La República
La mitadmasuno
4 de mayo 2018
Juan De la Puente
La política peruana ha empezado a transcurrir en dos
grandes escenarios crecientemente diferenciados, el poder y la sociedad. Eso
sucede siempre en periodos agitados cuando las fuerzas son colectivamente
débiles y no son capaces de incidir en el sistema que los cobija o en la
sociedad. Resuelta la crisis de gobierno –solo esta parte de la crisis– la
larga coyuntura post PPK que podría durar hasta el 28 de julio, presenta
algunos rasgos que toman su forma completa con la presentación del gabinete
ante el Congreso.
Se ha completado el realineamiento de fuerzas. El
nuevo gobierno ha generado un nuevo oficialismo parlamentario, más amplio, cuya
contraparte es un Ejecutivo más acotado. El resultado de estos giros y ajustes
es una administración con más continuidad que cambio; la corta disputa ha
terminado y ello significa que la posibilidad de una transición política se ha
agotado en la transición de gobierno. La eventualidad de un gobierno con una
lógica de cambio y abierto a la sociedad ha cedido a la opción del cierre del
poder en las alturas, es decir, un pacto que intenta la estabilidad de una
parte del sistema político, sin emprender reformas.
Este primer resultado le favorece al Congreso. A
Fuerza Popular le evita la tarea de insistir en una oposición pura y dura y
abre la puerta al ejercicio de un compromiso tolerante con el Gobierno, la
única alternativa para recuperarse del desgaste que significó la batalla para
sacar a PPK del poder y derrotar a Kenji Fujimori. Por su parte, el Gobierno
gana oxígeno, pero no movimiento, de lo que se tiene una autolimitación
operativa, una capacidad de acción restringida frente al Parlamento que debilitará
al Ejecutivo más adelante.
La imagen de un gobierno rehén del Congreso es tan
debilitadora como la de un gobierno acosado por este. En el corto plazo, esta
paz se verá alterada por una oposición quirúrgica contra algunos ministros
incómodos a la mayoría parlamentaria, la ejecución de un guion conservador
parlamentario y el aumento de las demandas sociales.
El otro escenario, el de la sociedad, evoluciona en
una dirección por lo menos distinta, y quizás inversa. Las encuestas publicadas
en las últimas semanas rayan la cancha de la opinión pública. En ella, la señal
más clara es la asimilación nada traumatizante de la salida del poder de PPK,
un botón de muestra de la fortaleza del sistema, para lo bueno y lo malo. Nos
hemos descosido un poco, pero no roto.
Quizás también por eso, las mismas encuestas revelan
una baja confianza ciudadana ante la posibilidad de eficacia del poder y, al
mismo tiempo, una incertidumbre media sobre el futuro mediato. Este
temperamento se combina con una alta demanda de acciones y una mediana
expectativa social sobre los resultados. Una lectura fría de este cuadro es que
los peruanos han perdido la ilusión a menos de dos años de las últimas
elecciones o, si deseamos matizar las conclusiones, que el gobierno tiene una
luna de miel arriba, pero no abajo.
La variable que explica estos dos escenarios es el
agotamiento de los consensos ya advertido antes de la elección de PPK, y que su
fracaso ha agudizado, un fenómeno en progreso del que la elite peruana no ha
tomado nota. Volviendo al inicio de esta nota, la brecha entre estos dos
escenarios diferenciados –el poder y la sociedad, las instituciones y la calle,
la política oficial y la vida cotidiana– depende directamente del grado de
atención que el poder les brinda a estos consensos agotados.
El fin del consenso alrededor del crecimiento
económico acaba de explotar con las alertas lanzadas por el MEF respecto al
déficit fiscal y la baja recaudación, con el aumento de la pobreza como telón
de fondo. El fin de consenso político se expresa en una desafección que ha
trepado a niveles extremos respecto del sistema y sus representantes.
Por ahora existe espacio para las
dos políticas, la oficial que ha logrado un pacto de estabilidad, y la política
de la calle que reclama poco e insiste poco. A decir verdad, no hay sobre la
mesa grandes ideas de cambio sino una demanda difusa y airada. Por ahora.
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