http://larepublica.pe/politica/1107025-derechas-tecnocracia-y-proyecto-politico-i
Derechas, tecnocracia y proyecto político (I)
La
República
La
mitadmasuno
6 de
octubre de 2017
Juan De la Puente
Se hace bronco el debate sobre si
gobierna la derecha o la izquierda, o si hay más tecnocracia o política en el
gobierno actual. La primera discusión es planteada por columnistas
empresariales que no reconocen a PPK como suyo, y el segundo propuesto por
liberales interesados en recuperar la política, acusados curiosamente de
socialistas.
La disyuntiva tecnocracia/política
es parte del debate de la reforma institucional; a ella me referiré luego,
adelantando que la segunda le debe mucho a la primera. Por ahora, no imitaré a
los columnistas que creen que hay una sola izquierda, y que toda ella es
chavista. En cambio, creo que entre varios cortes y fracturas se aprecia por lo
menos dos grandes grupos en la derecha, una empresarial en búsqueda de un
proyecto político, y la otra, una derecha partidista-social, intensamente
conservadora, sectaria y audaz, con una estrategia en curso para unificar
discursos y copar espacios.
El debate de las opciones políticas
empresariales no puede encararse desde la negación de sus intereses y el
ejercicio fáctico del poder. El rasgo de fondo de este sector es su crisis de
identidad que lo ha llevado a no sentirse satisfecho con PPK y el fujimorismo.
Irredenta, se ha visto sacudido por el fin del consenso económico garantizado
por el crecimiento, y el estallido de la esfera política de nuestro
neoliberalismo.
Este sector cree que el sistema
necesita cambios, esencialmente la mejora la competitividad, la formalidad y la
productividad y procesa un acercamiento saludable a la reforma política y la
búsqueda de un proyecto político.
No es sin embargo homogéneo, y
cobija segmentos con discursos políticos fuertes y exitosos: los pesqueros,
exportadores, constructores e industriales. La idea de hacer grande el Perú
desde el mar, la pesca y el consumo de pescado podría parecer simple, pero es
eficaz, imbatible y movilizadora, como demuestra el reconocido despliegue de
ese sector en el reciente Niño Costero. Luego, la alta legitimidad social de
los tratados de libre comercio, incluso los más polémicos, hace viable la
apertura de mercados como parte ineludible de nuestro desarrollo. Y no se diga
del proyecto constructor que propugna el desarrollo como equivalente de obra
física y extensión de servicios a los pobres, que ha permeado la política; o
del discurso político nacionalista de la industria, el más reconocido
socialmente, que llevó hace 20 años a la Sociedad Nacional de Industria (SIN) a
salir de la CONFIEP.
El resto carece de discurso eficaz.
De estas ausencias, la que más llama la atención es la del sector minero, el
más fuerte en volumen e incidencia. Desde hace 15 años se bate a la defensiva,
con un discurso de batalla, con pocos aliados y muchos errores. Podría decirse
que esta ausencia de discurso es el resultado histórico del extractivismo puro
y duro jaqueado por cientos de conflictos sociales; pero, es más, es la falta
de una opción integradora y nacional a pesar de la presencia de enclaves
extractivos que operan en códigos modernos en varias partes del país.
En esos enclaves (ver las tesis de
José de Echave sobre conflictos de convivencia) el eje del cambio hacia un
discurso moderno de la empresa son los derechos. No es nuevo; en países
emergentes o de renta media con brechas sociales significativas, los derechos y
esencialmente la universalización de estos son la base del Estado de Bienestar
(suena así la promesa de la OCDE ¿no?) en auge desde la primera mitad del siglo
XX.
Esta relación entre empresa y
derechos no pasa exclusivamente por la Responsabilidad Social Empresarial
(RSE); es la política en estado sólido, una necesidad extrañamente rechazada
por tendencias radicales de derecha o izquierda. Por ejemplo, una frase del
Defensor del Pueblo sobre que sin crecimiento económico los DDHH no son reales
para todos, fue duramente criticada como si los derechos, especialmente los de
segunda generación, no están condicionados a políticas públicas financiadas
exitosamente, y no declarativas.
http://larepublica.pe/politica/1109639-derechas-tecnocracia-y-proyecto-politico-ii
Derechas, tecnocracia y proyecto político (II)
La
República
La
mitadmasuno
13
de octubre de 2017
Juan De la Puente
El debate sobre si gobierna
la derecha o la izquierda, o si hay más tecnocracia o política en el actual
gobierno es respondida por la derecha negando que este gobierno sea suyo y por
una crítica mayoritaria a los técnicos. Como a los partidos en los años 90,
está de moda tirarle tomates a la tecnocracia.
El balance de su rol en los
últimos 26 años es complejo, pero una conclusión realista es que la política le
debe a la tecnocracia más que esta a aquella. Es cierto que parte del balance
es la feroz estabilización (1990-1994), la aplicación del modelo neoliberal sin
derechos (1992-1995) y el silencio cómplice y en algunos casos la participación
en el esquema de la corrupción (1990-2000).
No obstante, también es
parte de su legado la formulación de diseños públicos de primera y segunda
generación; la creación de una política social especializada en el delivery que
trasciende de la focalización a la universalización; y la democratización de
los proyectos para la gestión de territorios, la descentralización, la
expansión de la infraestructura hasta en los distritos y comunidades más
lejanas. Que alguien sensato sostenga que en el crecimiento ininterrumpido del
período 2001-2016 no hubo un claro protagonismo tecnocrático.
La tecnocracia como imagen
de lo limeño es un error de perspectiva, una falla centralista del teodolito
que analiza lo público. Las regiones y municipios están poblados de miles de
tecnócratas que sostienen hoy mismo la descentralización a pesar del colapso de
las elites regionales. En más de un departamento o provincia, ellos son el
núcleo de la élite local.
Las tres grandes reformas
del período 2001-2016 –la descentralización, la carrera magisterial y la
distribución dirigida de los resultados del crecimiento– se hicieron y se
gestionan con la tecnocracia en primera línea. En mi caso, que dirigí el primer
grupo de elaboró el modelo del programa Juntos, siento que esta iniciativa no
hubiese sido posible sin ese decisivo concurso.
Se acusa a los tecnócratas
de ser pragmáticos, y lo son; pero no son más los políticos, que en los últimos
4 procesos electorales nacionales tercerizaron la elaboración de sus planes de
gobierno atrayendo a núcleos tecnócratas y confiándoles cuotas de poder
sustantivas ya en el gobierno, dando lugar a una variedad de tecnocracia, la
tecnopolítica. De los 23 ministros de Economía y Finanzas desde 1990, solo dos
pertenecieron orgánicamente al partido de gobierno.
Esta relación se ha
transformado. De la idea de “los técnicos se alquilan” se ha pasado a la de
“los políticos se prestan a los técnicos”. PPK y su pequeño partido expresan el
inicio de ese tránsito, la toma del poder por la tecnocracia. Nada más
heterodoxa que la tecnocracia de estos días.
¿Son promiscuos los
técnicos? No más que la mayoría de políticos, si se revisa la composición de la
representación nacional y regional, a excepción de AP, el Apra y algunos grupos
de la izquierda. ¿No hacen política los técnicos? No, aunque esa práctica
escasea también en la llamada partidocracia, la nueva y la tradicional, salvo
que se llame “política” al espectáculo que vemos todos los días.
Es incómoda la tercera
pregunta: ¿se parecen lo técnicos a los actuales políticos? En varios aspectos
sí, aunque los segundos exhiben en promedio un déficit de competencias. Nunca
como ahora ambos espacios expresan coaliciones de independientes, de lejos más
organizadas las segundas.
Los límites esa tecnocracia
son las urgencias institucionales que hacen crujir el sistema. En ese punto es
crucial el agudo apunte de Carlos Vergara respecto a que estamos administrados
y no gobernados. Ese límite se lee como el temor a acometer la nueva etapa de
la democracia peruana, para que entregue derechos, reordene la
descentralización, y cambie el Estado para acorralar a la corrupción. Para
efectos de esta exigencia, la tecnocracia cree que la tierra es plana y no se
atreverá más allá de los mares cercanos. Claro, tampoco lo harán los actuales
políticos, pero eso es materia de otra nota.