La
República
La
mitadmasuno
5 de
julio de 2019
Por Juan De la Puente
Los datos sobre el crecimiento y la evolución de
algunos sectores devuelven la economía a la centralidad, en una importancia que
quizás no tuvo desde el bajón de hace 10 años. En la agenda se encuentra la
necesidad de la reactivación en
un registro distinto al de los últimos años: es indesligable del proceso
político, especialmente de las reformas que se impulsan con timidez, en un
contexto de debilidad de los actores de la política económica. También en este
aspecto de la agenda pública la posibilidad del cambio está trabada. El Gobierno ha llegado a una frontera en
el manejo de la economía. No es solo el déficit en la ejecución de la inversión
pública. Es al mismo tiempo dirección, liderazgo, eficacia y vocería, y una
larga lista de limitaciones, inicialmente auto impuestas como omisiones, que
han mutado a falta de iniciativa y sensibilidad.
Es cierto que el Gobierno aún se ve beneficiado del
link que ha logrado entre corrupción y reforma, y a ello se debe la
recuperación de la aprobación
presidencial, aunque se abre paso con alguna lentitud, pero sin pausa,
otro link entre malos resultados económicos y gobierno.
La tendencia es a la apertura de un frente
extraparlamentario en la batalla por el buen gobierno, y es la CONFIEP la que ha tomado
la iniciativa de la presión por el cambio. Ha logrado organizar un memorándum
en el que sobresalen principalmente demandas, y menos una propuesta de
programa. En eso reside su primera restricción, en que carece de una visión de
país y por ello no ha podido engarzarse con otros sectores de la economía y la
sociedad.
A pesar de ello, de cara a su mensaje a la Nación del
28 de julio, el presidente Vizcarra
se encuentra presionado para cerrar la brecha que se abre entre el reconocido
liderazgo entre las reformas de la política y la justicia, y las malas noticias
en la economía. De cómo se encare esta brecha dependerá el sentido de su
legado. A dos años del término de su mandato, ese legado no se ha cerrado.
La coyuntura crítica peruana está cambiando; la agenda
pública se complejiza y se hará más densa cuanto más cerca se encuentre el año
2021. El primer tiempo de este partido fue el ciclo reforma/anticorrupción, y
no hay manera de que el segundo no sea reforma/anticorrupción/crecimiento.
Solo que este segundo tiempo es extremadamente
desafiante, porque implica promover un nuevo consenso económico –el que tuvimos
se acabó en el gobierno de Humala- que ya no puede ser el consenso noventero
que trasluce el memorándum de la Confiep
(please, leer los informes de la OCDE para el Perú). Es cierto que el Perú no
puede renunciar al crecimiento, y esa es la primera letra de la agenda
económica, y que precisa de más inversión, pero también de más demanda,
innovación tecnológica, productividad, diversificación productiva, servicios,
regulación, derechos y transparencia público-privada.
El país reclama una nueva hoja de ruta económica para
recuperar la confianza y un crecimiento estable, más alto que el promedio de
los últimos años. Este horizonte necesita un nuevo contrato entre política
económica y política social. En un cuadro de debilidades múltiples, es lo
primero que hay que destrabar.
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