La
República
29 de
julio de 2019
Por Juan De la Puente
A quienes creíamos que la rebelión había terminado, el
presidente Vizcarra nos ha respondido y desmentido. En un acto intrépido y
generoso respecto a sus prerrogativas en el ejercicio de su cargo, ha hecho
girar la escena de las reformas anémicas que debilitaban el cambio,
transformándola en un rapto terminal. De cómo acabe su apuesta de adelanto de
elecciones depende la etapa que se verá afectada, si el ciclo iniciado con la
victoria de PPK el año 2016 –un conflicto sostenido de poderes- o el largo
periodo que empezó con la caída del gobierno de Fujimori, hace 19 años, de
democracia de baja intensidad, de crecimiento económico sin partidos y sin
programa político.
Lo más importante de su anuncio es la embestida al
sistema que se negaba a cambiar y que se había mostrado impasible y fuerte con
los movimientos telúricos sucedidos entre el 2017-2019, soportando una sucesión
constitucional, un referéndum, tres cuestiones de confianza y la liquidación
del CNM. Por lo mismo, el proceso que se inicia tiene una disyuntiva: si deriva
en una recomposición tradicional del poder en las condiciones que hemos
conocido; o si desemboca en una reforma más profunda de las instituciones,
liderazgos y de nuevas reglas del sistema.
En la nueva escena, como sucede con las crisis que
evolucionan en saltos sucesivos, el pasado ya importa poco, aunque enseña. El
fujimorismo y sus aliados se preguntarán por qué no pactaron con Vizcarra
reformas mínimas para llegar a la orilla del año 2021 en mejores condiciones, y
el presidente se preguntará por qué no disolvió el Congreso en las dos
cuestiones de confianza anteriores.
La guerra entre el Gobierno y el Congreso se hará
violenta en las siguientes semanas y será resuelta de conformidad con la fuerza
de poderes sociales y/o extralegales. Ambos bloques serán demandados para
forjar alianzas a todo nivel, aunque el presidente tiene por ahora –solo por
unos pocos días- la posibilidad de reconstruir con éxito la coalición
vizcarrista que se había diluido en los últimos meses. El Congreso no es manco,
aislado de la sociedad, tiene para la explotar la narrativa de la economía y
una relación sensible con los gremios empresariales que podrían agitarse ante
el largo interregno que se abre.
El adelanto de elecciones acelera el desenlace del
proceso político y acaso cambia la hoja de ruta a una crisis que parecía
embalsarse de cara al 2021, sin aparentes salidas racionales. Planteado el
itinerario, es probable que la discusión central de los próximos meses –además
de las formas para llegar al adelanto electoral- sea sobre la renovación de las
instituciones, facilitando la irrupción de líderes y programas centristas y
convocantes. El adelanto electoral podría evitarle al Perú la emergencia de un
extremismo de derecha o izquierda.
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