La República
La mitadmasuno
15 de febrero de 2019
Juan De la Puente
A cinco meses de la primera detención de Keiko
Fujimori, el liderazgo en la oposición está vacante, lo que no significa que no
existan opositores y grupos opuestos al Gobierno, algunos virulentos,
inclusive. De lo que carece la política actual es de alternativas a ese
liderazgo solitario del presidente Vizcarra,
lo que resume el vacío abierto el año pasado, que muestra un sistema
descabezado, pero en movimiento.
Se ha dicho mucho sobre el piloto automático de
la economía, aunque encuentro más razones para asumir que es la política la que
está en piloto automático, luego de dos colapsos sucesivos, el de los partidos
llamados tradicionales desplazados en las elecciones del 2011 y 2016, y el de
varias instituciones golpeadas severamente el año pasado (Congreso, P.
Judicial, CNM y el Ministerio Público).
De los 8 líderes a los que la encuesta reciente del
IEP le atribuye simpatías por encima del 10%, solo uno (a) habla levemente del
futuro (V. Mendoza); tres guardan riguroso silencio (Guzmán, Barnechea y
Acuña); uno posa para la foto, que finalmente es mejor que el silencio (Kenji);
y otro se defiende esencialmente de las acusaciones de corrupción (O. Humala).
Los otros dos tienen restricciones para expresarse por encontrarse en prisión
(A. Humala y K. Fujimori).
Quisiera conocer a los publicistas que les
dijeron a los líderes que en una etapa de crisis e incertidumbre es mejor no
hablar o no moverse mucho, y que no deben exponerse o participar en el corto
plazo de la política. Como si el inmovilismo no hubiese destruido las
posibilidades de Lourdes Flores el 2006, de Toledo y Castañeda el 2011, y
recientemente de Reggiardo el 2018, o como si este no fuese un momento decisivo
para la renovación profunda del sistema político.
Es Vizcarra quien desde el poder encarna el
rechazo al orden de cosas y el que propugna un cambio, en tanto que los grupos
que se apuntan al campo opositor representan este orden detestado por los
peruanos. Mientras este emplazamiento de actores persista, cualquier dinámica
contra el Gobierno –aun las más agresivas- no podrá aspirar a ser hegemónica, o
siquiera rentable.
Pocas veces he visto un desprecio tan marcado por
la política de todos los días, un escenario en el que nadie quiere ir más allá
de Vizcarra en el corto plazo, y una baja empatía con los problemas cotidianos
de la gente (seguridad, servicios, empleo, salud), con una derecha esperanzada
en el hundimiento de Vizcarra desde la lógica de “todos son corruptos”, y una
izquierda estancada en la convicción de que salvo la constituyente todo es
ilusión.
Incluso en los grupos que simpatizan con el Gobierno no existe un
desempeño independiente, y no se ejerce como en otros países los compromisos
diferenciados (Alemania, Italia, Chile con Bachelet, Brasil con Lula/Dilma), es
decir, de respaldo a los gobiernos y sus políticas centrales sin desatender las
demandas de la sociedad.
Este asunto no tendría importancia si no fuese
porque las reformas pierden peso y se relativiza su imperiosa necesidad, de la
mano de la aparición de un núcleo dirimente en el Congreso, que se ha
trasladado a la mayoría de medios. Si hay un fenómeno que irrumpe para quedarse
es el congelamiento de las reformas votadas en diciembre, con la real
posibilidad de que a fin de año ninguna de ellas se materialice.
El enfriamiento de los cambios no solo sería un
revés para Vizcarra sino para las fuerzas políticas y sociales que lo
propugnan. Si se consuma este fracaso no debería esperarse una nueva
oportunidad para el cambio democrático, además del surgimiento de un nuevo
debate nacional, ya no sobre la necesidad de una reforma en democracia sino
sobre cuánto habría que prescindir de ella para que el país “cambie”.
Es hora de hablar con la gente. Luego del referéndum de diciembre, la
última oportunidad en que los políticos recurrieron a los ciudadanos, la
política se juega más que nunca arriba. Ningún grupo o líder convoca a la
sociedad, una omisión especialmente apreciable en quienes apuestan por cambios
que signifiquen el reconocimiento de derechos y libertades.