La República
La mitadmasuno
10 de noviembre de 2017
Juan De la Puente
América Latina es presidencialista. Si nos
atenemos a los profesores Linz y Sartori, los países de esta región cumplen con
los requisitos del sistema presidencial: 1) el presidente es el jefe de Estado
y de Gobierno; 2) es elegido mediante el voto ciudadano y no por el Congreso;
3) tiene un período de gobierno conocido; 4) designa al gabinete; 4) el
Congreso no puede destituirlo o tiene severas limitaciones para hacerlo.
La evolución de dos siglos ha terminado diseñando
varios modelos, desde el presidencialismo puro hasta el moderado, aquél que
introduce algunas formas básicas del parlamentarismo, que es nuestro caso.
También habría que ser justos que casi todas las reformas del sistema de
poderes en los últimos años han sido para fortalecer el papel del Congreso
frente al Ejecutivo, aunque sobre la base de una mayor cooperación, a excepción
de la reforma venezolana.
En ese contexto, el presidencialismo peruano,
acaso el más moderado de la región, al borde del sistema mixto (voto de
confianza, interpelación, censura, vacancia y débil bloque de leyes por parte
del presidente), sufre en estos meses un duro embate parlamentario. No es el
primero. Desde el año 2001, el Perú tuvo presidencias crecientemente precarias,
una debilidad que sin embargo se relaciona más con el incumplimiento de ofertas
electorales que con la mala vecindad con el Congreso.
Aun así, el Parlamento ha desplegado una ofensiva
sin precedentes que en 16 años ha llevado a decenas de interpelaciones, varios
retiros de ministros al borde de la censura, la salida de dos gabinetes por
votación parlamentaria (Jara y Zavala), y dos gabinetes con investidura agónica
luego de votaciones en ámbar que bien podrían ser consideradas de negación de
confianza (Jara y Cornejo).
La presidencia peruana está en crisis. Desde el
año pasado, esta crisis no se origina en el multipartidismo, es decir, la
combinación entre la fragmentación y una presidencia minoritaria frente al
Congreso, sino en un bipartidismo desigual entre una mayoría absoluta
parlamentaria frente a un Ejecutivo disminuido social y políticamente.
En el último episodio, la comparecencia del
presidente de la República a una comisión parlamentaria, se advierte el
propósito de sujetar al Congreso a quien ejerce la jefatura del Estado y del
Gobierno. El informe de la Comisión de Constitución sobre este punto es un
peligroso precedente de ataque al presidente, ignorando la Constitución, al
señalar que el Congreso puede investigar al presidente por casos distintos a
los señalados en el texto fundamental; que el presidente está obligado a
comparecer ante el Congreso despojado de su condición inviolable señalada en la
Constitución; que el Congreso puede establecer de modo simple la comisión de
infracciones constitucionales por parte del presidente; y que, por lo tanto, la
vacancia presidencial es una figura ordinaria del sistema político.
Es probable que la presidencia no sea la mejor de
las instituciones peruanas y que su ejercicio a lo largo de la historia haya
dejado mucho que desear. A pesar de ello, es la institución más sólida de la
república luego de la cual, si se debilitara profundamente o si quedara cautiva
a merced del Congreso como se intuye por los últimos movimientos del
Legislativo, quedan el desorden y la disgregación. No se necesita precisar
ahora por falta de espacio el desenlace que tuvieron las etapas de las
presidencias peruanas debilitadas en extremo y sometidas al Congreso.
En un periodo en que, a pesar de las proclamas,
el Legislativo no es el primer poder del Estado, el país no solo necesita el
equilibrio de poderes, sino que este equilibrio sea sano y que se encuentre
acompañado de la cooperación de los poderes. Nuestro sistema, como el de la
mayoría de presidencialismos de la región, no está diseñado para una
confrontación extrema sino para la tensión y colaboración razonables, porque el
exceso de confrontación erosiona finalmente a todos, incluidos los dos
adversarios. Esta es la presidencia que tenemos y debe ser defendida. Su
defensa lo es del sistema, incluso de quienes ahora la atacan.