernarse. En este punto
existe un consenso básico respecto al éxito obtenido por el Gobierno para
imponer la vacancia del viejo CNM y las cuatro preguntas del referéndum,
ganar ampliamente la consulta del 9 de diciembre, y arrancar la renuncia del
fiscal de la Nación, Pedro Chávarry, y la expedición de la Ley Orgánica de la
Junta Nacional de Justicia. La discusión pendiente es cómo hacer el cambio