domingo, 14 de octubre de 2018

Muñoz y Urresti, los precursores

https://larepublica.pe/politica/1336120-munoz-urresti-precursores
La República
La mitadmasuno
12 de octubre de 2018
Por Juan De la Puente
Las elecciones en Lima Metropolitana son, por el volumen de sus electores y el sorpresivo resultado, una muestra de lo que sucede en una campaña electoral sin grandes ofertas de cambio, ciudadanos indiferentes y desconfiados, candidatos precarios y un escenario fragmentado.
En un proceso electoral complejo e imprevisible, y sometido a sucesivas crisis e inestabilidad, es arriesgado adjudicar los resultados a una sola causa, y es más probable que estas sean concurrentes o sucesivas. En el caso de Lima, mantengo la duda sobre si el principal resultado es el triunfo de Jorge Muñoz o la derrota de Daniel Urresti, considerando las claves de los días previos al 7 de octubre.
Me inclino a pensar que la respuesta debería matizarse del siguiente modo; 1) tanto Muñoz como Urresti (32% y 19% de votos emitidos) fueron “encontrados” en un momento de la campaña por sus electores; y 2) que el espectacular aumento de votos por ambos –más por Muñoz, pero no solo para él- fue posible debido a una épica corta y diferenciada.
La épica en favor de Muñoz corrió a cargo esencialmente de las clases medias y emergentes, ubicadas trasversalmente, con fuerte presencia de jóvenes y mujeres, ubicados contra Urresti, de modo que Muñoz fue “encontrado” por segunda vez, en un afán ubicado más allá del voto, de “salvar” a Lima de Urresti. Este fenómeno es mostrado en dos gráficos elaborado por Iván Lanegra (@ilanegra) que exponen la línea descendente de los votos de Muñoz sobre los de Urresti, desde Miraflores/San Isidro y los barrios mesocráticos y emergentes, hasta la periferia de la ciudad.
Pero no debería subestimarse la épica en favor de Urresti. Su candidatura tuvo la misma dinámica inicial que la de Muñoz, aunque a él solo lo “encontraron” una vez, un volumen nada despreciable de electores (un millón de votos emitidos) que lo empoderaron como la otra opción para “salvar” a Lima, desde el autoritarismo y la recusación de la élite política.
¿Por qué una épica? Por la febril movilización de un sector de ciudadanos con argumentos en parte ciertos y en parte no, respecto a la capacidad de las opciones en pugna, un relato que continúa luego de las elecciones, patentizado en conclusiones muy debatibles como “han ganado los choros” o “Acción Popular ha vuelto”.
Conviene también reflexionar sobre el desarrollo de una campaña marcada por el rechazo inicial de los electores a todas las opciones y la imposibilidad de las fuerzas en pugna de manejar los mensajes. La campaña trascurrió en tres momentos: 1) la indiferencia de los electores y la soledad de los candidatos, entre el momento de la inscripción y los debates, una forma de politización silenciosa y ausente; 2) la inclusión de contenidos básicos sobre el gobierno de la ciudad, a propósito de los debates organizados por los medios y el JNE, una tímida politización activa; y 3) la repolitización de las elecciones, con disyuntivas fuertes entre autoritarismo vs. democracia, idoneidad vs. desgobierno y corrupción vs. transparencia.
La primera fue una etapa planteada equívocamente por los candidatos, especialmente por la izquierda; los candidatos, la mayoría desconocidos, preocupados por la publicidad, tendieron un cordón sanitario alrededor de la “mala” política nacional, evitando relacionar lo nacional con lo local. En la segunda etapa, los debates visibilizaron a algunos postulantes, para bien o para mal, estableciendo un mapa de actores casi inexpugnable que llegó hasta el final, y que solo pudo romper Alberto Beingolea (PPC). La tercera etapa fue una virtual segunda vuelta donde Muñoz y Urresti depredaron al resto. El primero captó un millón y medio de votos en 10 días, a razón de 150 mil por día, y el segundo alrededor de 350 mil, en un ritmo de ganancias y pérdidas.

Muñoz y Urresti no son próceres; son precursores de un modelo de competencia política ultra personalizada, poscolapso de los partidos, pero en un escenario nuevo, donde los principales elementos de la movilización política son la capacidad de los protagonistas de brindar certezas a los electores para acabar con la crisis política e impedir el caos.

Un país en desorden y movimiento

https://larepublica.pe/politica/1331635-pais-desorden-movimiento
La República
La mitadmasuno
5 de octubre de 2018
Por Juan De la Puente
Crece la sensación de que el país se encuentra a minutos de estallar. Algunos creen que existe un caos, y que este anuncia otro, más profundo. Otros piensan que esta crisis, en realidad varias quebraduras, no anticipan un cambio progresista o conservador, sino solo más desorden. Finalmente, junto al pesimismo se abre paso la percepción de una extrema polarización que debe ser atajada. Como en todo periodo vehemente, la denuncia del odio es igual al odio del denunciante.
En agosto de este año César Hildebrandt prevenía contra este argumento inmovilista. Señalaba que “la peor prédica que podamos oír es aquella que la anarquía llegará si optamos por los cambios”. Y es cierto, vivimos un periodo en que el desorden viene acompañado de movimiento, de cambios, y eso no es malo.
Desconfiemos del pronóstico del abismo. Es cierto que nuestro sistema conserva una cuota de imprevisibilidad y que un giro sorprendente podría derivarnos a un espiral destructivo. Este riesgo se potencia teóricamente por una exagerada agregación de elementos, un recurso fácil que impide apreciar que desde hace años las batallas políticas se dividen en microciclos con líderes cada vez más débiles.
Esta etapa pasará a la historia como el turbulento año 2018 –vacancia, indulto, renuncia, desafueros, audios, cuestión de confianza, contra indulto, reforma, referéndum- jalando de la cola a diciembre del 2017 y que, comparado con otros años, es el más borrascoso del último siglo (más que el de 1930, 1936, 1945, 1968, 1992 o 2000).
Es cierto que nunca nos habíamos peleado tanto, pero nunca habíamos coincidido al final tanto, después de tratarnos a palos, por supuesto. Pruebas al canto: el día que renunció PPK subió la bolsa, Vizcarra se empoderó sin conflictos, tres de las cuatro reformas fueron votadas con altas mayorías, y es muy probable que el referéndum convoque una masiva votación favorable.
Este resultado se debe a otros elementos que no deberían eludirse además de la debilidad de los actores institucionales, entre ellos la fortaleza del sistema político y económico que opera como miedo al vacío, y el lento progreso de las corrientes que impulsan el cambio, de modo que es igualmente importante que sea tan evidente la corrupción recientemente revelada como lo falta de fuerza para depurar todas las instituciones tocadas por los audios del CNM.
La inestabilidad se ha hecho estable; sobre el punto, Fernando Tuesta recuerda siempre que la palabra crisis no dice nada si es que alude a un fenómeno irresuelto y de tan larga duración. Esta normalización de la inestabilidad no presenta salidas de corto plazo, pero abona a una sucesión de pequeños cambios que el sistema acepta y estimula, es decir, un país negado para las grandes reformas. Por ahora.
En esa dirección, el referéndum de diciembre no resolverá todas las brechas, pero atemperará el divorcio entre la sociedad y la élite gobernante. Los millones de votos que sancionarán las reformas, legitimarán en el corto plazo más al Gobierno que al Congreso, pero enseñarán las posibilidades de una reforma empujada desde la calle contra el sistema. En estos momentos, aún no lo saben los poderes públicos, no hay nada más “antisistema” que el referéndum.
Es probable que a esta inestabilidad estable concurra la convicción de que la posibilidad que la política dañe directamente a la economía es baja, aunque el perjuicio pueda medirse por la pérdida de oportunidades. Si sumamos los “pudimos crecer” de los últimos 8 años, es probable que el país haya perdido por lo menos 10 puntos porcentuales de crecimiento del PBI, aunque ese cálculo no se politice.

Hemos hecho en poco tiempo un aprendizaje del cambio. Después de la sucesión constitucional ordenada luego de la caída de PPK el sistema podría digerir un adelanto de elecciones parlamentarias y hasta un adelanto de elecciones generales. Estamos construyendo lentamente una mayoría social contra el sistema, un momento especial en el que es más fácil identificar lo malo y lo bueno, a pesar incluso de victorias pasajeras de lo primero. Nunca habían caído tantos dioses.

lunes, 8 de octubre de 2018

Elecciones regionales y locales, preguntas nacionales

Por Juan De la Puente
Los resultados de las elecciones del 7 de octubre proponen preguntas que deberían ser respondidas sin acudir al recurso fácil de que no son relevantes al no tratarse de comicios generales. Entre las interrogantes, tres son cruciales: 1) lo sucedido con los partidos “nacionales”, especialmente Fuerza Popular y las bajas votaciones de los candidatos en todo el país; 2) el triunfo de Muñoz y derrota de Urresti en Lima; y 3) la elección de candidatos acusados de corrupción.
Sostengo, a tono con lo que señalan hoy en La República Mirko Lauer y Augusto Álvarez Rodrich, que estos resultados deberían leerse en una clave nacional, y no local; política, y no vecinal; y orgánica, y no coyuntural.
Empecemos. Descontando el desempeño muy relativo de Alianza para el Progreso (APP) y Acción Popular (AP), los partidos nacionales han sufrido un duro revés que se mide en dos tiempos. En un primer momento casi todos fueron colonizados por caudillos locales sin partido a los que le entregaron su representación, y en un segundo momento fueron derrotados en las urnas, con algunos triunfos matizados. Esta tendencia es aplicable incluso a Lima, donde las victorias de Muñoz y la docena de candidatos de ese partido son básicamente individuales.
De las 25 regiones, los partidos nacionales ganaron solo en 8 (APP en Cajamarca, La Libertad, Ucayali, Pasco y San Martin; AP en Cusco; Podemos en Lambayeque; y Restauración Nacional en Loreto), y en 5 regiones en primera vuelta (La Libertad, Lambayeque, Loreto, Ucayali y San Martin), con la precisión de que estos candidatos –a excepción de Mesías Guevara de Cajamarca y Manuel Llempén en La Libertad- son independientes fichados por los partidos para estas elecciones.
En tanto, en 17 regiones ganaron listas independientes, que la ley llama movimientos regionales, 6 en primera vuelta (Callao, Ica, Huancavelica, Junín, Moquegua y Puno). En 5 casos, los partidos nacionales disputaran la segunda vuelta regional.
A los partidos puede haberles ido mejor en los municipios provinciales, pero el cuadro general es de retroceso respecto las elecciones de los años 2006, 2010 y 2014, considerando el esfuerzo que realizaron varios grupos para presentarse en más circunscripciones y el haber contado los últimos dos años con financiamiento público.
El golpe más duro es para Fuerza Popular (FP), por el dato electoral precedente (el 2016 ganó en 15 regiones, con el 39% de votos del total nacional, es decir 6 millones de sufragios); el grado de participación (presentó listas en 17 regiones, 82 provincias y 514 distritos) y el nivel de movilización alcanzado.
¿Es comparable este golpe con el sufrido por PPK, el Apra, el PPC o la izquierda nacional? Desde un ángulo objetivo –es decir, el punto de partida y las posibilidades- obviamente que no.
Imposible desligar este resultado para FP de la caída de la aprobación del partido, su líder y el Congreso, y de las sucesivas derrotas sufridas por su estrategia de tensión, especialmente en los últimos seis meses. El fracaso electoral del fujimorismo no parece ser coyuntural, si se toma en cuenta el proceso de construcción partidaria durante 8 años, y su narrativa respecto a su organización, cohesión y representación popular.
La derrota descubre la falla estructural de un partido organizado hacia adentro y de arriba hacia abajo, con decenas de líderes que han perdido conexión con la sociedad, una errada táctica de privilegiar la guerra política subestimando la cooperación, y una dinámica legislativa populista en lo económico y conservadora en lo social. En resumen, los ciudadanos han rechazado la deriva ultraderechista de Fuerza Popular.
Las bajas votaciones en buena parte de regiones son efecto de la creciente ilegitimidad de la oferta, más que de la fragmentación de las candidaturas.
En un grupo de regiones, los candidatos se ubican cerca entre el 20% y 30% de votos emitidos (Amazonas, Cajamarca, Apurímac, Ayacucho, Pasco, M. de Dios, Piura y Tumbes). En otros, preocupa que no lleguen al 20% (Arequipa, Huánuco y Lima Provincias); y es más grave que en tres regiones apenas superen el 15% de votos (Ancash, Cusco y Tacna).

Si comparamos estas bajas adhesiones con las elecciones anteriores, encontramos plazas electorales con una representación autodestruida, a lo que se agrega altas tasas de votos blancos/viciados (Ancash 28%; Tumbes 24%; Cusco 23%; Arequipa, Cajamarca y Piura, 22%), y un ausentismo creciente respecto de otros procesos electorales (Huánuco 24%; y Ancash, Cajamarca, Callao y Tumbes, 22%).