martes, 31 de diciembre de 2019

Bolivia, la restauración derechista

https://larepublica.pe/politics/2019/11/15/bolivia-la-restauracion-derechista-juan-de-la-puente-la-mitadmasuno-opinion-impresa/
La República
La mitadmasuno
15 de noviembre de 2019
Juan De la Puente
La primera derivación de la crisis boliviana es la caída del régimen progresista de Evo Morales y la toma del poder por la ultraderecha. Así se inicia una transición que se presume desafiante y violenta en la que se disputa el poder y el régimen político, es decir, las profundas reformas del período 2005-2019.
Hasta ahora, la crisis tuvo tres momentos, en una evolución que combina la movilización ciudadana y el cambio en la correlación de fuerzas en el poder: 1) el fraude reeleccionista del 20 de octubre; 2) la renuncia de Evo Morales a la presidencia; y 3) la toma del poder por la ultraderecha.
Es necesario explicar el tercer momento siguiendo la ruta de la crisis y no aislando el desenlace de los hechos previos. En un análisis serio, y desde la democracia, no se puede obviar la apuesta reeleccionista autoritaria de Evo y el fraude del 20-O y relativizar su efecto dinamizador con el rótulo de “errores”. En ese punto, es una incógnita la precariedad con la que llegó a esta crisis el bloque de popular, indígena y progresista que lideraba Evo. Con cargo al largo debate que el caso boliviano abre, las preguntas se agolpan: ¿Por qué Evo perdió la mayoría política? ¿Por qué insistió en la reelección y no en una sucesión interna? ¿Por qué perdió aliados sociales claves? ¿En qué momento le regaló la calle al proyecto territorial santacruceño?
La calle boliviana no fue un continuo; se registran hasta tres formatos de movilización que moldean el momento actual: 1) la movilización democrática contra la reelección de Evo Morales y el fraude del 20 de octubre; 2) la algarada conservadora que desborda y desvía la demanda democrática, y cuyo punto culminante es la renuncia de Evo; y 3) la movilización indígena y progresista luego de la asunción de Jeanine Áñez como presidenta.
La discusión sobre si hubo o no golpe de Estado es interesante, aunque puede convertirse en una trampa, en la medida que intenta disminuir la (i)responsabilidad de Evo en el desenlace, y porque propone que las cosas retornen a un punto anterior, subestimando la etapa iniciada, un retroceso que puede desarmar los logros de los últimos 14 años.
Sigo sosteniendo que la renuncia de Evo, y los hechos inmediatamente previos y posteriores, no califican como un golpe de Estado. Ello no evita reconocer el divorcio del ex presidente y el mando militar que su gobierno talló y amamantó, y el hecho de que los motines policiales se produjeron debido a que estos, y también las FFAA, se negaron a convalidar el fraude del 20-O y reprimir las protestas en su fase democrática, lo que habría llevado al Gobierno a una dictadura abierta.

Con diálogo o sin él, la entraña del Gobierno de Áñez es ultraderechista, un salto al vacío que abandera el modelo neoliberal derrotado en las jornadas de la Guerra del Gas del 2003. En la historia figurará como una restauración conservadora luego de 14 años del proceso que más integró y modernizó Bolivia bajo el liderazgo de Evo Morales, echado a perder por la ambición del líder y por la falta de cohesión política del partido gobernante. Mientras más demore en reconstruirse el bloque social que hizo posible esta gran transformación, esa sí lo fue, la restauración será más exitosa.

Política zombie y colectivos errantes

https://larepublica.pe/politica/2019/11/08/politica-zombie-y-colectivos-errantes-juan-de-la-puente-la-mitadmasuno/
La República
La mitadmasuno
8 de noviembre de 2019
Juan De la Puente
A varias semanas de la disolución del Congreso, y a menos de tres meses de las elecciones de enero, no existe una tendencia que convertirá el hecho del 30 de setiembre en el cambio. Contra lo esperado, la posibilidad de la elección de un nuevo Congreso como impulso de la renovación del sistema languidece en el curso de un proceso electoral que escenifica el final de las reglas, instituciones y líderes de los últimos años, sin que emerja su reemplazo de cara a los ciudadanos.
El primer rasgo de la etapa posdisolución es que la normalización de la crisis ha impregnado a todas las partes, resultado de lo cual se tiene un sonoro silencio de ideas. Prisionero de un atontamiento generalizado, el país se dirige a unas elecciones donde lo más importante son los fichajes de candidatos, el traslado de partidos y los ajustes de cuenta partidarios.
Me temo que esta sequía no se debe exclusivamente a la estrechez del calendario electoral sino también a la falta de una oferta nacional integradora de quienes sostienen −o dicen sostener− lo nuevo, capaz de movilizar a los ciudadanos para el futuro. Lo “nuevo” luce extremadamente precario y casi irreconocible. ¿Se ha disuelto el Congreso y vamos a nuevas elecciones parlamentarias para que las principales promesas sean que los congresistas ganen el sueldo mínimo y que se suprima la inmunidad parlamentaria?
Una de las razones que impiden la irrupción de lo nuevo, en términos de mensajes y personas, es que las normas electorales aprobadas recientemente no se implementarán en este proceso, por lo que las reglas-tapón siguen cumpliendo su objetivo. Quizás por ello, la mayoría de voces que dicen identificarse con la denuncia del viejo orden realizaron la misma operación que los representantes de ese orden rechazado, es decir, negociar su ingreso a listas de dudoso origen y gastadas y convivir en ellas con personajes nada recomendables. Si eso ya es preocupante en Lima, en las regiones es escandaloso.
Luego de ese canje no habrá campañas de listas sino de personas, de modo que lo que viene será una etapa de pequeñas promesas, un festival populista que no toca el centro de la transición, que es cómo definir una ruta para nuevos principios, reglas de juego e instituciones. Por ejemplo, he leído que un candidato que lidera una de las listas de la izquierda en Lima promete elevar el salario desde el Congreso.
Las posibilidades de una coalición democrática nacional, con un liderazgo transversal de grupos y programas que impulsen la agenda social de la transición y logren producir consensos para profundas innovaciones de orden político, se diluyen al compás de una lucha por sobrevivir, ubicados cada cual en un rincón del tablero.
Nos adentramos a una política zombie, a cargo de colectivos errantes, incapaces de pactar hacia dentro y en el espacio democrático un discurso diferenciado de los sectores conservadores e inmovilistas, un recuerdo de que existen transiciones traicionadas o que viajan hacia la repetición o hacia la nada. Qué ironía, el segundo rasgo de la etapa posdisolución es que las elecciones han desmovilizado a la sociedad. Creo que el profeta Mesía −Carlos Mesía− tiene razón: al pueblo no se le hace caso en el Perú.

Quién se llevó mi modelo

https://larepublica.pe/economia/2019/11/01/quien-se-llevo-mi-modelo-juan-de-la-puente/
La República
La mitadmasuno
1 de noviembre de 2019
Juan De la Puente
La rebelión social en Chile ha reactivado en el Perú la discusión sobre el “modelo”, definiendo a un sector que, siendo más pequeño respecto al pasado, se atrinchera en la defensa de un concepto difuso al que la evolución de la economía y política ha vaciado de contenido. Ello es natural, pasa lo mismo con otros términos como justicia, democracia u orden público.
Esto no significa que no necesitemos de un debate y consenso alrededor de este término. La larga transición peruana reclama de pactos y por esa razón requerimos de parámetros de discusión que impidan un debate ligero y pendenciero.
Los defensores del “modelo” deberían previamente resolver el ámbito del concepto; por ejemplo, no creo que este aluda, exclusivamente, a las reglas del mercado o las políticas económicas, sino también a las reglas de la política, el poder y las funciones del Estado.
De hecho, todo reduccionismo económico del “modelo” fue tempranamente desechado por el Consenso de Washington, en el cual se inspiró la experiencia peruana 1990-2000. En ese punto, los neoliberales hicieron patente su rechazo a la receta política de este Consenso cuando el país inició el proceso de integración a la OCDE.
Debe ser parte de este método que devuelva contenido al concepto una periodización de la experiencia peruana. El “modelo” estuvo en movimiento, y es probable que su esfera económica evolucionara más que la política, y que esa evolución fuese más radical en la política social. La literatura de parte o hagiográfica revisada destina muy poco esfuerzo a esta tarea, de lo que se tiene una pérdida de posibilidades de retratar sus cambios y aciertos en el tiempo.
Algunos textos solo separan dos momentos, el de 1990-1997 y 1997-2000, el primero de la estabilización y reformas estructurales, y el segundo de la primera crisis del “modelo”, recesión incluida. Falta una segunda periodización que coincida con la recuperación democrática, para darle un lugar a cambios de fondo del período 2000-2011, como el incremento de la demanda, la descentralización del gasto, el auge de la inversión pública, y las políticas de protección social; o al período 2011-2018 de reducción del crecimiento, la caída de la inversión privada, y las políticas sociales universales y no contributivas.
El discurso neoliberal se ha hecho nostálgico y mercantilista, privándose inclusive de su componente liberal inicial. Sin profundidad, confunde frecuentemente “modelo” con “paradigma”, de modo que su épica empieza y acaba en una batalla pesimista, a la defensiva. Su matrimonio con los sectores conservadores en lo político y moral y su falta de autocrítica respecto a los mecanismos que promovieron la corrupción reducen sus capacidades de argumentación por insistir en consignas increíbles como el Estado neutral, Estado pequeño, crecimiento sin correlato distributivo, inversión sin licencia social o mercado sin derechos de los consumidores.

Su ventaja programática, el descalabro de las recetas heterodoxas Venezuela de por medio, debería ser aprovechada en favor de un sistema –salir de la camisa de fuerza del “modelo”– que mire más nuestro recorrido que tiene mucho de propio. Ya miramos demasiado al vecino que se incendia.