La República
La mitadmasuno
15 de junio de 2018
Juan De la Puente
La súbita cada de 15 puntos en la aprobación del
presidente Martín Vizcarra en un mes (de 52% a 37%) y el igualmente abrupto
incremento de su desaprobación en 24 puntos (de 24 a 48%) según la encuesta de
Ipsos Perú, debería ser analizada desagregando los factores. Considerando la
profundidad del cambio y lo inédito en un nuevo presidente, debe evitarse las
conclusiones centradas en las cifras totales.
La desaprobación de Vizcarra, con solo 70 días en
el cargo, no parece obedecer a una razón estratégica; es una desaprobación
compuesta con por lo menos tres factores: lo que el gobierno hizo mal, lo que
se espera de él y no se hizo, y lo que se arrastra como herencia del gobierno
de PPK y de los anteriores, inclusive. Este último factor, que quizás determine
a los otros, condiciona nuestras débiles presidencias desde el año 2001.
Lo misma encuesta indaga sobre las razones de la
desaprobación del presidente y exhibe el siguiente desagregado: en su gobierno
hay corrupción o no se lucha contra ella (36%); no hay avances en la economía
(30%); no está preparado para el cargo (28%); y no se preocupa por la seguridad
ciudadana (23%), entre otros.
Estos datos parecen aludir a un primer error del
gobierno, en su punto de partida. De un gobierno con una dura oposición y sobre
exigido, se ha pasado a un otro sin oposición, bajo el entendido que ella, la
oposición, era solo política, partidaria y estaba en el Congreso. Con esa
convicción, la nueva administración canceló su principal atributo, ser un
gobierno de transición, subestimando el diálogo social, soslayando las reformas
y dejando las expectativas altas.
Por esa razón a pesar de una aprobación inicial
significativa, Vizcarra exhibía un alto porcentaje de quienes no tenían una
posición tomada frente a él (no precisa), la misma que ha nutrido buena parte
de su desaprobación en un tránsito directo, sin pasar antes por la aprobación,
que es la tradicional evolución del respaldo o crítica social a los
gobernantes. A estas razones de debe, por ejemplo, que la caída del presidente
sea más pronunciada en el norte y sur, las regiones que más ha visitado, o que
su desaprobación en los sectores D y E sea del 50%.
No me encuentro entre quienes creen que la gente
le pide a Vizcarra que se pelee con el Congreso y que por eso lo desaprueba. La
de Vizcarra es “otra” debilidad, y es igualmente compuesta. El primer elemento
de ella es que para la opinión pública el gobierno no es muy distinto al de
PPK, una suerte de PPK 2.0 (factor de continuidad o ausencia de cambio); luego,
está el discurso gubernamental con poca audacia y decisión (factor de
liderazgo); y su relación de cercanía acrítica al Parlamento (factor de
dependencia).
La suerte para Vizcarra reside en que puede
acometer a la vez estos tres factores, es decir, encarar el cambio, asumir el
liderazgo y ejercer el poder con toda la cuota de independencia que la permite
la ley. Para el efecto, tiene todas las ventajas posibles de corto y mediano
plazo: un mandato que recién se inicia, la voluntad de cambio que debe ser
encausada, el reconocimiento de su honestidad y el descomunal descrédito del
Congreso. Nadie mejor que el jefe de Estado para asumir con convicción –y
especialmente con oportunidad- la narrativa democrática ante al fast track de
Fuerza Popular contra los derechos y libertades.
La coyuntura critica en su etapa inicial reclama
un relanzamiento del gobierno de cara al 28 de julio. Este desafío que demanda
diálogo y agenda, debe encarar los datos de las encuestas y fijarse en que, en
70 días, el escenario se ha modificado; se ha iniciado una compleja ofensiva
por el cambio que ha ganado rápidamente las calles (marchas, paros regionales y
huelgas), un movimiento que carece de dirección política “oficial” y en el que
conviven demandas justas con otras provocadoras e incluso antidemocráticas.
Quizás sea preciso recordar que en una transición
–no enojarse por el concepto, estas existen y pueden ser largas- las demandas
de cambio necesitan ser procesadas para evitar que se desborden o sea burladas,
o que se embalsen y que luego den paso a gobiernos autoritarios.