martes, 24 de septiembre de 2019

El reino de los jueces justos


El reino de los jueces justos
Por Juan De la Puente

Gran Bretaña tiene hoy dos reinados, el de Isabel y el de los jueces justos. Es muy importante leer en clave constitucional, y por supuesto jurídica, la histórica sentencia del Tribunal Supremo del Reino Unido que ha declarado “ilegal”, “nula y “sin efectos”, es decir inexistente desde el origen la decisión del premier Boris Johnson de suspender el Parlamento.
Esta lectura debe salir del análisis básico que privilegia como primer hecho la derrota política de Johnson o que el Parlamento siga en funciones. Lo es, cierto, pero los elementos de la sentencia son categóricos para el derecho constitucional y no solo en la esfera angolsajona. Hace ya mucho tiempo que las principales instituciones de fibra constitucional son objeto de la jurisprudencia y doctrina trasversal a los modelos constitucionales.
Es preciso reparar que la decisión fue tomada por unanimidad, que refleja un cuerpo conceptual sin fisuras en este caso, por los 11 miembros de un tribunal joven, que funciona desde el año 2009 y que sustituye a la Cámara de los Lores como máximo tribunal de apelación, resuelve conflictos de competencia y sobre leyes aprobadas por el Gobierno, una especie de Tribuna Constitucional ampliado a otras competencias civiles, creado gracias a una reforma constitucional pactada el año 2005.
Antes y después hubo y habrá judicial review en el mundo anglosajón, pero esta sentencia tiene otro significado. Esta sentencia resume la avocación política de los jueces, contrario a lo sostenido por siglos de doctrina británica. Con esta decisión, se concreta la transformación del modelo de soberanía política inglesa, que presume que es el Congreso el titular de la soberanía y no el pueblo –antes el rey- una superación de Hobbes y Locke al mismo tiempo casi 350 años después de la Revolución Inglesa que le costó la cabeza a Carlos I.
Es cierto que en este caso son los jueces los que defienden al Parlamento del Gobierno de Jhonson, pero en general, se establece el precedente que un juez puede adoptar en Gran Bretaña una decisión con efecto político de gran calado para entregar o proteger derechos y restaurar prerrogativas públicas, participando de ese modo en el equilibrio de poderes.
El hecho de que sea un tribunal judicial el que reabra un Parlamento cerrado eleva el papel de control en el sistema político moderno, sea cual fuese el sistema, ya sea de control único (solo difuso) o dual (difuso y concentrado). Con esta sentencia, Gran Bretaña ha ingresado por la puerta grande al control “semi-concentrado”, considerando las funciones y el origen de los miembros del Tribunal Supremo –designados por la reina a propuesta del primer ministro.

En un sistema que carece de codificación y de Constitución escrita, es llamativo que se genere sin embargo jurisprudencia escrita, y que esta no se base en la literalidad de la ley, la pasión de los constitucionalistas profanos. La sentencia no se basa en el postulado jurídico del Gobierno de Jhonson –“es una costumbre británica el cierre del Parlamento y forma parte de mis atribuciones”- sino en una reflexión constitucional muy enjundiosa y profunda que está relacionada con el riesgo de un Brexit salvaje sin control parlamentario, que puede traer “consecuencias extremas" para la democracia. El tribunal cree que Jhonson ha engañado a la reina y que su gobierno ha sido incapaz de dar razones convincentes para justificar su decisión.  Los jueces han fallado contra una triquiñuela política que consiste en afirmar que una decisión importante para la democracia solo basta que se legal o convencional. Es necesaria que, además, sea justa.

Cuatro datos que encajan

https://larepublica.pe/politica/2019/09/20/cuatro-datos-que-encajan/
La República
La mitadmasuno
20 de setiembre de 2019
Juan De la Puente
Nunca como ahora, desde que se mide la opinión pública en el Perú apareció con tanta claridad la distancia entre los ciudadanos y la élite. En un país donde el remoquete de populista es una pulsación primaria que intenta acabar con lo que no se entiende, la sociedad nos brinda una lectura racional y abierta de esta etapa incierta, la primera de una transición que se anuncia larga.
Cuatro datos de la reciente encuesta de Ipsos son aparentemente discordantes; resumen, no obstante, brechas pronunciadas entre la situación de los actores, es decir, entre su disponibilidad y sus reales posibilidades. El 70% se muestra a favor del adelanto electoral, pero solo el 46% cree que se adelantarán las elecciones. Luego, el 48% aprueba la gestión de presidente Martin Vizcarra, aunque el 65% se opone a su vacancia.
En un ejercicio de agregación y desagregación continua, estos datos revelan la existencia de una mayoría favorable a que se ponga fin a este ciclo político. Esta mayoría, sin embargo, no es rupturista; apuesta por una transición democrática, un “que se vayan todos” en clave constitucional y pacífica. Y si se puede, pactada.
Los 24 puntos que median entre el respaldo al adelanto electoral y la probabilidad de su realización son el reconocimiento de la fortaleza de un sistema que se niega al cambio a pesar de los remezones. De ahí irrumpe un código de la transición que debe ser visibilizado: el dato grueso no es la demanda de cambio sino la resistencia a él.
En vías de agregación, la primera tendencia de estos datos, a 50 días de la propuesta de adelantar las elecciones, es un equilibrio entre “adelantismo” y continuismo. Es un equilibrio en movimiento que si bien hace “archivable” la propuesta del Ejecutivo, está a la espera de un giro del Gobierno en respuesta, el famoso Plan B que se le reclama al presidente.
No debe obviarse una segunda tendencia, el ritmo lento de esta transición contra una élite afligida que sobreactúa y se ataranta. Los ciudadanos imponen un compás menos ansioso, cuestionan las salidas radicales y el ajuste de cuentas entre los actores, al punto que el mismo adelanto electoral ha retrocedido algunos puntos. Los ciudadanos esperan y son dueños de una incertidumbre cuya clave es la expectativa y no la angustia. En esta reacción juega probablemente un papel decisivo, la convicción de que no existe crisis económica y que no es cierto, o no creen, que “ya llega la recesión” y “el país está parado”, una recusación al chamanismo. ¿Cómo leer esto? “Tu incertidumbre no es como la mía”.

La tercera tendencia se refiere al presidente. Los ciudadanos lo siguen prefiriendo como un garante de este proceso, aunque ha subido a casi un tercio el porcentaje de que quienes creen que debe dejar el poder. La coalición conservadora con promesa autoritaria que se ha formado en las alturas del poder, y que ha salido de los límites parlamentarios para incluir a otras instituciones, aún es una minoría en la sociedad. No por mucho tiempo; si la coalición democrática no define un liderazgo y una narrativa de cambio y orden, la brecha que muestran estos datos se cerrarán por la derecha. ¿Y hay coalición democrática? ¿Es tarde para ella?

A propósito de notables

https://larepublica.pe/politica/2019/09/13/a-proposito-de-notables/
La República
La mitadmasuno
13 de setiembre de 2019
Juan De la Puente
Uno de los argumentos contrarios al adelanto electoral reza que no es necesario porque el Congreso aprobó la reforma política, es decir, los proyectos priorizados por el Gobierno con ocasión de la cuestión de confianza anterior, y que el actual Parlamento podría hacer aún más cambios. Así, de modo oblicuo, se reconoce la necesidad de la reforma, a contrapelo de la oposición mayoritaria inicial del Congreso a los cambios.
Sería coherente que este argumento venga acompañado de un reconocimiento formal a los miembros de la Comisión de Alto Nivel para la Reforma Política, hostigados incesantemente por la mayoría parlamentaria. Tachados de “notables”, su especialización en la materia devenía casi en un delito, y en ellos se pretendía castigar la demanda de renovación que el sistema político reclama en voz alta y atajar a la crítica ciudadana a la falta de eficacia de las instituciones.
El desempeño de este grupo fue meritorio en la producción y el debate de los cambios en medio del ataque el mensajero y no al mensaje; y a pesar de que estamos en los inicios de la tarea, este paquete tuvo mejor suerte que los proyectos de reforma constitucional aprobados por el referéndum de diciembre pasado, probablemente porque en ese caso la implementación se complejizó y luce incompleto porque no fue aprobada la bicameralidad por un error compartido entre el Gobierno y el Congreso.
De los seis proyectos priorizados en la reforma política, los cuatro que se han convertido en ley renuevan y modernizan la legalización de partidos, poniendo fin a una parte del sistema político cerrado, cupular y plutocrático, aunque este último objetivo no se conseguirá totalmente mientras no se suprima el voto preferencial. En términos de derechos, sin embargo, las elecciones internas y las listas paritarias y alternadas, aún en proceso, son logros que enriquecerán el quehacer político de las nuevas generaciones.
Con o sin elecciones adelantadas, el curso de la reforma no debe detenerse. Quedan las otras dos reformas constitucionales que deben ser votadas por segunda vez y abordar los otros proyectos que no fueron priorizados, pero de crucial incidencia en el cambio político, como la regulación más equilibrada de las relaciones entre el Ejecutivo y el Congreso para mejorar las prácticas de control mutuo, como la cuestión de confianza, la insistencia y el papel de las minorías en el Legislativo; la ampliación del mandato local y regional a 5 años; la elección parlamentaria en la segunda vuelta, entre otros.

El adelanto electoral, cuyo desenlace se posterga y se desenvuelve en cámara lenta, sigue siendo una oportunidad para redefinir actores para el cambio. La pugna alrededor del calendario electoral –si las elecciones son el 2020 o 2021- probablemente impida profundizar sobre la brecha entra la política y la sociedad que esta reforma está llamada a resolver, aunque mientras más demore el sistema en recuperar su legitimidad ante los ciudadanos, será más difícil curar las heridas causadas por la antipolítica y la contrapolítica. No basta que el liderazgo del país no quiera una asamblea constituyente; si desea impedirla, más allá del discurso temeroso deberían producir las reformas necesarias.