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sábado, 16 de diciembre de 2017

Defensa del presidencialismo

La República
La mitadmasuno
10 de noviembre de 2017
Juan De la Puente
América Latina es presidencialista. Si nos atenemos a los profesores Linz y Sartori, los países de esta región cumplen con los requisitos del sistema presidencial: 1) el presidente es el jefe de Estado y de Gobierno; 2) es elegido mediante el voto ciudadano y no por el Congreso; 3) tiene un período de gobierno conocido; 4) designa al gabinete; 4) el Congreso no puede destituirlo o tiene severas limitaciones para hacerlo.
La evolución de dos siglos ha terminado diseñando varios modelos, desde el presidencialismo puro hasta el moderado, aquél que introduce algunas formas básicas del parlamentarismo, que es nuestro caso. También habría que ser justos que casi todas las reformas del sistema de poderes en los últimos años han sido para fortalecer el papel del Congreso frente al Ejecutivo, aunque sobre la base de una mayor cooperación, a excepción de la reforma venezolana.
En ese contexto, el presidencialismo peruano, acaso el más moderado de la región, al borde del sistema mixto (voto de confianza, interpelación, censura, vacancia y débil bloque de leyes por parte del presidente), sufre en estos meses un duro embate parlamentario. No es el primero. Desde el año 2001, el Perú tuvo presidencias crecientemente precarias, una debilidad que sin embargo se relaciona más con el incumplimiento de ofertas electorales que con la mala vecindad con el Congreso.
Aun así, el Parlamento ha desplegado una ofensiva sin precedentes que en 16 años ha llevado a decenas de interpelaciones, varios retiros de ministros al borde de la censura, la salida de dos gabinetes por votación parlamentaria (Jara y Zavala), y dos gabinetes con investidura agónica luego de votaciones en ámbar que bien podrían ser consideradas de negación de confianza (Jara y Cornejo).
La presidencia peruana está en crisis. Desde el año pasado, esta crisis no se origina en el multipartidismo, es decir, la combinación entre la fragmentación y una presidencia minoritaria frente al Congreso, sino en un bipartidismo desigual entre una mayoría absoluta parlamentaria frente a un Ejecutivo disminuido social y políticamente.
En el último episodio, la comparecencia del presidente de la República a una comisión parlamentaria, se advierte el propósito de sujetar al Congreso a quien ejerce la jefatura del Estado y del Gobierno. El informe de la Comisión de Constitución sobre este punto es un peligroso precedente de ataque al presidente, ignorando la Constitución, al señalar que el Congreso puede investigar al presidente por casos distintos a los señalados en el texto fundamental; que el presidente está obligado a comparecer ante el Congreso despojado de su condición inviolable señalada en la Constitución; que el Congreso puede establecer de modo simple la comisión de infracciones constitucionales por parte del presidente; y que, por lo tanto, la vacancia presidencial es una figura ordinaria del sistema político.
Es probable que la presidencia no sea la mejor de las instituciones peruanas y que su ejercicio a lo largo de la historia haya dejado mucho que desear. A pesar de ello, es la institución más sólida de la república luego de la cual, si se debilitara profundamente o si quedara cautiva a merced del Congreso como se intuye por los últimos movimientos del Legislativo, quedan el desorden y la disgregación. No se necesita precisar ahora por falta de espacio el desenlace que tuvieron las etapas de las presidencias peruanas debilitadas en extremo y sometidas al Congreso.

En un periodo en que, a pesar de las proclamas, el Legislativo no es el primer poder del Estado, el país no solo necesita el equilibrio de poderes, sino que este equilibrio sea sano y que se encuentre acompañado de la cooperación de los poderes. Nuestro sistema, como el de la mayoría de presidencialismos de la región, no está diseñado para una confrontación extrema sino para la tensión y colaboración razonables, porque el exceso de confrontación erosiona finalmente a todos, incluidos los dos adversarios. Esta es la presidencia que tenemos y debe ser defendida. Su defensa lo es del sistema, incluso de quienes ahora la atacan.

viernes, 27 de octubre de 2017

La izquierda y la linea propia

http://larepublica.pe/politica/1101410-la-izquierda-y-la-linea-propia
La República
La mitadmasuno
22 de setiembre de 2017
Juan De la Puente
Un problema de la izquierda desde la segunda vuelta electoral fue que gran parte de sus activistas creían que el gobierno de PPK era suyo, y que el mismo PPK también lo era. No eran los únicos; sucedía lo mismo con los liberales y la amplia facción antifujimorista de la sociedad.
Esta identidad llegó al punto de criticar la actuación de la misma izquierda en otros sectores, como Salud y Educación, que cuestionaban la falta de eficiencia de esos ministerios, o de negarse a discrepar de la actuación censora del ministro de Cultura de exposición Resistencia visual 1992 en el Lugar de la Memoria (LUM), solo porque lo pidió un congresista de Fuerza Popular. Pequeño o grande, el pueblo izquierdista fue un actor decisivo de las dos lunas de miel de las que gozó el Gobierno.
Parece que esto se acabó. La decisión del Frente Amplio y de Nuevo Perú de rehusarse a otorgar el voto de confianza al gabinete Zavala abre una etapa nueva, de afirmación de una línea propia de la izquierda.
Desde su fundación, la izquierda persistió en un curso propio, incluso cuando en los años treinta y cincuenta fue objeto de exclusión del sistema político por las dictaduras de Sánchez Cerro, Benavides y Odría. Sus pocos pactos externos, con el Apra (1945) y Fujimori (1990), fueron efímeros, y de esa tradición solo cabe una excepción, la colaboración abierta y poco crítica del PC con el gobierno de Velasco (1968-75).
Aunque todavía se registran cuestionamientos a la votación del Frente Amplio y de Nuevo Perú sobre la cuestión de confianza, ya es evidente que la izquierda se opondrá al mismo tiempo al Gobierno y al fujimorismo. Con ello acaba el escenario hegemonizado por estas dos fuerzas y se abre la posibilidad de recuperar una plataforma plural y con más opciones en liza, y superar el bipartidismo imperfecto que amenaza nuestro sistema, de por sí ya carente de partidos que reflejen el arco de intereses y posiciones.
La clave del juego propio reside en los intereses. Pretender que los grupos que levantaron programas distintos a PPK y Fuerza Popular en la campaña electoral los abandonen para alinearse en una polarización que exhibe brechas visibles en lo económico, político e institucional, equivale a obligarlos a dejar esos programas y los intereses que representan, una renuncia a los compromisos asumidos, igual que los gobiernos que dejan en el camino sus promesas.
Estas brechas son significativas; han sido construidas por el gobierno y Fuerza Popular con el siguiente esquema: 1) el centro de la oposición de Fuerza Popular se encuentra en lo político, con marcado acento en el debilitamiento del Gobierno; 2) al costado y en paralelo, Fuerza Popular colabora en lo económico; y 3) en lo institucional, se cruzan pocas líneas de confrontación y de cooperación, y más de abstención de ambos, patente esencialmente en la omisión de las grandes reformas.
La línea propia es, primero, un desafío interno para la izquierda. Es viable a condición de que se levanten estrategias propias de acumulación y recuperación de la representación social. Implica poner un pie en la sociedad. Allí el agua está fría, la calle está dura, dura de dureza y de severidad. La reciente encuesta de Ipsos indica que el 58% de peruanos no estaba enterado de la presentación de la cuestión de confianza, que el 53% desaprobaba que el pedido fuese presentado, y que la relación entre el voto a favor o en contra de la confianza estaba muy parejo, 50% por el sí y 46% por el no.

Una línea propia no le impedirá a la izquierda participar en las iniciativas de diálogo político convocado por el Gobierno o respaldar elementos cruciales de la política social actualmente en curso. Tampoco necesitará jubilar su antifujimorismo, sino hacerlo también desde abajo, y pactar en el Congreso la aprobación de leyes e iniciativas de control político, bajo el criterio que el voto ciudadano le ha conferido a Fuerza Popular la condición de opositor al Gobierno, en tanto que a los otros grupos que participaron en las elecciones una doble condición opositora, al Gobierno y al Congreso.

miércoles, 6 de septiembre de 2017

Baja baja PPK (I) y (II)

La mitadmasuno
1 de setiembre de 2017
Juan De la Puente

La historia se repite. Ese es uno
de los errores de la historia.
Charles Darwin 
Prefiero analizar la política peruana actual como una sucesión de microciclos de tensión seguida por otra de cooperación, y no como una línea ascendente y ardiente de cara al abismo. El error de la agregación simple de hechos, frecuente en los análisis planos, conduce a predicciones rupturistas que fracasaron respecto de los tres últimos gobiernos. 
El deporte nacional de pronosticar caídas tiene sus reglas; las más importantes dicen: 1) que todo gobierno que se debilita, cae irremediablemente; 2) que los gobiernos se debilitan por errores del manejo cotidiano; 3) que la receta para que aumente la aprobación presidencial es cambiar de ministros; y 4) que para enfrentar las crisis, los gobiernos deben “hacer política”, una pócima que con solo tomarla, arregla las cosas.
Nada de esto funcionó en los casos de Toledo, García y Humala, pero la receta se repite a propósito de la caída de 13 puntos de la aprobación de PPK en la reciente encuesta de GfK. La popularidad descendente de los gobernantes es un problema estructural de nuestra democracia post Fujimori. Nuestro sistema opera con presidencias precarias frente a la sociedad, más que ante los otros poderes.
Específicamente, esta debilidad no está condicionada por la posición del Ejecutivo frente al Parlamento. Por esa razón, las mayorías parlamentarias que se fabricaron los gobiernos en 13 años del período 2001-2016, no mejoraron la percepción de los ciudadanos. La crisis de PPK es también la de nuestro presidencialismo sin reformas.
La desaprobación presidencial a la peruana está cocinada con varios insumos y entre ellos se incluyen los errores del día a día, qué duda cabe. Pero olvidamos con frecuencia que los ciudadanos no abordan la política como los medios, es decir, con intensidad y tenacidad (basta apreciar el bajo porcentaje de encuestados que declaran estar informados de hechos que los medios abordan todos los días), sino a través de expectativas, claramente jerarquizadas en función de sus intereses. De hecho, las angustias coyunturales de los medios y políticos, que viven febrilmente el corto plazo, son mediatizadas por la sociedad que mantiene convicciones más estables y generalizadas. Cinco puntos menos en la aprobación de un político les angustia menos, obviamente porque las masas no juegan necesariamente y todo el tiempo en el corto plazo político.
La secuencia lógica de la elite opinante que asegura que a menos aprobación presidencial es más cercana la caída del gobierno, carece de evidencia en los últimos 15 años. Aún más, las caídas de cuatro gobiernos entre 1962 y 1992 fueron por golpes de Estado (y un autogolpe) que no tuvieron relación directa con las aprobaciones presidenciales Y, al revés, tuvimos dos presidentes que recientemente gobernaron con el agua al cuello (Toledo y Humala) sin que el sistema se descosiese, ya no que se rompiese.
Siempre puede haber una primera vez; en tanto, una mirada regional indica que en la última década el abandono de presidentes del poder se debió a otras razones, como golpe de Estado tradicional (Honduras, 2009), renuncia por presión de la calle (Guatemala, 2015), o golpes “constitucionales” avezados contra gobiernos que no eran débiles en aprobación ciudadana (Paraguay, 2012; y Brasil, 2016).
Los porcentajes de PPK no desmienten su debilidad, pero resulta que no es el único dato de la realidad; al costado de las cifras presidenciales se encuentran siempre otros hallazgos sobre la debilidad del Congreso y las convicciones democráticas de los peruanos que también forman parte de nuestra gobernabilidad, estable pero conocida, y que expone un fenómeno: el sistema más fuerte de lo que pensamos y queremos. 

Lo dicho no significa que PPK tenga una presidencia 100% asegurada y que no necesite procesar cambios y desarrollar alianzas y acuerdos. Pero creo que el problema del país no es el cambio de presidente sino es el cambio; cierto que son los hombres, pero no solo sus errores personales, sino sus orientaciones.

http://larepublica.pe/politica/1094514-baja-baja-ppk-ii
La República
La mitadmasuno
8 de setiembre 2017
Juan De la Puente
Respecto al gobierno actual se insiste en algunos ángulos planos de análisis rupturistas que aprecian un escenario que prescinde del consenso a palos que amarra a los poderes y los obligan a microciclos de tensión y cooperación. El esquema de “caída inminente” tiene algunas reglas: 1) que todo gobierno que se debilita, cae irremediablemente; 2) que los gobiernos se debilitan por errores del manejo cotidiano; 3) que la receta para que aumente la aprobación presidencial es cambiar de ministros; y 4) que, para enfrentar las crisis, los gobiernos deben “hacer política”.
Una parte de la desaprobación de los gobiernos pos Fujimori está hecha de errores en el manejo cotidiano de lo público, ese conjunto de desaciertos que desnudan incoherencias dentro de los gobiernos, reacciones tardías, disidencias y la gestión deficiente de conflictos. Otra parte se debe a la acción de las fuerzas opositoras que cumplen su papel con los límites que el sistema tolera y manda, es decir, sin violar el pacto republicano de la competencia legítima.
La parte acaso más importante es la desaprobación de políticas y de las grandes realizaciones, que se traduce en la falta de ideas fuerza y la ausencia de liderazgo público. El presidencialismo peruano que debió ser reformado luego de la caída de Fujimori, no es el mismo que gobernó entre 1980-90. Fue herido gravemente por la antipolítica, el unicameralismo, el voto preferencial y el sacrificio de la política en el altar de la economía.
¿Se acuerdan del primer mandamiento que rezaba: que los políticos no se metan con la economía, y que mientras tengamos una buena economía, ¿qué importa la mala política? Era el argumento final del piloto automático.
Los valores que hacen un buen gobierno se fueron acumulando en las encuestas en el rubro “por qué desaprueba al gobierno”. Las respuestas eran y son: porque no cumple sus promesas, no combate la corrupción, no lucha contra la delincuencia, y no trabaja para los más pobres, entre otros. Ninguna respuesta hace alusión a las técnicas de manejo cotidiano del poder que tanto encandilan a ciertos estrategas.
Cuando se registran aumentos abruptos de aprobación al gobierno por algún hecho fortuito, estos tienen una cortísima duración porque la luna de miel no es aprovechada para un posicionamiento estratégico. Al mismo tiempo, los políticos que han gobernado en clave de reformas y de largo plazo, están entre los más reconocidos como exitosos.
No conocen a las masas quienes creen que están presas de la coyuntura y se deslumbran con poco. En la encuesta de GfK de julio, a la pregunta sobre qué temas debería abordar PPK en su mensaje de 28 de julio, la mayoría contestó: lucha contra la delincuencia, lucha contra la pobreza, reforma educativa, reformas en salud, lucha anticorrupción, sueldos y salarios, crecimiento económico, y programas sociales.
Ante esta mayoría social que pide cambios, la elite que hace y que opina se atrinchera en el corto plazo. Por ejemplo, he leído poco sobre la exigencia a los 6 grupos que participaron en las elecciones de que cumplan sus promesas electorales en el lugar donde los puso el voto ciudadano. En cambio, la política se llena de ideas, proyectos, leyes y programas que son formulados prescindiendo de un asunto clave en un régimen democrático: que hubo elecciones y compromisos asumidos de cara al país.

La furia del corto plazo les quita oxígeno al gobierno y a la oposición, y produce locuras en ambos lados, la última de ellas, por ejemplo, la resistencia a autorizar el viaje del presidente a la ONU y a ver al Papa. Esa furia loca que cubre lo público y coloniza los medios y la mayoría de análisis, está vacía, tiene política pequeña –micropolítica–, gestos idiotas que se quiere pasar por “política” y un enorme potencial destructivo de las opciones en mediano plazo, aún en la hipótesis de que los jugadores del corto plazo loco y furioso triunfen electoralmente.