La República
La mitadmasuno
24 de mayo de 2019
Por
Juan De la Puente
En
el actual conflicto entre el Gobierno y el Congreso, la pugna por las formas
quizás no permite que se visibilice el aspecto de fondo, que es la firme
tendencia instalada que detendrá este proceso, y que ya lo ahoga en la cuna. Un
sistema fuerte, en crisis, pero fuerte, más fuerte que los grupos dispersos que
pugnan por reformarlo, se dispone a derrotar desde el Congreso el
movimiento de cambio más importante desde el año 2000.
A
diferencia de año pasado, no existe una coalición dispuesta a la batalla. El
reciente gesto presidencial de desafiar al Congreso se realiza luego de
que la rebelión que él encabezara el año pasado concluyera extrañamente por
falta de mensaje y especialmente acciones. La lucha por las formas en estos
días reverdece las imágenes reformistas del año pasado, pero no implican su
relanzamiento. La reforma sin coalición está sentenciada a la derrota.
Es
cierto que también incidirá en este resultado el reagrupamiento de fuerzas
conservadoras y la falta de un programa político que le permita al Gobierno atender con eficacia los
problemas del gobierno de todos los días –seguridad, servicios y regulación,
por ejemplo– como indican las encuestas recientes. No obstante, existe un
problema de estrategia y enfoque.
Uno
de ellos es la falta de un proceso movilizador en una perspectiva democratizadora. Desde la presentación
del informe de la comisión creada con tal propósito, se ha privilegiado una
dinámica institucionalista creyendo que este es un asunto exclusivo del poder,
a lo más de las élites, en tanto no se toma en cuenta a la sociedad, la parte
más activa en la demanda de cambio.
Forma
parte de esta estrategia equívoca la propuesta de diálogo exclusivo con el
Congreso, sin la sociedad y los partidos, que no son necesariamente lo mismo
que sus bancadas, y aderezada en las últimas semanas con el llamado a un pacto minimalista Ejecutivo/Legislativo. La visita
presidencial al Congreso pareció sugerir la adopción de una estrategia distinta
de cara a la sociedad, pero sin nuevas señales posteriores en esa línea. En
esta como en otras crisis, y en toda coyuntura crítica, un sistema fuerte
reclama como requisito de cambio un eje movilización/pacto. Ya deberíamos haber
aprendido.
En
un contexto como el descrito, sería igualmente equívoco bajar los brazos. Se
tiene sobre la mesa una cuestión de sustancia. Por lo mismo, desde el campo de
la reforma es otro error pugnar con demandas improvisadas del tipo “no se
peleen chicos” o “el Perú no está para divisiones” como si no estuviesen en
juego legítimas opciones que entrañan modelos de convivencia y representación.
La
reforma es irrenunciable y la sociedad –en su sentido amplio de conciencia
social– está en disputa. Sea cual fuese el resultado específico de las 12
reformas entregadas por el Gobierno al Congreso, es muy importante insistir en
el cambio, en la formación de una amplia conciencia nacional sobre su
necesidad, advirtiendo no solo sobre el riesgo de una contrarreforma sino de
los potenciales peligros de un sistema que renovará sus autoridades el año 2021
en medio de una debilidad de la institución de la presidencia y una alta
fragmentación del Parlamento.