domingo, 4 de marzo de 2018

Las regiones no hacen política

http://larepublica.pe/politica/1201492-las-regiones-no-hacen-politica
La República
La mitadmasuno
23 de febrero de 2018
Juan De la Puente
Nos aprestamos a iniciar la campaña electoral regional y municipal más pobre desde que se eligieron los primeros alcaldes, en 1963. El auge de la corrupción regional/local ha hecho que el único aspecto decisivo de las elecciones de octubre próximo sea evitar que se elijan autoridades comprobadamente corruptas o sospechosas de serlo.
Este empobrecimiento de la democracia confirma del extravío de la agenda subnacional; denuncia un espantoso minimalismo y un abandono de lo público en un contexto en el que, paradójicamente, se les pide a los políticos nacionales que “hagan política”. Las demandas de transparencia electoral, inclusive, han abandonado aspectos cruciales del proceso como la democracia interna de partidos y movimientos, y los sospechosos gastos de la pre campaña electoral.
Debería ser otro momento. El proceso de descentralización tiene 15 años de vigencia, gran parte de los cuales está suspendido en el aire. No está claro qué le ha hecho más daño al proceso, si la liquidación de las elites regionalistas que pugnaron por iniciar esta etapa, el colapso de los partidos nacionales en las regiones o la reconversión mafiosa de las nuevas élites mercantilizadas. Sea cual fuese la respuesta –podrían ser todas ellas, una tras de otra- tendremos este año las elecciones más centralistas que hayamos imaginado en un contexto de regiones y municipios desnudos, descarnados y abandonados por dentro y por fuera. 
Sin proyecto regional más allá del diseño de carreteras, hospitales y mercados, un grupo de regiones (Apurímac, Ayacucho, Cusco, Junín, Madre de Dios, entre otras) crecieron en la última década varios años por encima del promedio nacional sin que esta evolución significase el fortalecimiento de sus instituciones y el mejoramiento de la relación entre el poder y los ciudadanos.  En este punto, el mal centralista de buena economía combinada con mala política contagió a la mayoría de regiones. Probablemente en ellas exista actualmente más fragmentación, más políticas de fuerza, de exclusión y liquidación del adversario que en la política nacional.
Las regiones y municipios se han debilitado como un conjunto capaz de equilibrar la dinámica de las relaciones políticas nacionales al extremo que la mayoría de grandes conflictos sociales se gestionaron sin las regiones o contra ellas. Las políticas de identidad son el último refugio de este descentralismo que se bate en retirada; ellas pueden ser una respuesta a las crisis internas (Tacna vs Moquegua es el caso más caracterizado) pero ya no sirven para fijar la atención en el futuro.
Parece que el ideal descentralista sobra. Su horizonte originario se ha diluido. Fue primero reemplazado por el paradigma constructor. El eje de las dos últimas campañas electorales (2010 y 2014) fueron las obras de infraestructura que reemplazaron los problemas de fondo que llevaron a la recusación histórica del centralismo, el poder y el progreso social. Ahora, en la campaña que se inicia, no existe paradigma; el reino del taper, el polo y el helado ya es absoluto y abierto.
Me pregunto por las estrategias y rutas para revertir esta situación y aprecio más de lo mismo; un fuerte interés por evitar que los indeseables accedan o retornen al poder, acompañados de una oferta electoral tradicional que reproduce el centralismo nacional en el centralismo regional. Es probable que esta tendencia no sea revertida por los partidos nacionales que han empezado a fraccionarse gracia a la ley que permite las candidaturas de quienes no viven en la circunscripción electoral, la del domicilio múltiple.

Puede sonar raro pero la única salida es la recuperación de la unidad regional, la búsqueda de un horizonte común por quienes participarán en las elecciones de octubre, el cese de las políticas de exclusión adelantadas que son el antecedente del fracaso de quienes ganarán los municipios y regiones. La idea de un nuevo horizonte regional reclama una agenda pública renovada. Honradez sí, claro, pero también calidad y proyecto común. La crisis de la gran política nacional es una oportunidad para las regiones y municipios.

domingo, 18 de febrero de 2018

El club de la destrucción

La República
La mitadmasuno
16 de febrero 2018
Juan De la Puente
Desde hace semanas, ningún actor institucional o individual acumula políticamente en este período de búsqueda de alternativas, una señal de alerta respecto a las fallas en las estrategias de partidos y movimientos de cara a los otros actores, y esencialmente frente la sociedad. Los grandes anuncios y esfuerzos con escasos resultados son el reflejo de una interpretación equivocada o por lo menos incompleta de la actual etapa del país.
Por lo pronto, la derecha e izquierda no son premiadas por la opinión pública, probablemente porque han reducido sus estrategias en la disputa por la presidencia de la República, perdiendo de vista aspectos cruciales de la agenda más allá del cambio en ese cargo público. El juego vacancia, renuncia y permanencia no suministra certezas desde ningún sector a la sociedad, y en cambio fortalece la incertidumbre. Las opciones centristas también han caído, una anormalidad contra el manual, que reza que la tensión entre los extremos permite la oportunidad a una tercera alternativa.
Las múltiples debilidades en esta crisis están pasando factura, y se ven reflejadas en las últimas encuestas, especialmente en la más reciente de Ipsos Perú. El rasgo central en lo que concierne a los líderes e instituciones son las altas cuotas de desaprobación. Por esa razón, la idea de una dinámica política perfecta gobierno vs oposición, donde lo que pierde uno lo gana el otro, se ha convertido en extremadamente relativa.
Quizás sea el momento de preguntarse si el actual esquema de confrontación reportará beneficios a los actores. Incertidumbre más debilidad no son necesariamente inherentes a toda crisis. En nuestro caso, están atadas a un juego estrictamente parlamentario y elitista que impide la participación, el dialogo social, la consulta y el debate ciudadano. La imagen de un ring donde se golpean varios jugadores por mucho tiempo ante un público que solo silba o aplaude, se desgasta irremediablemente.
Una explicación de esta afanosa infertilidad de los liderazgos es que hay más crisis “arriba” que “abajo”, y la enorme imposibilidad de las élites de contagiar al país su ansiedad por superar este momento o por lo menos impactar con nuevas grandes ideas respecto al futuro cercano. La enorme brecha aprobación/desaprobación de lideres e instituciones impide a la opinión pública diferenciar las estrategias inmovilistas de las de cambio, y es probable que para los ciudadanos la elite peruana sea un club de la destrucción, internamente indiferenciada.
Así, la situación actual tiende a empantanarse en tanto que todos los progresos siempre serán pequeños. Por ejemplo, el sentido común en favor de la salida de PPK de la presidencia es mayoritario, pero no abrumador. Frente al 54% de quienes creen que debe apartarse del poder se tiene más de un 40% que cree que debe mantenerse. Si 4 cada 10 peruanos afirman que el presidente debe quedare en el poder, es evidente un cuadro extraño que puede resumirse así: es un problema que PPK se quede, pero también es un problema que se vaya. El primer beneficiado de esta inercia es el mismo PPK.
Hasta nuevo aviso –una nueva denuncia, los 87 votos de una vacancia no express y una demanda activa de la calle – el Congreso se debilitará como el vértice de los esfuerzos que resuelvan este empate de fuerzas agotadas con estrategias incompletas. En tanto, no emerge ningún espacio que vía el Gobierno o la oposición activen una respuesta política y social tanto a la crisis como a la agenda pública abandonada. Las elecciones municipales y regionales que podrían ser el elemento dinamizador se anuncian en un formato de harta publicidad y escasa movilización.

A pesar se ello, las tendencias en pugna entre la salida de PPK del poder y la inercia que lo mantiene en la presidencia, puede ser dinamizada desde los movimientos sociales, a través de un gran diálogo social, nacional y regional, sobre los elementos de este período. Sin la presencia efectiva de los ciudadanos, esta etapa de gran inestabilidad se perderá como una gran oportunidad de construir una agenda para el futuro.

Cinco canciones de desamor

La República
La mitadmasuno
9 de febrero de 2018
Juan De la Puente
Sea cual fuese el desenlace de este periodo de gran desequilibrio, los peruanos debemos aprender a convivir con la crisis. Esta es profunda, será larga, y quizás se asemeje al largo período en que coexistimos con la inflación. En este punto se aprecia una brecha entre la entendible angustia de la elite peruana y los medios por una solución inmediata y definitiva del actual estado de cosas, y cierta abulia de la sociedad cuya agenda en más amplia y cotidiana.
Es preciso tener en cuenta algunos elementos de este proceso.
1.- La incertidumbre. Desde hace cinco años, cuando se desató la guerra política entre la reelección conyugal y los llamados “narcoindultos” nos hemos acostumbrado a vivir en la inestabilidad. Ahora debemos acostumbrarnos a vivir en la incertidumbre, que es mayor que a inicios del Gobierno y cuyos componentes más frecuentes son las nuevas revelaciones, los giros de los actores y las decisiones judiciales en los casos de corrupción. La incertidumbre es el principal factor de esta crisis a lo que habría que unir nuestra gigantesca capacidad de resiliencia política, la tolerancia de un pueblo que ha tenido tantas caídas y tragedias más dolorosas en las últimas décadas.
2.- Múltiples debilidades. Comúnmente se alude a la crisis del Gobierno y a la debilidad de PPK. Siendo ello cierto, esta es también una crisis de la oposición y visto el curso ciudadano, una crisis de la sociedad movilizada, escasamente movilizada. Este hecho impide que los actores ejecuten sus estrategias por completo y fragmenta las opciones, presenta un cuadro de superposición de iniciativas inviables o que quedan a medio camino. Por ejemplo, ha sido derrotada la primera vacancia y no se ha concretado la segunda y, del mismo modo, tanto el nuevo gabinete no ha terminado de legitimarse como que se ha desgastado la movilización de la calle.
3.- Etapa desconocida de las relaciones políticas. No estamos en una situación límite, pero muy cerca de ella desde hace casi 60 días. La crisis evoluciona con notable lentitud, desenvolviéndose en varios tiempos en un ritmo que pareciese en cámara lenta. En ese contexto, el vanguardismo de la calle –el primer actor en pedir adelanto de elecciones en un porcentaje significativo- ha cedido al de los medios y partidos. Estos últimos desempeñan un activismo inédito, al punto que hacen públicas sus negociaciones para la sustitución del presidente de la República.
4.- Mientras no se dibuje un consenso político en favor de una salida cierta, que deberá ser política, los movimientos en favor de la crisis son inmensamente mayores que aquellos que pretenden conjurarla. Casi todos los acercamientos, apuestas y posicionamientos no tienen como propósito la gobernabilidad o por lo menos la estabilidad, sino la formación de coaliciones para la batalla. El país es un gran espacio de conspiración y, al mismo tiempo, de confrontación, del que quizás se excluya –quizás- a las fuerzas armadas y a los bomberos. El efecto de este cuadro es el extravío de la agenda pública o su extremo encogimiento. Por ejemplo, en medio de este escenario de maquinación cotidiana se está pasando de largo el importante debate sobre la concentración de determinados mercados.

5.- El juego de la vacancia o renuncia del presidente ha copado la discusión del actual estado de cosas, una apuesta ineludible pero cortoplacista que extrae una variedad ilimitada de argumentos que no trascienden al mediano plazo. La pregunta sobre el día siguiente de un hipotético cambio en el nivel más alto del gobierno del país no ha sido planteada, así como las condiciones de la gobernabilidad en caso se concrete ese supuesto. Este hecho no está relacionado obviamente con una falta de imaginación de los líderes políticos sino con la ausencia de un compromiso más coherente con el futuro del país. En este compás de estrategias exclusivamente partidarias, se advierte la falta de un proyecto de país a pesar de la crisis o para salir precisamente de ella. Por eso se conspira más de lo que se debate y se grita más de lo que se acuerda.