La
República
La
mitadmasuno
6
de setiembre de 2019
Juan De la Puente
El frustrado diálogo entre el Gobierno y el Congreso agudiza la
confrontación. La colisión entre poderes se ha producido poniendo sobre la mesa
dos dinámicas excluyentes, la disolución vs. la destitución, ambas salidas
unilaterales y rupturistas con efectos diferenciados. La disolución del
Congreso tendría un trámite jurídico –y jurisdiccional- borrascoso, en tanto
que la destitución presidencial tendría un resultado caótico.
Confrontado con los plazos, el Gobierno tiene
sobre sí la presión de los resultados inmediatos, una urgencia más exigida que
al Parlamento, atrincherado y aislado de la sociedad, pero con una mayoría
interna creciente. El comunicado de 7 bancadas en respaldo a Olaechea suma entre 85 y
90 votos.
En la sociedad, la colisión tiene sus códigos
propios: 1) los peruanos se expresan mayoritariamente contra la vacancia
de la presidencia; 2) rechazan con la misma intensidad al Congreso; 3) creen
que Vizcarra debe dirigir la transición; y 4) demandan que se vayan
todos. Son cuatro opiniones gruesas que, sin embargo, evolucionan
singularmente, de modo que las opciones 1) y 3) podrían girar en sentido
inverso. En cambio, no se espera que retrocedan las opciones 2) y 4).
Si bien estos datos son por ahora
consistentes, sería incorrecto negarse a apreciar la principal tendencia que
emerge de agosto, el primer mes sin salida a la transición: ambos poderes se
han debilitado seriamente. De ahí que el efecto del choque de trenes presenta
en la sociedad, por lo menos, un doble carácter: 1) nos acerca a una
vacancia simbólica de las dos instituciones; 2) y demanda la emergencia
de un movimiento, una coalición con una narrativa crítica de ambos
contendientes.
Sea cual fuese el desenlace de esta pugna, el
comportamiento autónomo de la sociedad es creciente, y en ella cabe tanto las demandas
de renovación/reforma, ahora mayoritarias, como las que llaman a la ruptura en
tonos más radicales, por la derecha o la izquierda. La puerta está abierta y
por ella pueden ingresar ambas opciones, incluso convivir por un tiempo. Esa
disyuntiva se aprecia en las movilizaciones en favor del adelanto de
elecciones.
Mientras menos condiciones se tengan para un
pacto de poderes –el fracasado diálogo reciente no será el último intento- hay
más posibilidades de un pacto social contrario al poder. Es decir, el Congreso
podría tener los votos para destituir al presidente Vizcarra, pero no hay
votos que valgan para sortear la presión social dos años más.
Quienes teorizan sobre esta etapa de la vida
nacional como si estuvieran frente a un tablero
de ajedrez, creen que bastan los jugadores y el movimiento de piezas.
Lamentablemente, esta no es solo una batalla de adversarios y piezas. Hay que
recordar que esta es una transición y que “algo” está muriendo.
La pugna de estos años entre corrupción vs. anticorrupción y de reforma
vs. inmovilismo, no ha renovado el sistema político, pero sí a la sociedad, por
lo menos en términos relativos. Este periodo registra actores sociales nuevos
–principalmente mujeres y jóvenes y comunidades territoriales- de modo que la
correlación de fuerzas entre el poder y los ciudadanos se ha alterado. Los
actores tradicionales han dejado de representar a una ciudadanía que reclama cambios
que el poder no es capaz de poner a su disposición.