La República
La mitadmasuno
Juan De la Puente
11 de enero de 2019
El Congreso es
un campo de batalla donde se combate escaño por escaño, comisión por comisión.
Se condensan así varias hostilidades menores por pequeñas hegemonías o por
sobrevivencias, aunque la batalla específica por la mesa directiva –el combate
más fiero- es distinta a la del año 2000 y al asalto de las minorías
parlamentarias que el 2004 y 2015 derrotaron a los gobiernos de entonces.
El primer asalto, en
noviembre del 2000, fue la conclusión del fujimorismo; la censura de la mesa
directiva que presidía Martha Hildebrandt fue una operación saldada
rápidamente con la huida de Fujimori a Japón, la vacancia de las dos
vicepresidencias y la asunción del gobierno transitorio de Valentín Paniagua.
Luego, las presidencias de Ántero Flores-Aráoz (2004) y de Luis Iberico (2015),
fueron el triunfo de las minorías opositoras a Alejandro Toledo y Ollanta Humala, respectivamente,
aunque ninguna de ellas intentó liquidar al Ejecutivo.
Tiene mucho sentido
práctico que Fuerza Popular deje de conducir el Congreso especialmente si lo
hizo desastrosamente mal (sinceramente, el fujimorismo “histórico” lo hubiese hecho mejor).
Dejó hace meses de ser mayoría política y ahora está en proceso de dejar la
mayoría numérica, una dirección ineludible para un desenlace inexcusable.
Desbancado del poder del Congreso, el epílogo de esta derrota está por
escribirse porque los desenlaces más increíbles tienen las mismas opciones,
incluyendo la implosión que lleve a una elección parlamentaria adelantada.
¿Este escenario es,
como aparenta, una pelea de bar donde importan más las patadas que los
vencedores y perdedores? Sin reelección y bicameralidad, sin aprobación ciudadana y con los
proyectos partidarios a la baja, la pregunta sobre el sentido de esta batalla
es provocadora, porque la idea de que esta es la disputa de dos calvos por un
peine se relativiza por lo menos por tres atingencias cruciales: 1) desde
una óptica estrictamente minimalista, el Congreso debe garantizar la selección
de la nueva Junta Nacional de Justicia (JNJ); 2) el Congreso ha disminuido su capacidad
de frenar los procesos judiciales a la corrupción política y hostigar al
Ejecutivo; y 3) en cualquier caso, aun con una crisis
operativa a cuestas, tiene la capacidad de aprobar leyes populistas o
favorables a intereses contra mayoritarios.
Ha terminado la
experiencia de un gobierno dividido y lo que viene es un Parlamento
extremadamente fragmentado y, por lo tanto, autolimitado; pero, a diferencia
con lo sucedido el año 2000, cualquier desenlace favorece al Gobierno de Martín
Vizcarra, especialmente si este desea mantener la presión sobre el Congreso
sobre la reforma judicial y política. No obstante, el optimismo debe
atemperarse si se concluye objetivamente que a este Parlamento no podrá
arreársele demasiado. Sea cual fuese su futuro, ya es un Congreso de transición.
La división entre un
bando reformista y otro resistente a los cambios sería lo mejor que intenten
los políticos que quieran impulsar una nueva política radical a partir de los
llamados nuevos valores posmaterialistas que ha traído esta etapa, como la
lucha contra la corrupción, la rendición de cuentas, el enfoque de género en
los DDHH, el medio ambiente, los derechos de los consumidores, la prestación de
los bienes públicos, la participación política, entre otros.
Ello no implica que
no se intente legislar sobre las expectativas “tradicionales” de la política
peruana, pero la transición que experimenta el sistema obliga a construir una
nueva promesa con soluciones de compromiso (trade-off)
con una visión de largo plazo donde caben las demandas de cambios
constitucionales profundos y un programa de modernización de la economía y la
sociedad.
Ordenar las
prioridades es difícil, sobre todo en un clima corrosivo y tóxico donde la ultraderecha peruana
se apresta a librar la batalla por su identidad. Sin embargo, el feminismo, los
movimientos sociales, los jóvenes, y la sociedad civil que se abre a las
demandas de derechos y libertades son una enorme fuerza llamada a motivar los
cambios y llenar el vacío que ya esté aquí. Si no es la hora de un nuevo
programa, cuándo.