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jueves, 3 de enero de 2019

2018, la rebelión inconclusa

https://larepublica.pe/politica/1383754-2018-rebelion-inconclusa
La República
La mitadmasuno
28 de diciembre de 2018
Juan De la Puente
Hay más certezas de que el 2018 empezó mucho antes, quizás en julio del año 2016, con un gobierno dividido, entre una presidencia precaria y autolimitada y un Congreso autosuficiente, y que acabará muchos meses más adelante, adentrados en el 2019, con un gobierno sin mayoría, con una presidencia más fuerte frente a un Congreso fragmentado y quizás autolimitado.
El largo 2018 no se parece a ninguna de las etapas que vivimos en las últimas décadas. Liberados de la palabra crisis, que ya nos dice muy poco, el término rebelión –como rechazo al poder, revuelta y resistencia– podría resumir lo vivido como un conjunto turbulento e inconexo de varios movimientos cuyos rasgos más definidos son la crítica y la radicalidad más que el cambio mismo, un escenario donde caben la áspera denuncia popular contra las élites, el empoderamiento solitario del presidente, la popularidad de algunos jueces y fiscales, el extremismo de la derecha y el auge de lo que se denomina ética pública. La ética privada, ya sabemos, normal nomás.
La rebelión se topó con un sistema fuerte y a ello se debe que sus desenlaces sean limitados si se compara con la fuerza de los remezones. Esta etapa termina con el liderazgo político nacional descabezado y el Congreso vencido, como elementos que condicionan la apertura de una evolución insospechada por sus actores.
No nos engañemos. Ha terminado la disyuntiva y se inicia la transición, aunque la cuota de incertidumbre sigue siendo alta porque la llave de la gobernabilidad no está en poder de las instituciones sino de la sociedad. Esta no es una frase de cliché; el referéndum les ha expropiado a los políticos su capacidad decisoria. El plebiscito –de las urnas, encuestas, redes sociales y medios– será permanente en adelante.
Una parte de las principales instituciones, el Congreso, el Poder Judicial y la fiscalía, están heridas de muerte, pero no muertas. La extrema derecha cree que el Gobierno las quiere tomar, aunque en realidad este aplica una presión imprecisa para el cambio por dentro. Los verdaderos problemas son otros, sus liderazgos sangrantes y precarios, y su absoluta imposibilidad para reconstruirse. En eso consiste el carácter inconcluso de esta rebelión que el presidente Vizcarra intentó relanzar en su mensaje del 12 de diciembre, incorporando la reforma política, diálogo nacional y presión en corto al Congreso para avanzar en los cambios judiciales.
Vizcarra camina hacia un pacto con una parte del Congreso. El presidente debe ser el más interesado en no disolver constitucionalmente el Parlamento porque los plazos de la reforma –las siete leyes, la Ley Orgánica de la Junta Nacional de Justicia– presionan más su agenda que la de la oposición.
La reforma judicial tiene una ruta “externa” más o menos cierta, aunque ilusiona demasiado con que las leyes curarán la corrupción. En cambio, la reforma política es un libro abierto que debe ser escrito cada semana con el riesgo de dejar hojas en blanco. En este punto, lo inconcluso de la rebelión consiste en reemplazar el “que se vayan todos” por el “que vengan los nuevos”, dos lógicas más contrapuestas de lo que suponemos.
Muy a menudo, es decir, casi todos los días, la rebelión es jalonada por las batallas judiciales que más allá de su importancia procesal, y de conjurar el riesgo de la impunidad, no pueden brindar más resultados políticos que los entregados entre octubre y noviembre. En este punto, los tribunales impactan menos a la espera de las revelaciones que promete el acuerdo de la justicia peruana con Odebrecht. Si estas informaciones son graves forzarán nuevos desenlaces, de modo que el sistema depende otra vez de testimonios procesales.

A esta rebelión le falta promesa; por eso no es revolución. La sucesión constitucional PPK/Vizcarra fue una experiencia tan escandinava que nos ha preparado para casi todo. En pocos meses hicimos con éxito travesuras constitucionales que para nosotros estaba solo en los libros. El país está preparado para más, pero el sistema resiste. Por eso también, esta rebelión es inconclusa. Alguien tiene que abrir la puerta a los grandes cambios.

Los pactos de Vizcarra

https://larepublica.pe/politica/1371247-pactos-vizcarra
La República
La mitadmasuno
7 de diciembre de 2018
Juan De la Puente
El presidente Martín Vizcarra propuso en CADE un pacto a los empresarios, para arribar al 2021 con un país gobernable y en lo posible reformado en las áreas de justicia y política. Desde el lugar donde se encuentra, es decir, con una amplia legitimidad, Vizcarra ofreció un pequeño programa que anuda lo político y económico, incluyendo la inversión pública, la competitividad, la reforma laboral y el impulso a la inversión privada.
En un discurso que por un momento parecía de 28 de julio, el presidente adelantó una parte de la agenda posterior al referéndum, dejando claro que no abandonará la lucha contra la corrupción pero que sumará prioridades claras para impulsar la inversión, la transparencia, la salud, la educación, la seguridad y la descentralización, áreas que la reciente encuesta de IEP encontró deficitarias.
Es destacable en tal dirección la pregunta que lanzó al auditorio sobre el papel que asumirán los empresarios ante las reformas, contestándose él mismo que confía en que lo harán desde el compromiso con el país. Para el efecto fueron sugerentes las palabras previas del presidente de IPAE, Julio Luque, quien precisó la identificación de CADE y los empresarios con la lucha anticorrupción.
La oferta está en la cancha empresarial; una agenda de diálogo más acotada a las necesidades de los actores económicos, que ha planeado en los últimos días, tendrá que ser reemplazada por compromisos más integrales que conviertan a la inversión privada en aliada de las reformas. Los aplausos con los que fue recibido el discurso de Vizcarra prometen una nueva actitud a un año de CADE 2017 que proclamó el fin de las cuerdas separadas.
Vizcarra se refirió en varias partes de su discurso a la ronda de diálogo que también iniciará luego del referéndum con la sociedad civil, los partidos y los nuevos gobiernos regionales y locales, extendiendo hacia esos sectores su propuesta de acuerdo. Salvo los últimos, urgidos al inicio de sus gestiones por una relación provechosa con el gobierno, los partidos y la sociedad civil no han reaccionado formalmente a esta propuesta.
Ese silencio preocupa. La principal señal de esta falta de reacción es una ausencia de sensibilidad respecto de la segunda etapa de reformas luego del 9 de diciembre, que no puede ser como la primera, un consenso a palos. En esta omisión pueden esconderse presunciones de varios sentidos, como que las reformas no necesitan ser pactadas, que el liderazgo del presidente Vizcarra es suficiente, que la participación de los movimientos sociales no es necesaria porque a ellos “nadie los ha elegido”, que no procede un acuerdo con Vizcarra porque es autoritario, o que hay partidos ante los cuales hay que tender un cordón sanitario.
Es cierto que existen grupos de espaldas a las reformas, como los que inspiran y dirigen la campaña de los 4 No en el referéndum en base a inexactitudes, y es posible también que otros sectores, especialmente conservadores, manejen un esquema distinto de prioridades. No obstante, este período que se denomina con el nombre genérico de crisis, pero que es más que eso –demanda de cambio, dura resistencia a él, ausencia de actores fuertes, desenlaces extremadamente específicos, entre otros–, requiere que se adopten posiciones muy claras sobre la agenda corta y larga luego del 9 de diciembre.
Entre julio y diciembre muchos han navegado evadiendo tomar una postura ante los cambios institucionales, escondiéndose en las incidencias de esta etapa, centrándose en los aspectos anecdóticos del período más turbulento de los últimos años. Luego del referéndum eso será más difícil.

Una palabra final sobre los movimientos sociales. Ellos han sido la parte más dinámica de un país exigente de cambios y, a pesar de sus debilidades, a su decisión y movilización se debe en gran medida que las cosas hayan llegado hasta aquí. Que formen parte de un diálogo y acuerdo por las reformas es un reconocimiento y, al mismo tiempo, un acto de corrección política que nos previene de cualquier posibilidad aventurera y pragmática.

miércoles, 2 de enero de 2019

Gobernar a dos manos

La República
La mitadmasuno
30 de noviembre de 2018
Juan De la Puente
La reciente encuesta del Instituto de Estudios Peruanos (IEP) que publicó este diario (LR) reporta datos sólidos respecto a la etapa julio-noviembre experimentada en nuestro país, un tiempo corto y turbulento, y cuyos desenlaces llegaron al final luego de, por lo menos, 25 grandes sucesos políticos y judiciales concentrados en octubre y noviembre.
La primera imagen que entrega este sondeo, compartida por la que brindó la encuesta de Ipsos días antes, es mixta: un liderazgo político descabezado que, sin embargo, no impide que el sistema se siga moviendo, en un cuadro donde emerge el solitario liderazgo del presidente de la República y la laboriosidad de una parte de la sociedad civil organizada. Solo de una parte.
La batalla iniciada en julio no ha terminado y hay espacio para más giros y sorpresas, especialmente por el dinamismo de los procesos a cargo de la fiscalía y el Poder Judicial y la debilidad de los actores políticos. Con todo, los primeros resultados -provisionales- no son superficiales. El presidente Martín Vizcarra ha consolidado una alta aprobación en los últimos meses (ahora en 57%) y el liderazgo alternativo, opositor o solo distante, ha consolidado una muy baja aprobación que alcanza el 20%, con la mayoría de líderes concentrando altas tasas de rechazo.
Esta imagen explica varios fenómenos más allá de la aceptación/rechazo. Segundas lecturas necesarias de las cifras invitan a pensar en dos variables decisivas: 1) la indiferencia (que puede también esconderse en el rechazo mismo o en el ítem “no conozco lo suficiente”) como un elemento del período que acaba el 9 de diciembre con el referéndum; y 2) el hartazgo de una opinión pública que, reconociendo positivamente la lucha contra la corrupción de los últimos meses, es consciente de que los políticos no le pueden entregar más resultados en otros aspectos.
Es probable que moleste leerlo, pero el primer dato de este período no es la demanda de cambio sino la resistencia al mismo (por favor no tirar piedras), la misma que se nutre de los intereses ubicados en las cúpulas de los partidos y de la mayoría de instituciones, y que también se alimenta de la falta de motivación de la sociedad. Sinceramente, a nueve días del referéndum, un hito histórico de la reforma, debo decir que esperaba más movimiento.
Estas variables anotadas –desconfianza y hartazgo- asoman en la encuesta del IEP tanto como empoderamiento de alguien ajeno a la política como el fiscal Domingo Pérez (¿recuerdan al juez Moro en Brasil y el fiscal Di Pietro en Italia?) y el aumento de la creencia social de que un outsider salvará al Perú. En la encuesta, el 48% cree que el líder que el país necesita es un personaje “opuesto a la política tradicional”, que “acabe” con los políticos existentes y comience “desde cero”.
Desde esas mismas variables incómodas, debe repararse en que el liderazgo presidencial de la agenda es sólido en números, pero el contenido de su aprobación resume una conexión precaria con la sociedad, sustentada por ahora exclusivamente en su papel en la lucha contra la corrupción. En tres áreas específicas de desempeño personal, proyecto de país, crecimiento económico y reconstrucción del norte, la presidencia no concentra respuestas aprobatorias. Luego, en la consulta sobre el desempeño del presidente en 15 sectores, es desaprobado ampliamente por lo menos en dos, seguridad ciudadana y salud, y aprobado ampliamente en educación.

Una interpretación de este cuadro indica que por ahora los peruanos le piden al presidente que se concentre en lo poco, pero urgente. Sin negar que este temperamento pueda ser posible, es necesario advertir que en la etapa que se inicia luego del referéndum, el presidente debería gobernar “a dos manos”, con una en la reforma y la otra en el gobierno cotidiano, sin ceder a la exigencia de enfocarse solo en lo segundo. En el mediano plazo, es igualmente riesgoso que se cancele el ciclo de reformas y que se desatienda el gobierno de todos los días. Son las exigencias de un momento crucial de nuestra gobernabilidad donde se confunde el volumen de lo que se puede perder con el volumen de lo que se puede dejar de ganar.