La República
La mitadmasuno
22 de setiembre de 2017
Juan De la Puente
Un problema de la izquierda desde la segunda
vuelta electoral fue que gran parte de sus activistas creían que el gobierno de
PPK era suyo, y que el mismo PPK también lo era. No eran los únicos; sucedía lo
mismo con los liberales y la amplia facción antifujimorista de la sociedad.
Esta identidad llegó al punto de criticar la actuación
de la misma izquierda en otros sectores, como Salud y Educación, que
cuestionaban la falta de eficiencia de esos ministerios, o de negarse a
discrepar de la actuación censora del ministro de Cultura de exposición
Resistencia visual 1992 en el Lugar de la Memoria (LUM), solo porque lo pidió
un congresista de Fuerza Popular. Pequeño o grande, el pueblo izquierdista fue
un actor decisivo de las dos lunas de miel de las que gozó el Gobierno.
Parece que esto se acabó. La decisión del Frente
Amplio y de Nuevo Perú de rehusarse a otorgar el voto de confianza al gabinete
Zavala abre una etapa nueva, de afirmación de una línea propia de la izquierda.
Desde su fundación, la izquierda persistió en un
curso propio, incluso cuando en los años treinta y cincuenta fue objeto de
exclusión del sistema político por las dictaduras de Sánchez Cerro, Benavides y
Odría. Sus pocos pactos externos, con el Apra (1945) y Fujimori (1990), fueron
efímeros, y de esa tradición solo cabe una excepción, la colaboración abierta y
poco crítica del PC con el gobierno de Velasco (1968-75).
Aunque todavía se registran cuestionamientos a la
votación del Frente Amplio y de Nuevo Perú sobre la cuestión de confianza, ya
es evidente que la izquierda se opondrá al mismo tiempo al Gobierno y al
fujimorismo. Con ello acaba el escenario hegemonizado por estas dos fuerzas y
se abre la posibilidad de recuperar una plataforma plural y con más opciones en
liza, y superar el bipartidismo imperfecto que amenaza nuestro sistema, de por
sí ya carente de partidos que reflejen el arco de intereses y posiciones.
La clave del juego propio reside en los
intereses. Pretender que los grupos que levantaron programas distintos a PPK y
Fuerza Popular en la campaña electoral los abandonen para alinearse en una
polarización que exhibe brechas visibles en lo económico, político e
institucional, equivale a obligarlos a dejar esos programas y los intereses que
representan, una renuncia a los compromisos asumidos, igual que los gobiernos
que dejan en el camino sus promesas.
Estas brechas son significativas; han sido
construidas por el gobierno y Fuerza Popular con el siguiente esquema: 1) el
centro de la oposición de Fuerza Popular se encuentra en lo político, con
marcado acento en el debilitamiento del Gobierno; 2) al costado y en paralelo,
Fuerza Popular colabora en lo económico; y 3) en lo institucional, se cruzan
pocas líneas de confrontación y de cooperación, y más de abstención de ambos,
patente esencialmente en la omisión de las grandes reformas.
La línea propia es, primero, un desafío interno
para la izquierda. Es viable a condición de que se levanten estrategias propias
de acumulación y recuperación de la representación social. Implica poner un pie
en la sociedad. Allí el agua está fría, la calle está dura, dura de dureza y de
severidad. La reciente encuesta de Ipsos indica que el 58% de peruanos no
estaba enterado de la presentación de la cuestión de confianza, que el 53%
desaprobaba que el pedido fuese presentado, y que la relación entre el voto a
favor o en contra de la confianza estaba muy parejo, 50% por el sí y 46% por el
no.
Una línea propia no le impedirá a la izquierda
participar en las iniciativas de diálogo político convocado por el Gobierno o
respaldar elementos cruciales de la política social actualmente en curso.
Tampoco necesitará jubilar su antifujimorismo, sino hacerlo también desde
abajo, y pactar en el Congreso la aprobación de leyes e iniciativas de control
político, bajo el criterio que el voto ciudadano le ha conferido a Fuerza
Popular la condición de opositor al Gobierno, en tanto que a los otros grupos
que participaron en las elecciones una doble condición opositora, al Gobierno y
al Congreso.