La RepúblicaLa mitadmasuno11 de agosto de 2017Juan De la PuenteEn los años 80, Sendero Luminoso asesinaba a los dirigentes populares porque sostenía que la única función de los sindicatos y organizaciones sociales era anunciar y sostener la “guerra popular”. Quienes demandaban mejores salarios y bienestar eran traidores que merecían ser aniquilados. Con ese pretexto fueron asesinados centenares de dirigentes del SUTEP y profesores universitarios. Me acuerdo ahora de tres de ellos, amigos míos y compañeros: Cirilo Meza Porta, sutepista y alcalde de Tantamayo (Huánuco) asesinado en 1984 frente a sus alumnos; Fermín Azparrent, antiguo dirigente magisterial, alcalde de Huamanga, asesinado en 1989; e Iván Pérez Ruibal, asesinado cuando preparaba sus clases en la universidad del Cusco, en 1991.El terrorismo, derrotado militarmente, se ha reinventado políticamente. Y tiene éxito. Sendero Luminoso es ahora la fuerza más dinámica y en alza en el movimiento sindical peruano; forma parte de una tendencia amplia y radical en la que caben otras expresiones maoístas o posmaoístas cuyos rasgos son: 1) una firme recusación de las dirigencias sindicales de la izquierda tradicional; 2) un programa extremadamente economicista que aborrece las políticas públicas de mejora de la prestación de los bienes públicos; y 3) una política de alianzas pragmática, de pactos inimaginables contra el enemigo común, según sea el caso.Esta práctica tiene como resultado la formación de una nueva representación sectorial y local que se ha hecho nacional con la huelga magisterial actual, la más importante movilización social autónoma de los últimos años, y que consolida una penetración sostenida en universidades, minería informal/artesanal, grupos cocaleros y sindicatos en el sector público.Frente a este fenómeno, algunos intentan apreciar la huelga magisterial con el esquema convencional de la correlación interna del SUTEP, celebrando los reveses del partido político que dirige este sindicato. Otros, entre ellos el Frente Amplio y otros grupos de izquierda y parlamentarios, respaldan su economicismo basados en las legítimas expectativas salariales de los maestros, sin exigir a sus dirigentes un compromiso con los estudiantes y con la calidad de la educación. Es la micro-política llevada al conflicto social.Este es un momento de ruptura y redefinición en los movimientos sociales, donde se aprecia por un lado la afirmación de tendencias con enfoques de derechos –sobre todo ambientales y de género– y, por el otro, la recreación de opciones populistas desinteresadas de reformas; populares, claro, pero que no dejan de ser populistas.Esa debería ser la matriz del debate respecto a los conflictos actuales. La simplificación de algunos análisis (diálogo vs. no diálogo, SUTEP oficial vs. bases) impide una reflexión sobre ciertas tendencias regresivas. Si bien es injusta la acusación de que todos los maestros en huelga son simpatizantes del MOVADEF, un análisis objetivo debería indagar más sobre por qué grupos que se niegan a condenar el terrorismo como método político dirigen a miles maestros peruanos, y qué razones existen para que los maestros acepten esa dirección. En ambos hechos hay lugar para el asombro, a lo que se agregan otros como el respaldo de gobernadores regionales corruptos que no tienen ni idea de un proyecto educativo regional.En 1972, en el Cusco, una ofensiva básicamente economicista y enfilada contra el gobierno de Juan Velasco, bajo el impulso del maoísmo, el aprismo y otros grupos, fundó el SUTEP como alternativa al otro sindicato magisterial, el FENEP, iniciando el bloqueo de los cambios que el gobierno militar pretendía en la educación. Ahora, 45 años después –con epicentro por coincidencia localizado también en el Cusco–, el maoísmo y posmaoísmo, derrotados militarmente y renacido sindicalmente, han descargado un golpe demoledor al SUTEP oficial, pero han dejado seriamente afectada la reforma magisterial, la más importante de las últimas décadas. Espero que lo sucedido no anuncie una refundación regresiva del sindicalismo y el abandono de una política pública de la calidad educativa.
Blog sobre cultura y política. Artículos publicados en la prensa y comentarios de temas actuales. El título, Kotosh, se refiere al templo más antiguo de la sierra peruana construido hace 4 mil años, valiosa evidencia de la arquitectura preinca. Su símbolo son las manos cruzadas. Está muy cerca de Huánuco, la ciudad donde nací, mi añorada tierra.
miércoles, 6 de septiembre de 2017
El luminoso sendero social
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martes, 15 de agosto de 2017
La huelga y la opinión pública. Sobre la encuesta de Ipsos.
Por Juan De la Puente
Uno de los errores más comunes en el análisis político
es el exceso de la agregación, que no permite apreciar los fenómenos que
componen el escenario y por lo tanto impiden advertir las tendencias en curso y
las brechas entre los hechos y actores. El otro extremo es el exceso de la desagregación,
la apreciación aislada de los hechos, es decir, la pérdida de contexto.
He visto algo de lo último en algunos análisis de
la huelga magisterial, un intento de observación que ignora varios elementos,
especialmente los siguientes: 1) una huelga que dinamiza y forma parte de la recuperación
de los movimientos sociales; 2) en confrontación con un gobierno minoritario y
débil; 3) a cargo de una dirección ubicada en el extremo izquierdo de los
movimientos sociales, maoísta y posmaoísta; 4) que se encuentra en disputa con
la representación tradicional de los sindicatos; y 5) con una parte de su dirección
marcadamente economicista, que subestima la reforma para mejorar la calidad de
la educación.
Fuera del contexto, la huelga es una expresión de
demandas legítimas que el gobierno está en la obligación de “resolver”, sin
decir en qué sentido y cómo. Fuera de contexto, la huelga se dirige también contra
el SUTEP oficial, y es bueno ello porque ya es hora que el SUTEP sea “liberado”
de Patria Roja, no importa si luego viene la balcanización del sindicalismo
magisterial como sucedió con Construcción Civil. Finalmente, fuera de contexto,
el canal de solución de la huelga es el dialogo para el aumento; mañana o
pasado discutiremos la evaluación y la meritocracia.
El exceso de desagregación lleva a que se
extraiga solo un dato de la reciente encuesta de Ipsos: que el 56% está de
acuerdo con la huelga, un número cierto y redondo que grafica la legitimidad de
las demandas salariales de los maestros, el punto más vulnerable de las políticas
públicas educativas desde hace décadas.
Otro dato concurre al escenario, como la caída de
10 puntos en la aprobación de la ministra de Educación (ahora en 24%), hasta
hace poco una de las más valoradas del gabinete, una debilidad en el liderazgo
del sector que será decisiva para el reimpulso de los cambios que se están
perdiendo.
La actitud de la opinión pública está en proceso
y es necesario tomar en cuenta esta condición de cara la sucesión de micro
ciclos políticos que vienen.
Sorprende, por ejemplo, el alto nivel de
información de los ciudadanos sobre la huelga misma (94%) y sobre sus demandas
(91%), y ese conocimiento explica la opinión matizada respecto de la huelga
porque junto a la legitimidad de los reclamos, y en un número superior de 94%,
los peruanos se pronuncian en favor de la evaluación, es decir, uno de los ejes
de la meritocracia.
El aspecto político de la huelga es también objeto
de una visión matizada de la opinión pública: 1) El 69% cree que los maestros
reclaman por convicción; 2) solo el 28% cree que están “amenazados” por una dirigencia
extremista (qué pregunta más tremendista, de paso); 3) el 67% está de acuerdo con
que las huelgas incluyan marchas; 4) el 93% se expresa contra los ataques a los
locales públicos y privados; 5) el 76% se muestra contrario que se impida
trabajar a los que quieran hacerlo; 6) el 70% cree que a los huelguistas se le
debe descontar los días que no trabajan; y 7) el 71% cree que deben ser despedidos
-entre lo inmediato o si persisten en la inasistencia al trabajo- y solo el 24%
cree que nunca los huelguistas deben ser despedidos.
Salvo la última respuesta que expresa una visión autoritaria
respecto de la huelga en tanto derecho fundamental, la opinión pública no se muestra
radicalizada en favor de la huelga o contra ella. En el equilibrio de la desagregación
y agregación de datos, se aprecia varias legitimidades sociales, entre las
cuales las más resaltantes son los reclamos salariales y la meritocracia.
Esta información explica varios hechos recientes,
entre ellos la ampliación de la huelga y el poco eco que tienen las alertas
sobre que un sector de la dirección de este movimiento pertenece al MOVADEF,
legitimado políticamente más por el Estado que por los huelguistas.
Finalmente, la huelga consagra un escenario que
reclama una gobernabilidad plural y no un bipartidismo imperfecto. Las fuerzas
sociales -y regionales, que están más allá de los gobernadores convenidos,
varios de ellos corruptos- han resurgido y han tomado
su pedazo de dialogo y de calle, sobre lo que me referí en otro artículo (http://larepublica.pe/politica/1066842-consenso-a-palos-ano-uno).
Si insistimos en desagregar nos perdemos el proceso y la tendencia, la formación
de una nueva representación sectorial y local (http://larepublica.pe/politica/1072491-el-luminoso-sendero-social).
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viernes, 4 de agosto de 2017
Consenso a palos, año uno
http://larepublica.pe/politica/1066842-consenso-a-palos-ano-uno
La República
La mitadmasuno
28 de julio de 2017
Juan De la Puente
El año pasado el país votó por una inédita
gobernabilidad: el grupo que perdió las elecciones se quedó con el 56% de
escaños del Congreso, más allá de la mayoría absoluta, y el que ganó el
gobierno, con el 13%. Había otra originalidad: el resultado fue estrecho y
gracias a la épica antifujimorista impulsada esencialmente por los
simpatizantes de la candidatura que obtuvo el tercer lugar en la primera
vuelta.
Lo que tenemos al frente es un gobierno dividido
que nuestra academia considera un mal resultado, quizás solo basada en la
experiencia mexicana de finales de los años 90 o la ecuatoriana previa a Rafael
Correa. Otras experiencias, como algunos de los recientes periodos
norteamericanos, no han sido necesariamente negativas.
La gobernabilidad de los primeros meses fue un
cuaderno en blanco escrito día a día y a varias manos, sobre todo de la prensa
y la opinión pública, que presionaron por el consenso, la investidura del
gabinete y la delegación de facultades.
El primer resultado de esta experiencia es que nuestro
gobierno dividido es al mismo tiempo pobre y excluyente, débil frente a una
sociedad crecientemente crítica, y por lo tanto un gobierno dividido y
desgastado.
No debemos ilusionarnos con el vestuario de la
escena. Es llamativa y sobreactuada, con tensiones, amenazas, dislates y
escándalos, que hacen de esta etapa un consenso a palos. Lo que tenemos al
frente es no obstante un modelo casi acabado de in/gobernabilidad ya conocida,
cuya esencia podrá cambiar poco y que será el atributo de un sistema que no se
rompe aunque se descosa un poco en cada coyuntura. Ya no podemos decir como en
agosto pasado que sabemos lo que está muriendo pero no lo que está naciendo.
El segundo resultado es que fuera del vestuario,
el año uno del consenso a palos tuvo más colaboración entre poderes que
confrontación, un continuo del que podríamos exceptuar el último período
abril-junio con varias crisis mucho tiempo abiertas, cerradas también a dos
manos por el Gobierno y el Congreso, pero que le hizo perder a PPK entre 10 y 12
puntos de aprobación y nada a Keiko. Primera lección: las largas crisis en un
gobierno dividido desgastan más a un Ejecutivo débil.
El tercer resultado, precisando que no me
encuentro entre quienes creen que el propósito de Fuerza Popular es derrocar a
PPK, es que los incentivos para no hacerlo son mayores, precisamente porque el
gobierno dividido made in Perú tiene
al fujimorismo por ahora con grandes opciones para hacerse del poder en las
urnas el 2021. Ello no implica reconocer que, como le pasa a PPK en el
Gobierno, el fujimorismo no sabe qué hacer con su mayoría.
El cuarto resultado de esta experiencia consiste
en que si los actores se conocen más, es porque han disputado y concertado,
tomado y entregado –y derrotados algunas veces– olvidando gran parte de sus
promesas. Casi todo ha sido dejado en el camino, la reforma política, la
mayoría de cambios institucionales para luchar contra la corrupción y la
creación de ministerios, entre otros. No debe obviarse en el balance que la
opinión pública respalda en cuotas altas el control político parlamentario (los
tres últimos sondeos de GfK) y no comulga mucho con la tesis del
obstruccionismo, pero no es menos cierto que el fujimorismo no ha cumplido su
promesa de convertir su plan de gobierno en un programa parlamentario.
De cara al segundo año, el principal riesgo del
consenso a palos es que se transforme en un bipartidismo imperfecto, que
intente reducir la gobernabilidad a dos fuerzas, obviando a las otras y
excluyendo a la sociedad. Si esto sucede, estas fuerzas resurgirán tarde o
temprano. Por ahora reclaman su pedazo de diálogo, pero mañana podrán hacer uso
de su pedazo de calle. Rotos los equilibrios del período 2001-2016, el país no
parece polarizado sino fragmentado, con fuerzas que pugnan por “achicar” arriba
el espacio público, un espacio enano que compite con una agenda pública
frondosa. Sin cambios, el sistema político puede seguir suspendido en el aire
por un buen tiempo.
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