La República
La mitadmasuno
8 de noviembre
de 2019
Juan De la
Puente
A varias
semanas de la disolución del Congreso, y a menos de tres meses de las
elecciones de enero, no existe una tendencia que convertirá el hecho del 30 de
setiembre en el cambio. Contra lo esperado, la posibilidad de la elección de un
nuevo Congreso como impulso de la renovación del sistema languidece
en el curso de un proceso electoral que escenifica el final de las reglas,
instituciones y líderes de los últimos años, sin que emerja su reemplazo de
cara a los ciudadanos.
El primer
rasgo de la etapa posdisolución es que la normalización de la crisis
ha impregnado a todas las partes, resultado de lo cual se tiene un sonoro
silencio de ideas. Prisionero de un atontamiento generalizado, el país se
dirige a unas elecciones donde lo más importante son los fichajes de
candidatos, el traslado de partidos y los ajustes de cuenta partidarios.
Me temo que
esta sequía no se debe exclusivamente a la estrechez del calendario electoral
sino también a la falta de una oferta nacional integradora de quienes sostienen
−o dicen sostener− lo nuevo, capaz de movilizar a los ciudadanos para el
futuro. Lo “nuevo” luce extremadamente precario y casi irreconocible. ¿Se ha
disuelto el Congreso y vamos a nuevas elecciones parlamentarias para que las
principales promesas sean que los congresistas ganen el sueldo mínimo y que se
suprima la inmunidad parlamentaria?
Una de las
razones que impiden la irrupción de lo nuevo, en términos de mensajes y
personas, es que las normas electorales aprobadas recientemente no se
implementarán en este proceso, por lo que las reglas-tapón siguen cumpliendo su
objetivo. Quizás por ello, la mayoría de voces que dicen identificarse con la
denuncia del viejo orden realizaron la misma operación que los representantes
de ese orden rechazado, es decir, negociar su ingreso a listas de dudoso origen
y gastadas y convivir en ellas con personajes nada recomendables. Si eso ya es
preocupante en Lima, en las regiones es escandaloso.
Luego de
ese canje no habrá campañas de listas sino de personas, de modo que lo que
viene será una etapa de pequeñas promesas, un festival populista que no toca el
centro de la transición, que es cómo definir una ruta para nuevos principios,
reglas de juego e instituciones. Por ejemplo, he leído que un candidato que
lidera una de las listas de la izquierda en Lima promete elevar el salario
desde el Congreso.
Las
posibilidades de una coalición democrática nacional, con un liderazgo
transversal de grupos y programas que impulsen la agenda social de la
transición y logren producir consensos para profundas innovaciones de orden
político, se diluyen al compás de una lucha por sobrevivir, ubicados cada cual
en un rincón del tablero.
Nos
adentramos a una política zombie, a cargo de colectivos errantes,
incapaces de pactar hacia dentro y en el espacio democrático un discurso
diferenciado de los sectores conservadores e inmovilistas, un recuerdo de que
existen transiciones traicionadas o que viajan hacia la repetición o hacia la
nada. Qué ironía, el segundo rasgo de la etapa posdisolución es que las elecciones
han desmovilizado a la sociedad. Creo que el profeta Mesía −Carlos Mesía− tiene
razón: al pueblo no se le hace caso en el Perú.