La República
La mitadmasuno
28 de diciembre de 2018
Juan De la Puente
Hay más certezas de
que el 2018 empezó mucho antes, quizás en julio del año 2016, con un gobierno
dividido, entre una presidencia precaria y autolimitada y un Congreso
autosuficiente, y que acabará muchos meses más adelante, adentrados en el 2019,
con un gobierno sin mayoría, con una presidencia más fuerte frente a un
Congreso fragmentado y quizás autolimitado.
El largo 2018 no se
parece a ninguna de las etapas que vivimos en las últimas décadas. Liberados de
la palabra crisis, que ya nos dice muy poco, el término rebelión –como rechazo
al poder, revuelta y resistencia– podría resumir lo vivido como un conjunto
turbulento e inconexo de varios movimientos cuyos rasgos más definidos son la
crítica y la radicalidad más que el cambio mismo, un escenario donde caben la
áspera denuncia popular contra las élites, el empoderamiento solitario del
presidente, la popularidad de algunos jueces y fiscales, el extremismo de la
derecha y el auge de lo que se denomina ética pública. La ética privada, ya
sabemos, normal nomás.
La rebelión se topó
con un sistema fuerte y a ello se debe que sus desenlaces sean limitados si se
compara con la fuerza de los remezones. Esta etapa termina con el liderazgo
político nacional descabezado y el Congreso vencido, como elementos que
condicionan la apertura de una evolución insospechada por sus actores.
No nos engañemos. Ha
terminado la disyuntiva y se inicia la transición, aunque la cuota de
incertidumbre sigue siendo alta porque la llave de la gobernabilidad no está en
poder de las instituciones sino de la sociedad. Esta no es una frase de cliché;
el referéndum les ha expropiado a los políticos su capacidad decisoria. El
plebiscito –de las urnas, encuestas, redes sociales y medios– será permanente
en adelante.
Una parte de las
principales instituciones, el Congreso, el Poder Judicial y la fiscalía, están
heridas de muerte, pero no muertas. La extrema derecha cree que el Gobierno las
quiere tomar, aunque en realidad este aplica una presión imprecisa para el
cambio por dentro. Los verdaderos problemas son otros, sus liderazgos
sangrantes y precarios, y su absoluta imposibilidad para reconstruirse. En eso
consiste el carácter inconcluso de esta rebelión que el presidente Vizcarra
intentó relanzar en su mensaje del 12 de diciembre, incorporando la reforma
política, diálogo nacional y presión en corto al Congreso para avanzar en los
cambios judiciales.
Vizcarra camina hacia
un pacto con una parte del Congreso. El presidente debe ser el más interesado
en no disolver constitucionalmente el Parlamento porque los plazos de la
reforma –las siete leyes, la Ley Orgánica de la Junta Nacional de Justicia–
presionan más su agenda que la de la oposición.
La reforma judicial
tiene una ruta “externa” más o menos cierta, aunque ilusiona demasiado con que
las leyes curarán la corrupción. En cambio, la reforma política es un libro
abierto que debe ser escrito cada semana con el riesgo de dejar hojas en
blanco. En este punto, lo inconcluso de la rebelión consiste en reemplazar el
“que se vayan todos” por el “que vengan los nuevos”, dos lógicas más
contrapuestas de lo que suponemos.
Muy a menudo, es
decir, casi todos los días, la rebelión es jalonada por las batallas judiciales
que más allá de su importancia procesal, y de conjurar el riesgo de la
impunidad, no pueden brindar más resultados políticos que los entregados entre octubre y
noviembre. En este punto, los tribunales impactan menos a la espera de las
revelaciones que promete el acuerdo de la justicia peruana con Odebrecht. Si
estas informaciones son graves forzarán nuevos desenlaces, de modo que el
sistema depende otra vez de testimonios procesales.
A esta rebelión le
falta promesa; por eso no es revolución. La sucesión constitucional PPK/Vizcarra fue una experiencia tan
escandinava que nos ha preparado para casi todo. En pocos meses hicimos con
éxito travesuras constitucionales que para nosotros estaba solo en los libros.
El país está preparado para más, pero el sistema resiste. Por eso también, esta
rebelión es inconclusa. Alguien tiene que abrir la puerta a los grandes
cambios.
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