La República
La mitadmasuno
9 de febrero de 2018
Juan De la Puente
Sea cual fuese el desenlace de este periodo de
gran desequilibrio, los peruanos debemos aprender a convivir con la crisis.
Esta es profunda, será larga, y quizás se asemeje al largo período en que
coexistimos con la inflación. En este punto se aprecia una brecha entre la
entendible angustia de la elite peruana y los medios por una solución inmediata
y definitiva del actual estado de cosas, y cierta abulia de la sociedad cuya
agenda en más amplia y cotidiana.
Es preciso tener en cuenta algunos elementos de
este proceso.
1.- La incertidumbre. Desde hace cinco años, cuando se desató la
guerra política entre la reelección conyugal y los llamados “narcoindultos” nos
hemos acostumbrado a vivir en la inestabilidad. Ahora debemos acostumbrarnos a
vivir en la incertidumbre, que es mayor que a inicios del Gobierno y cuyos
componentes más frecuentes son las nuevas revelaciones, los giros de los
actores y las decisiones judiciales en los casos de corrupción. La
incertidumbre es el principal factor de esta crisis a lo que habría que unir
nuestra gigantesca capacidad de resiliencia política, la tolerancia de un
pueblo que ha tenido tantas caídas y tragedias más dolorosas en las últimas
décadas.
2.- Múltiples debilidades. Comúnmente se alude a la crisis del
Gobierno y a la debilidad de PPK. Siendo ello cierto, esta es también una
crisis de la oposición y visto el curso ciudadano, una crisis de la sociedad
movilizada, escasamente movilizada. Este hecho impide que los actores ejecuten
sus estrategias por completo y fragmenta las opciones, presenta un cuadro de
superposición de iniciativas inviables o que quedan a medio camino. Por
ejemplo, ha sido derrotada la primera vacancia y no se ha concretado la segunda
y, del mismo modo, tanto el nuevo gabinete no ha terminado de legitimarse como
que se ha desgastado la movilización de la calle.
3.- Etapa desconocida de las relaciones
políticas. No estamos
en una situación límite, pero muy cerca de ella desde hace casi 60 días. La
crisis evoluciona con notable lentitud, desenvolviéndose en varios tiempos en
un ritmo que pareciese en cámara lenta. En ese contexto, el vanguardismo de la
calle –el primer actor en pedir adelanto de elecciones en un porcentaje
significativo- ha cedido al de los medios y partidos. Estos últimos desempeñan
un activismo inédito, al punto que hacen públicas sus negociaciones para la
sustitución del presidente de la República.
4.- Mientras no se dibuje un consenso político en favor de una salida cierta, que deberá ser
política, los movimientos en favor de la crisis son inmensamente mayores que
aquellos que pretenden conjurarla. Casi todos los acercamientos, apuestas y
posicionamientos no tienen como propósito la gobernabilidad o por lo menos la
estabilidad, sino la formación de coaliciones para la batalla. El país es un
gran espacio de conspiración y, al mismo tiempo, de confrontación, del que
quizás se excluya –quizás- a las fuerzas armadas y a los bomberos. El efecto de
este cuadro es el extravío de la agenda pública o su extremo encogimiento. Por
ejemplo, en medio de este escenario de maquinación cotidiana se está pasando de
largo el importante debate sobre la concentración de determinados mercados.
5.- El juego de la vacancia o renuncia del
presidente ha copado
la discusión del actual estado de cosas, una apuesta ineludible pero
cortoplacista que extrae una variedad ilimitada de argumentos que no
trascienden al mediano plazo. La pregunta sobre el día siguiente de un
hipotético cambio en el nivel más alto del gobierno del país no ha sido
planteada, así como las condiciones de la gobernabilidad en caso se concrete
ese supuesto. Este hecho no está relacionado obviamente con una falta de
imaginación de los líderes políticos sino con la ausencia de un compromiso más
coherente con el futuro del país. En este compás de estrategias exclusivamente
partidarias, se advierte la falta de un proyecto de país a pesar de la crisis o
para salir precisamente de ella. Por eso se conspira más de lo que se debate y
se grita más de lo que se acuerda.
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