viernes, 11 de mayo de 2018

Inmunidad, impunidad y debilidad

https://larepublica.pe/politica/1226066-inmunidad-impunidad-y-debilidad
La República
La mitadmasuno
12 de abril de 2018
Juan De la Puente
Entiendo el propósito del proyecto de ley presentado por la congresista Patricia Donayre para suprimir la inmunidad parlamentaria, y comparto su firmeza en la lucha contra la impunidad de los elegidos por el pueblo, un esfuerzo creciente de los sistemas políticos acosados por el crimen político. Sin embargo, estoy en desacuerdo con la iniciativa presentada. Aquí algunas razones:
Uno. La representación tiene dos momentos, la formación y el ejercicio. Al primero corresponden los derechos y libertades de elegir y ser elegidos y de participación en los asuntos públicos, regulados por la ley. Al segundo corresponde el desempeño de los elegidos y las instituciones que integran, igualmente regulados. En ese orden de ideas, llevamos más de una década postergando la reforma del primer momento, de la formación de la representación, que es la etapa de impunidad legalizada, socavada por voto preferencial, el fichaje de independientes con dinero, el financiamiento ilegal y el desprecio a los militantes de base de los partidos.
Sin reforma radical de esa etapa, que no implique colocar más requisitos, el Congreso seguirá abierto a los indeseables y quizás solo se mejore el proceso de desafuero. En tal sentido, si se trata de formar una voluntad de reforma para cambiar la representación, sería más conveniente utilizar esa posibilidad para expedir normas de rango inferior inclusive, congeladas por las mayorías parlamentarias hace tiempo.
Dos. Nuestro esquema de distribución de poderes, cada vez alejado de la tradición del check and balances, ha migrado a un esquema de debilidad paritaria del Ejecutivo y Congreso, y hacia una colaboración inorgánica. Suprimir la inmunidad parlamentaria debilitaría la función de control, al reducir el marco de autonomía del legislador, considerando que, en la última etapa, este control se ha ampliado hacia áreas no estatales, como lo demuestran las investigaciones parlamentarias desde el año 2001 en cumplimiento del artículo 97º de la Constitución sobre cualquier asunto de “interés público”.
Sin inmunidad, esa forma de control sería compleja, jaqueada por ejemplo por recursos judiciales personalizados en determinados legisladores. Si habría sido el caso, no me imagino que no hubiese tenido respuestas legales penales de los involucrados las conclusiones de la Comisión investigadora sobre los delitos económicos y financieros cometidos entre 1990-2001, suscrita por Javier Diez Canseco (UPD) Walter Alejos (PP) Máximo Mena (PP) Juan Valdivia (APRA) y Kuennen Franceza (PPC).
Tres. Desde la doctrina parlamentaria clásica, la inmunidad no es un derecho personal ni un privilegio individual del legislador, sino una garantía que descansa en el poder del Parlamento como cuerpo colegiado, como lo ha señalado en su momento el Tribunal Constitucional (Exp. Nº. 0026-2006-PI/TC).
Esto no implica que no existan alternativas que eviten el espíritu de cuerpo o el canje de votos por impunidad, apreciado recientemente. Una de las opciones sugeridas es que, en cada legislatura, el Parlamento delegue en un cuerpo externo altamente calificado –como delega la función legislativa- las funciones de la Comisión de Ética y el levantamiento de la inmunidad de sus miembros.

Hoy, como hace 300 años, la clave sigue siendo la independencia del congresista, el elemento constitutivo del Legislativo como cuerpo político, es decir: 1) representación de todo el pueblo; 2) no sujeción a mandato imperativo e inviolabilidad; y 3) elección periódica. En este mismo aspecto, tengo el temor de que los grandes poderes económicos y políticos, cuestionados por su falta de sensibilidad y respeto hacia los pueblos originarios, consumidores, trabajadores u otros sectores con demandas específicas, aprovechen la ventana de oportunidad que les brinda la ausencia de esta prerrogativa, y fomenten la salida del Congreso de los parlamentarios que consideran incómodos a sus intereses. Ahora que ya tenemos una política judicializada que se desenvuelve en carriles con límites cada vez más difusos, seria inconveniente la judicialización del ejercicio parlamentario.

Un gobierno es disputa

https://larepublica.pe/politica/1222310-un-gobierno-en-disputa
La República
La mitadmasuno
6 de abril de 2018
Juan De la Puente
Entre la renuncia de PPK y la designación del primer gabinete del presidente Martin Vizcarra se registran algunos fenómenos que arrojan dos tendencias, la primera de ellas relativizar su condición de gobierno de transición, su principal atributo, lo que impregna a la nueva administración con elementos de continuidad.
La segunda tendencia es la disputa por la orientación del gobierno, con dos escenarios a la vista: se mantiene la perspectiva de un gobierno con una lógica de cambio, plural, amplio y abierto a la sociedad, o se impone una dinámica de sujeción del Ejecutivo al Congreso, un cierre del poder en las alturas, es decir, un pacto post PPK para la estabilidad de una parte del sistema político, sin reformas.
Nada está dicho. En eso reside el corto período que tendrá la pugna por la orientación del gobierno. Esta batalla tiene como vértices al presidente Vizcarra con un poder propio que debe ser cuidado, y al premier Villanueva como un gran operador, sobre todo hacia adentro y hacia el Congreso. En el resto del sistema y en la sociedad, lo que se llama “la calle” u opinión pública activa, operan cuatro grandes fuerzas que han empezado a chocar que presentan vasos comunicantes pero con propósitos diversos: 1) los grandes intereses empresariales que impulsan una alianza entre el Gobierno y el Parlamento en el ámbito económico (por lo que es entendible que algunos ministros resulten incómodos); 2) la coalición antifujimorista que pugna por limitar el peso de Fuerza Popular en el Ejecutivo y abrir el Gobierno hacia abajo; 3) el fujimorismo que pretende forzar una identidad ideológica del gobierno sin que ello implique un cogobierno abierto; y 4) la dinámica de la lucha contra la corrupción que tiene entre manos los grandes casos políticos y que demanda del Gobierno un activo apoyo.
Por esa razón, el pacto post PPK es aparentemente difuso y presenta una imagen extraña cuyo común denominador es que no termina de agradar o desagradar a la mayoría. Y es que el gobierno, hacia adentro, es también un espacio en disputa permeado –imposible que no lo sea- por los movimientos en curso. La mayoría de grupos, especialmente la izquierda, y salvo Fuerza Popular, no sabe si este Gobierno es suyo, amigo o adversario.
Esta pugna se extenderá pocas semanas y tendrá como hito el debate y voto de confianza en el Congreso. Esta batalla se posa sobre un hecho innegable, que el nuevo gobierno tiene una capacidad de maniobra mayor que el anterior y se encuentra en mejores condiciones para reordenar las expectativas –para eso sirven también los diálogos- y trazar una hoja de ruta que exprese los límites y posibilidades de una administración a la que se le ha empezado a pedir de todo.
Entre muchos, el Gobierno enfrenta cinco riesgos de política práctica que si se concretan indicarán que la disputa se ha resuelto en las alturas y en una perspectiva ajena al pluralismo y la reforma. Estos son: Uno, que el diálogo sea solo con los partidos y los políticos. Los 18 meses del gobierno de PPK significaron un déficit de diálogo social. Los pocos momentos se debieron a los conflictos. Es una suerte que en este punto Vizcarra y Villanueva sean portadores de éxitos en el diálogo social. 
Dos, que el Ejecutivo rebaje por iniciativa propia su alto grado de autonomía o que el Congreso lo fuerce a ello, sin considerar que el que se vayan todos está al ladito. Tres, que no se relance el proceso de descentralización y se desaproveche el inmenso activo que implica que el presidente y el premier sean militantes regionalistas.

Cuatro, que se guarde silencio frente a la gran corrupción. La lista de lo que puede hacer el Ejecutivo contra la gran corrupción es larga, empezando por la extradición de Toledo, el impulso de los procesos desde la procuraduría, la transparencia de los conflictos de interés y la negociación de la reparación civil de las empresas investigadas. Y cinco, que como se ha hecho desde el año 2011 se aparquen las reformas políticas, especialmente la reforma electoral, dando la impresión de que el Gobierno ha decidido convivir con la crisis en lugar de enfrentarla.

Que se rayen todos

https://larepublica.pe/politica/1218904-que-se-rayen-todos
La República
La mitadmasuno
30 de marzo de 2018
Juan De la Puente
Deberíamos ser más respetuosos con la expresión colectiva “que se vayan todos”, evitando reacciones desdeñosas, sabihondas y legalistas. Que la mitad de los peruanos, de acuerdo a la última encuesta GFK adopte ese temperamento expresa al mismo tiempo una crítica extrema al sistema y a sus líderes, y una demanda de participación y renovación política.
Esta expresión es una expectativa de la sociedad. No es –todavía- una exigencia militante, y tampoco un dato inmutable que no podrá cambiar en el futuro cercano, hacia arriba o hacia abajo. También es una cifra gruesa, menos provisional de lo que parece, a la que no debe responderse con argumentos exclusivamente legales.
La expresión va más allá de la brecha entre la élite gobernante y la sociedad. Revela otras sensaciones como “no me representas” o “quiero otro poder”, que por ahora no tienen más identidades. Es cierto también que, siendo un llamado desde la decepción, sus efectos podrían precarizar más la política, fortalecer la antipolítica y el autoritarismo.
A pesar de todos los riesgos posibles, es uno de los datos más importantes de esta etapa. Su comprensión pasa por separarlo en dimensiones que ayuden a las respuestas. Por un lado, se encuentra la consigna “que se vayan todos” y por el otro la propuesta del adelanto de elecciones. El hecho de que no se pueda concretar lo segundo debido a su complejidad constitucional, no significa que lo primero no sea un fenómeno crucial.
Sería injusto no anotar que nuestro que se vaya todos es por ahora una opción pasiva de la sociedad. Al respecto, no es la primera vez que el Perú atraviesa una crisis profunda sin gente en la calle, pero en este caso lo inédito no es la deserción masiva de la ciudadanía del debate público sino su falta de identidad con algunas de las partes en pugna. La sociedad peruana de hoy no protagoniza el ensayo sobre la lucidez de Saramago, pero sí un potente ensayo sobre la indiferencia.
Extraña la falta de respuestas. De hecho, no puede ser una salida el cambio de las personas, así sea la del presidente de la República. Como ha sucedido en otras experiencias la ausencia de lo más visible –un programa de cambios- es la clave de la misma crisis. El que se vayan todos sin cambios equivale a que no se vayan realmente todos, y solo a “que se rayen todos” por un momento de la historia, lo más cómodo para los demagogos y populistas.
El liderazgo nacional no tiene un programa frente a esta percepción y es probable que el sistema, siendo fuerte, como lo ha demostrado la reciente sucesión constitucional, no pueda responder a un desafío de esta magnitud. La idea que al final del gobierno de Humala parecía peregrina, de que el país había cerrado un largo ciclo, el del posfujimorismo, resulta acertada con sus implicancias históricas. La más compleja de asimilar quizás sea que este fin de ciclo implique el fin de otros procesos menos institucionales.
El que se vayan todos sigue la línea de los Latinobarómetros, por lo menos desde el año 2011, que ponen sobre la mesa no solo la distancia hacia los políticos e instituciones sino a la política como tal y a la capacidad transformadora del Estado.
Nuestra democracia desde los años 80 implicó un consenso liberal que el fujimorismo no pudo suprimir y que se extendió a la etapa posterior a Fujimori. Ese consenso ha terminado; nuestro sistema tiene los atributos de una democracia sin consenso y no solo una democracia sin partidos o con débiles instituciones. Esta pérdida de consenso político es más profunda en la medida que se suma a la pérdida del consenso alrededor del crecimiento económico, que no implica necesariamente una recusación colectiva del núcleo del modelo neoliberal.

Para profundizar el debate quizás convenga un conjunto de preguntas, como si se van todos quién viene, qué pasa si es no se van todos, o si se van todos yo ciudadano también me voy. Habría que recordar que, en Argentina, cuando terminaba la era Kichner y más aún cuando advino Macri, el sentido común era que no solo no se fueron todos, sino que “volvieron todos”.